En el Museo Ruso de Málaga hay auténticas maravillas, pero siempre hay una serie de obras que, por el motivo que sea, destacan sobre otras. En EL ESPAÑOL de Málaga le hemos pedido a los expertos de esta instalación que nos recomienden cuáles son las cinco obras que el visitante no se puede perder por nada del mundo, siguiendo los pasos que ya hemos hecho con el museo Picasso, el Thyssen o el Pompidou. Esta ha sido su selección.
For Sale (Kabakov, Ilya y Emilia)
Esta instalación, propiedad de la Fundación La Caixa, fue realizada por el matrimonio de artistas nacidos en Ucrania durante la época soviética y exiliados en Estados Unidos, Ilya y Emilia Kabakov. Constituye un claro ejemplo del conceptualismo emocional y autobiográfico de los Kabakov, que quieren transmitir al espectador la sensación de ausencia propiciada por el exilio que vivieron. Esta instalación ambiental coloca al visitante en una posición múltiple, ya sea como hipotético comprador de un inmueble abandonado, ya como intruso que desaloja a sus habitantes, bien como habitante de un espacio cargado de elementos emocionales que debe huir. En todo caso, hay en esta habitación en la que sólo hay dos luces prendidas, una a la entrada para orientar al visitante y otra iluminando de lleno una pintura con un sereno paisaje, una reflexión sobre el desarraigo y la memoria.
Museo Ruso San Petersburgo, 2016 (José Manuel Ballester)
José Manuel Ballester es conocido por sus series fotográficas en las que reinterpreta la historia del arte hurtándole los personajes a conocidas pinturas y dejando sólo el espacio, el escenario, en que éstas comparecían ante el espectador. Es, por tanto, un fotógrafo que actúa sobre el concepto de la ausencia, y Ausentes se titula esta exposición en la Colección del Museo Ruso. Esta vez, el concepto no se refiere a la inexistencia de personas en sus fotografías, en sus espacios silenciosos, sino también a la desaparición de las obras del museo matriz de San Petersburgo en las salas de lo que era su filial malagueña. La guerra en Ucrania hizo congelarse la colaboración entre Málaga y el Museo Ruso, y esta vez esa ausencia verdadera y tangible queda expresada por las obras de Ballester. En estas imágenes testimonia una visita realizada al Museo Estatal Ruso plasmando sus espacios visitables, su esplendor imperial de interiores suntuosos, convertidos a su vez, y por las circunstancias, en un paraíso perdido.
Troika (Maliavin, Filip Andréievich)
Firmado y fechado 1933. Óleo sobre lienzo. 201 x 224cm
La historia de vida de Filip Maliavin es paralela a los propios dramas y tragedias de Rusia durante la primera mitad del siglo XX. Campesino, que en su temprana juventud se hizo monje en el Monte Athos, poseía un extraordinario talento natural para la pintura que lo llevó a la cúspide de la vida artística de la capital, de donde saldría hacia el exilio en Francia una vez la Revolución Rusa devino en dictadura. Profundamente ruso, nunca logró aprender un idioma extranjero y murió en la oscuridad lejos de casa. Su trabajo en la emigración, cuando no fueron los encargos de retratos los que pagaron sus facturas, mostró una continua fascinación por Rusia. Desde esta óptica, Troika representa la cumbre de la tendencia nostálgica de Maliavin. Pintado en 1933, es pura ilusión de los emigrados. Grande, colorida y decorativa, es la evocación de la Rusia eterna. Quizás siguiendo el ejemplo de Gogol, Maliavin ve a la Troika como un símbolo de la propia Rusia.
Estudio para el esclavo en 'La aparición de Cristo al pueblo' (Ivanov, Alexander Andréievich)
Óleo sobre papel colocado sobre lienzo. 51x35cm
Alexander Ivanov fue un prodigio en el mundo de la pintura rusa del siglo XIX, cuyo colosal talento lo hizo destacar como un faro, y cuya influencia se extendió por varias generaciones después de él. Titánicamente, luchó toda su vida para pintar un cuadro, La aparición de Cristo al pueblo, al que dedicó veinte años de trabajo con gran abundancia de bocetos. La pintura se refería a todos los problemas más importantes a los que se enfrentaba la humanidad en el pasado, el presente y el futuro. La escena, tal como la imaginó, reflejaba la predicación de Juan el Bautista sobre la venida del Mesías, con Cristo acercándose a una multitud desde la distancia, y los combinaba en una escena dinámica en la que parece como si la humanidad se viera obligada a elegir entre aceptar o no a Cristo. Todo esto se hace de una manera muy detallada y realista del siglo XIX, de modo que cualquiera que observe la pintura se sienta como si también estuviera entre la multitud, presenciando el evento. Nuestra figura es la del esclavo, uno de los personajes centrales más llamativos, sobre todo porque es el único del grupo central que no mira a Cristo, por lo que vemos su rostro con mayor claridad. Toda la composición se basa en contrastes; el pueblo de la izquierda deseoso de ver y escuchar a Cristo, el pueblo de la derecha de espaldas a él, un joven con un anciano saliendo del río Jordán, y las figuras del esclavo y su amo suman riqueza y pobreza a la mezcla Ivanov hizo varios bocetos diferentes para el esclavo. La versión aquí mostrada es una de las últimas, y se corresponde más estrechamente con la figura tal como aparece en la pintura terminada.
L'Accent Rouge (Kandinsky, Vasili Vasilievich)
Firmado con iniciales y fechado 38. Gouache sobre papel negro. 49,3x34,3 cm
L'Accent Rouge es un delicado gouache pintado en París después de su emigración de Alemania en 1934. Comenzó por primera vez en más de dos décadas a utilizar de nuevo el papel negro. Al mismo tiempo que su paleta se acercaba a la delicadeza Art Nouveau, Kandinsky volvió a una técnica que llamó la atención por sus primeras entradas en el Salon d'Automne a principios de siglo: los fondos negros. Sobre papel negro o papel coloreado de negro, utilizaba témpera para depositar algunas manchas de color - y esto era suficiente para hacer vibrar inmediatamente toda la superficie con manchas y filamentos fosforescentes. Su esposa Nina escribe sobre el significado de estos años: Ciertamente, en su período parisino, Kandinsky está totalmente presente. Descubrimos allí a un Kandinsky que recuerda todo lo que a lo largo de su obra parece haber olvidado sólo para concentrar la esencia y darnos, en este deslumbrante fuego de artificio final, las últimas y emocionantes imágenes.