Los zapatos de José Antonio Ramos han pisado las moquetas del Congreso, el albero de la Malagueta y los tablaos flamencos de media España. Sus pies están cubiertos por el polvo invisible de la luz y las tinieblas, pero el peso de su trabajo no está en ellos, sino en los ojos con los que mira a través del objetivo.
Si la vida de este fotógrafo se plasmara en un libro, en la contraportada podría poner lo siguiente: "Esta es la historia de un hombre, a veces José, a veces Santana de Yepes, que pasó de compartir sus imágenes en Twitter a convertirse en la sombra del presidente del Gobierno Mariano Rajoy".
Cuenta su historia con la pasión propia de alguien que ha estado en el epicentro de la vida política del país; ahora, de la comunidad autónoma junto a Juanma Moreno. Sin embargo, no oculta lo difícil que resultar estar alejado de su familia: "Siempre tuve claro que cuando perdiera, ganaba, ya que volvía a casa". Por eso, al escuchar el nombre de Alberto Núñez Feijóo, afirma que solo iría con él para tomar marisco a Galicia.
Esta entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga tiene lugar en los baños del Carmen, pocos días antes de que comience la Semana Santa. Ramos acaba de llegar de Sevilla y lleva sobre sus hombros una mochila que pesa, por lo menos, 15 kilos (quizá más). Este sobreesfuerzo diario explica por qué luego no le pesan los tronos.
Sentados en una mesa junto al espigón, De Yepes habla del alma de las imágenes; del corazón, a veces oculto, de los políticos (los andares, la liturgia de los plenos...), y de su admirada Sara Baras, capaz de hacer bailar al mar "mientras sus pies nos salpica".
Estas últimas palabras pertenecen a la cosecha propia de Santana, en ocasiones convertido en poeta y trovador de todos los atardeceres que tiene la ciudad ("cada día es un vestido nuevo para salir por la noche").
Confiesa que sus aficiones orbitan en torno a "lo sencillo y las cosas de Málaga". Entenderá el lector entonces su pasión por las conchas finas: tal es grado de conocimiento en la materia que se ha convertido en una suerte de filósofo de la Bahía. "Las mejores son las que se comen en casa de la madre de cada uno", y ya estaría.
El fotógrafo de Rajoy, de Juanma Moreno, el que acompaña al taconeo de Sara Bara o el que hace el paseíllo tras las pisadas de los toreros. ¿Quién es realmente José Antonio Ramos?
Un tío de lo más normal del mundo, con su mujer y sus hijas, que disfruta de lo sencillo, y al que le gustan las cosas de Málaga, con las que ha crecido siempre.
¿Y quién es Santana de Yepes?
Un personaje. La parte de marketing de José Antonio Ramos. Cuando empecé con la fotografía, en las galerías de internet todo el mundo tenía un mote: pixelito, camaranosequé, camaranosécuanto… Me resultaba demasiado vulgar así que junté los apellidos de mis abuelas que no me tocaban y que estaban destinados a perderse. Ellas no lo vieron, pero ahí está el homenaje.
Su trayectoria oscila entre los pasos de políticos de la escena nacional (y regional y municipal) o de matadores de toros. ¿Encuentra similitudes entre los andares de un torero y los de un presidente del Gobierno?
Las diferencias son abismales. Es como comparar a Sara Baras con el resto de bailaoras. Un torero es siempre torero y un político, en lo último que piensa, es en su forma de andar. Actualmente creo que alguno sí lo hace, aunque ninguno de aquellos con los que he trabajado. Creo que son cosas en las que no debemos meternos.
De algún modo, en su trabajo está presente ese conflicto de aforismos: en el toreo, todo lo que sucede es verdad; en la política, todo lo que sucede es fachada.
Puede ser, pero yo en mis fotografías siempre intento que haya verdad. Evidentemente, en los toros y en Sara Baras la encuentro mucho, pero también la busco en la política; es un mundo distinto en el que se proyectan otras realidades. Mi compañero Pedro Ruiz, antes con Albert Rivera y ahora en Ciudadanos, dice que nosotros no somos fotoperiodistas, sino documentalistas de políticos. Lleva razón. Durante todo el tiempo que estuve con Rajoy, nunca le pedí que posara para mí. Quizá aprovechaba y robaba algunos cuando le hacían una entrevista en un periódico, pero yo lo quería sacar tal y como era.
¿Qué hay de esa liturgia en la política?
Son mundos tan distintos… En algunas cosas puedes encontrar ciertas similitudes. Cuando acababa Rajoy de hablar en la tribuna, había veces en las que la faena era de dos orejas y rabo. Pese a todo, la liturgia de la tauromaquia ocupa un lugar sagrado.
¿Y del miedo?
Creo que sí hay. Mucho. Depende de cada caso y cada momento, pero está el temor al fracaso (igual que en todos los ámbitos de la vida) y a defraudar. Eso se lo he escuchado a Juanma Moreno; una mayoría absoluta también implica una responsabilidad absoluta.
Esas emociones no siempre se dicen de forma verbal, sino que ahí está la destreza del fotógrafo para poder interpretarlas.
Por regla general, lo que nos piden y lo que tenemos que proyectar está relacionado con la famosa historia del relato. Si estás en algo muy serio, como una reunión con los agentes sociales, vas a intentar plasmar cordialidad y amabilidad en los rostros. Ese entendimiento tiene que estar presente.
Su posición es más cercana a la de un responsable de comunicación que a la de un fotoperiodista.
Muchísimo más.
Dentro del periodismo, aquel que pasa de la redacción al Congreso, por situarnos en su terreno, empieza a ser considerado como uno de los otros. ¿Existen esas reticencias entre los fotógrafos?
Estuve hablando el otro día con compañeros sobre el tema de los intereses enfrentados. Siempre me gusta que la prensa tenga la posibilidad de plasmar al máximo, con toda la comodidad posible y poniendo facilidades para que salga aquello que quieres transmitir. Ahora bien, esto es comunicación política. Nunca he sido fotoperiodista, y creo que no podría por la complicación y la competencia feroz que hay, pero a veces te encuentras con la dicotomía de que no es lo mismo lo que buscamos.
¿Qué hay de esa competencia feroz dentro de su profesión? La política también tiene fama de trituradora.
¿Era Séneca el que decía que si trabajas en lo que te gusta no tendrás que trabajar ningún día de tu vida?
Confucio, ¿no?
Pues eso. A mí me encanta lo que hago y disfruto mucho. Evidentemente, hay semanas más fáciles y otras que no lo son tanto. En Madrid y en Sevilla estoy alejado de mi familia, pero soy consciente de la suerte que tengo. Excesivamente afortunado. Trabajo con gente a la que admiraba antes de conocer, como el caso de Rajoy.
En esa vorágine, ¿hay espacio para la amistad?
Yo me llevo bien con Dani Gago, de Podemos; Borja Puig, del PSOE… Al final, somos personas y cada uno tenemos una forma de mirar la política. Lo del pensamiento único es bastante difícil. Estoy convencido de que dentro de la política también hay hueco para la amistad. He tenido la suerte de coincidir con personas a las que admiraba, como Rajoy o Sáenz de Santamaría. Pero también he compartido espacio con fotógrafos y compañeros a los que respeto muchísimo y de los que aprendo constantemente. Me pasó cuando llegué a Moncloa con Diego Crespo, con Tarek y Mudarra en el PP o con Jesús Morón en la Junta.
Le diré una cosa: la gente ve mucha fotografía de Soazig de la Moissonniere (fotógrafa de Macron) o de Pete Souza (de Obama), pero también hay que ver el trabajo que llevan a cabo aquellos que están codo con codo contigo.
Igual que los periodistas que leen la misma crónica del día en el resto de diarios.
Efectivamente. Qué duda cabe que Mayo del 68 fue algo espectacular, pero al final tenemos que ser conscientes de cuál es el terreno en el que nos movemos y por tanto nos toca leer el artículo sobre lo que ha pasado en el último pleno.
Cuando estaba en el Congreso, miraba lo que habían hecho el resto de fotógrafos, poniendo el ojo en lo que no había visto o que, aun habiéndolo visto, no había sido capaz de sacarlo tan bien. Por regla general, me gustan muchísimo más las fotografías de mis compañeros que las mías.
Habrá políticos a los que les gusten más las suyas que las de los otros. Prueba de ello es que un malaguita como usted acabó siendo la sombra del presidente del Gobierno.
Eso viene a ser lo que decía Picasso de la inspiración, que tenía que pillarte trabajando. Aquí hay mucho de alineación de astros, pero sobre todo de esfuerzo. Mis dos facetas más relevantes eran los toros y la bailaora Sara Baras, aunque también colaboraba con la fundación Manuel Alcántara. Todas estas imágenes las compartía en Twitter, por lo que tenía mucha actividad en ese campo.
Cuando Juanma Moreno llegó a Andalucía como presidente regional del partido, Javier Gómez pensó en mí después gracias a que mis fotos le habían llegado por redes. Esa es la primera casualidad. Luego vino la campaña de 2015, que dejó una instantánea: la de Juanma levantando a su hijo en brazos ante la atenta mirada de Rajoy. Gustó tanto que me acabaron llamando para formar parte del equipo del presidente del Gobierno.
¿Cuándo llega a Madrid?
Cinco meses antes de las elecciones de 2015.
Era un escenario nuevo para todos. Las fichas se empezaban a mover sobre un tablero desconocido por la irrupción de la nueva política.
Desde que desembarqué en Madrid ese año, hasta que me fui tras haber perdido las primeras con Soraya Sáenz, mis recuerdos están llenos de una felicidad y un entusiasmo tremendo. Tras aterrizar me encontré con Jorge Moragas, una persona espectacular con un cerebro privilegiado para ciertas cosas; tenía una visión y una forma de hacer cosas muy claras: él tenía unas premisas, pero entendía que tú le dabas lo que podías o lo que daba de sí el momento. Aquello fue trepidante, pero también agotador porque a Rajoy le gustaba volver a casa a dormir y España es muy grande. He de decir que usaba muchísimo menos el Falcón en comparación con lo de ahora, aunque lógicamente recurría al avión presidencial cuando era necesario.
No iba a conciertos en él, ¿no?
No, no. Yo bromeaba diciendo que podríamos haber aprovechado, pero no hacía un uso… quizá excesivo y con tanto descaro como se ve ahora.
Ya que lo comenta, ¿a qué concierto le hubiera gustado ir con Rajoy?
Sara Baras siempre me insistió para que invitara al presidente a verla, pero pensé que no era oportuno… Aunque le hubiera encantado.
Menudo dilema, ¿a quién le hubiera hecho las fotos?
A Sara, por supuesto. Y Rajoy lo hubiera entendido.
¿Mariano o presidente?
Presidente. Cuando la gente le gritaba Mariano, me quedaba un poco fuera de juego…
¿Y él?
José. No me llamaba presidente, no (bromea). Ni tampoco Santana de Yepes. Cuando presentó su último libro, me preguntó de dónde venía el pseudónimo. Yo se lo expliqué, pero él me dijo que mejor me lo dedicaba a la atención de José Antonio Ramos.
¿Llega uno a entablar amistad con su jefe cuando su jefe es el presidente del Gobierno?
La palabra amigo, en su extensión… Es una persona a la que no llamaría mañana a no ser que fuera algo que solo me pudiera solucionar él. Pero sí que hubo un trato muy cercano y cariñoso. Es una persona de la que se puede aprender todos los días.
¿Cuánto hay de cierto en su afición por los diarios deportivos?
Los estereotipos y las imágenes clichés te acompañan de por vida. Es algo que no te puedes quitar. Le diré una cosa, nunca lo vi leer el Marca, e imagino que lo haría. Sí que tengo fotos suyas con el As en el tren, dos veces, después de volver de trabajar.
¿Había más tensión cuando perdía el Madrid o cuando tocaba exponerse a una moción complicada?
Ha demostrado con creces que ha sabido encajar los golpes.
Se refería antes a los momentos apasionantes de la política. Incluso en la derrota. ¿Qué recuerda de aquel mayo del 18, cuando perdieron la moción de censura? ¿Lo sintió como algo propio?
Como algo mío… y como el trabajo del que dependía entonces el pan de mis hijos. No es tontería. El hecho de estar en Madrid me permitía tener clara una cosa, que cuando perdiera, ganaba, porque así podía volver a casa. Era mi premio de consolación. Hasta los tres últimos días pensábamos que la moción de censura no iba a salir; todas las crónicas daban por hecho el fracaso de la misma. Sin embargo, esas sensaciones cambiaron y el primero que entendió que aquello tenía los mimbres para cuajar fue el propio Rajoy.
¿El momento exacto en el que fue consciente que se acababa esa etapa?
Es evidente que no fue porque me lo dijo el presidente (bromea), sino porque hablábamos entre compañeros. Creíamos que el PNV iba a hacer lo de siempre. La cosa es que yo me entero como todo el mundo. Es lógico que a mí, que me tocaba más, me pudiera quitar el sueño. Es cierto que se pasa mal, sobre todo en momentos emocionantes. Recuerdo cuando Rajoy dijo que espera que su sucesor pueda decir cuando se vaya que deja una España mejor que la que encontró. Fue una frase icónica. Es un momento difícil para todos por él; los demás no somos más que una pieza del puzle. Las despedidas siempre son tristes, pero por la tarde, cuando le dijo adiós al personal de la Moncloa, no vi ni una lágrima.
Me decía Fátima Báñez (entonces ministra de Empleo) que cuando un ministro llega a la bancada azul es para volver al sillón rojo. A mí aquello no me tocaba porque yo solo hacía fotos, pero ellos sabían lo que podía pasar; formaba parte de las reglas del juego.
¿La derrota de Soraya también la asume en esos términos?
Con sinceridad, le puedo decir que me dolió mucho más. Y eso que tenía claro que tras las primarias me iba a volver a casa. Fue un mes magnífico porque le tengo una admiración y un cariño enorme como política y como persona. Estaba convencido de que era la mujer que necesitaba España para ser presidenta del Gobierno; en la calle estaba esa idea. Las cuentas daban que ganaba, así que la leche fue mucho más gorda.
Esa sensación cambia en el congreso del Partido Popular en el que Pablo Casado sale elegido.
La noche anterior ya teníamos esa inquietud al ver que habían aplaudido más a uno que a otro.
A veces también se gana: 19 de junio.
¡Qué día, eh! Mis primeras elecciones fueron las andaluzas de 2015, en las que pasamos de 51 a 33 diputados autonómicos. Sabíamos que se iba a bajar, pero creíamos que era posible disputarle la presidencia a Susana Díaz. Desde aquel día tuve claro que tampoco había que ser tan optimista (ríe). Pero en esta situación era distinto; ahí estuvo Narciso Michavila, presidente de GAD3, hablando en la tele tranquilamente hablando de mayoría absoluta, por ejemplo.
Lo que pasa es que los que entienden de análisis demoscópico habían establecido una serie de condiciones que tenían que darse para ello. Pero es que la política es eso. ¿Por qué sube Rajoy en 2016 con respecto a 2015? Porque se hizo un trabajo gordo de campo, de provincia, buscando en los pueblos… Ya cada vez se dejan menos cosas al azar.
¿Núñez Feijóo tiene su teléfono?
¡No! Vamos, creo que no. Lo tendría fácil para localizarlo, pero que no se lo den (ríe).
¿Y si le llama?
Que sea para tomar marisco en Galicia. Alguna vez nos hemos cruzado, pero yo estoy ya de vuelta. Voy a empezar a torear en plazas pequeñas.
Decía Pete Souza que durante los 8 años de Barack Obama hizo 1,9 millones de fotos. ¿Ha llegado a contar las suyas?
No las he contado, pero hoy en día las ráfagas disparan más, las tarjetas son más voluminosas y los discos duros son más gordos. En cantidad, son una burrada. Yo disparo muchísimo. Por poner un ejemplo, en un día importante, como el 28F, puedo hacer 5.000 fotos.
Creador del hashtag #Malagardece, como una suma de la ciudad con sus atardeceres. ¿Cree que le gustaría la puesta de sol con un rascacielos en el Puerto?
Sí. Me gusta la torre. Y me voy a lo que ya conocemos: la torre Pelli. Personalmente no… Pero le ha dado un puntito de identidad.
Hombre, ver al Cachorro pasando por el puente de Triana con ese edificio detrás…
Yo soy fotógrafo. Si en vez de mirarlo de frente, lo miras un poco de lado, la cosa cambia. Estamos ahora mismo sentados en la terraza de los baños del Carmen. ¿Usted qué ve? Málaga, desgraciadamente, ha tenido el plan urbanístico que ha tenido. ¿Dónde ve la Catedral? Entre edificios, con el AC delante. ¿Y el Castillo? Más de lo mismo. Que te pongan ahí una torre, a la que añadiría algo como el Opera House de Sídney o el Oceanográfico de la Valencia... Desgraciadamente, las ciudades van a crecer hacia arriba. Si el skyline tiene que cambiar y modernizarse, que lo haga.
Pero esa modernización también ha permitido que se derribara la Mundial, de Strachan, y se construyera un Moneo.
Nadie puede negar que la Mundial, como edificio, en un enclave bien conservado y con un buen uso, estaba bien. Pero se encontraba completamente abandonado y hasta que no dijeron que lo iban a tirar, nadie le prestó atención. Es como las casas del Limonar. Son de personal privado y el Ayuntamiento no las puede comprar todas.
¿Cómo atardece Málaga a los ojos de Santana de Yepes?
Cada día es un vestido nuevo para salir por la noche. Siempre bromeo y digo que esas fotos las hago en pijama. Incluso en calzoncillos. Y si me ha pillado saliendo de la ducha… Mejor no decir cómo.
¿Y qué menú le ponemos a esa noche mediterránea?
No soy de marisco por la noche, pese a mi afición por las conchas finas (y que comparte semanalmente en Twitter). De hecho, soy de tomar el que me pone mi madre. A veces me meto con ella y le digo que juega sobre seguro: “Arriesga un poco. Unas navajitas, unas coquinas…”, le comento en tono de broma. El último día fue pletórico; hubo almejas, huevas, boquerones y, por supuesto, conchas finas.
Y todo de la Bahía.
Hombre, por favor. Y del Mercado, que tiene que ser fresco. Los lunes no se puede y los fines de semana, tampoco, porque van los restaurantes a llenar y le suben el precio a mi madre. Eso no puede ser. Es más, le diré una cosa, ella estuvo a punto de invitar a conchas finas a toda la caravana de prensa de Juanma Moreno. Se lo perdieron por no ponerse de acuerdo.