Picasso o la 'interpretación atea' de la Pasión: "Su obra refleja el amor por la cultura vernácula"
Pese a su activismo, el artista malagueño tuvo presente a lo largo de su vida las imágenes de Pasión, recreando en los años 50 estampas propias de la cultura vernácula andaluza.
24 junio, 2023 05:00Noticias relacionadas
Si uno piensa en el nombre de Pablo Ruiz Picasso, seguramente se le vengan a la cabeza obras como Las señoritas de Avignon, el Guernica o el retrato de Dora Maar. Todas estas creaciones forman parte de la constelación de formas y figuras que el malagueño más internacional ideó a lo largo de su vida. Los temas a los que se aferró para construir su corpus artístico siempre dieron pie a la consolidación de universos en sí mismos. El circo, los arlequines, la tauromaquia… ¿Y la Semana Santa?
Es innegable el ateísmo activista al que el Picasso se encontraba adscrito, pero eso no quita que se sumergiera en las profundidades de lo sagrado para reinterpretar la pasión de Jesucristo. La imagen del crucificado reapareció en distintos momentos de su vida, especialmente aquellos vinculados a la angustia y el sufrimiento, tal y como apuntan algunos investigadores.
De hecho, su biógrafo John Richardson relata aquel episodio en que Picasso le prometió a Dios que si su hermana, enferma, se salvaba de la muerte, él entregaría los pinceles y las paletas para siempre. Pero Dios prefirió que en el mundo hubiera un genio a un hombre de fe y Conchita acabó falleciendo.
De toda su obra ‘sacra’, destaca especialmente el cuaderno fechado en 1959, en el que un exvoto del conocido como Cristo de Torrijos le sirve como pretexto para dibujar a un crucificado haciéndole un quite a un picador que ha caído del caballo. De esa serie de dibujos, la Agrupación de Cofradías de Málaga eligió uno para anunciar la Semana Santa de 1998, cuando se cumplían 25 años de su muerte.
En aquel entonces, la institución se encontraba dirigida por Clemente Solo de Zaldívar, contando con personalidades como Jesús Castellanos en la comisión de Cultura. Carlos Ismael Álvarez, vicepresidente de la Agrupación en aquella época, relata cómo se gestó la iniciativa. “Aquella elección fue chocante y no lo fue al mismo tiempo. Nos encontrábamos en un momento especial para la ciudad; no solo por la conmemoración de la muerte del pintor, sino por la fuerza que estaba cogiendo el anhelo de tener un museo en Málaga dedicado a Pablo Ruiz Picasso”, relata.
Este hito, que se logró con 2003 gracias al “feliz triunvirato” que conformaron Carmen Giménez (primera directora), Carmen Calvo y Christine Ruiz-Picasso, había latido en Málaga desde hacía 50 años. “Todos empezamos a remar en el mismo sentido y nosotros, los cofrades, a los que no se nos cae de la boca la palabra Málaga, decidimos ilusionarnos y luchar por las mismas inquietudes que en aquel entonces estaban vigentes en nuestra tierra”, rememora Álvarez.
Esa voluntad de traer a Picasso “de vuelta” logró calar en todos los sectores de la población. Incluido en las cofradías, que decidieron que su dibujo de un Cristo fuera la imagen del cartel: “Exagerando un poco, muchas veces nos consideramos la quintaesencia del malagueñismo. Bien, pues hagamos cosas por Málaga, vivámosla, sintamos el mismo anhelo que entonces sentía la ciudad entera. Creíamos que el cartel podía ser toda una declaración de intención”, subraya el abogado, quien formó parte del II Plan Estratégico Málaga, ciudad de Cultura.
Álvarez afirma que esta decisión generó división de opiniones, retroalimentadas desde “dos flancos distintos”. Por un lado, aquellos que invocaban constantemente a la tradición y que “esto no tenía nada que ver” con la Semana Santa: “Decían que la vanguardia es siempre sospechosa y que la contemporaneidad está para otras cosas”, apunta. Por la otra parte, los propios vanguardistas, que reprochaban a los cofrades haber cogido con pinzas y descontextualizado la obra de Picasso.
“Personalmente, difiero de esa segunda tesis. Pablo Ruiz, como cualquier otro artista, tenía sus fuentes de inspiración en la vida vivida y en los recuerdos de la infancia. Esas sensaciones captadas en su niñez, propias del mundo que les rodea, se reflejan en el amor por la cultura vernácula que pinta. Son mitos y ritos inequívocamente españoles. El flamenco, las coplillas de carnaval que recitaba, la tauromaquia…”, expone Carlos Ismael Álvarez.
En ese corpus folclórico también estaba, como no, la Semana Santa. Procesiones de Cristos y Vírgenes que tuvo que ver de pequeño, especialmente si se tiene en cuenta que nació en la plaza de la Merced, junto a uno de los epicentros cofrades de la pasión decimonónica y de principios del siglo XX de Málaga.
El historiador del arte Jaime Moreno relata que el nacimiento de Picasso en 1881 coincide con una época en la que existen ciertos aires de resurgimiento, tal y como coinciden las investigaciones de Roberto Jurado y Abel Parejo. Es precisamente en estas décadas cuando se va cogiendo aplomo, aumentando el número de corporaciones y el patrimonio… “El crac del 98 lo trastoca todo. Tenemos que irnos hasta los años 20 para ver esa Semana Santa de esplendor, gracias en parte a la documentación existente y a la presencia de la recién nacida Agrupación”, añade Moreno.
Picasso, testigo de su tiempo
La Pasión según Picasso deja retazos de una Málaga a la que no volvió pasado el invierno de 1900-1901. Sin embargo, de aquí se llevó adherido en su ADN la identidad de la ciudad. En 1959 dibuja a una Virgen, que se encuentra en la colección Museo de Arte Carrillo Gil. La manera en la que el genio interpreta a la talla no deja lugar a dudas: se trata de una dolorosa andaluza.
“Eso no lo aprendió en Coruña, ni en Barcelona, ni en Montmartre ni en ningún otro lado. Es una virgen vanguardista en cuanto a la forma, pero el concepto de la talla con corona, rostrillo, collar, enjoyada y con el corazón atravesado por siete puñales es de una virgen inequívocamente andaluza”, relata Álvarez.
“Este hecho nos permite reflexionar sobre la importancia de las imágenes recibidas y almacenadas en tu infancia, cuando todavía el cerebro todavía está tierno. Picasso, que tenía muy buena memoria y una gran sensibilidad, no dejó de reproducir esos flases de su infancia. La potencia iconográfica de las imágenes va mucho más allá de su adscripción al sentimiento. Hay una unidad formal y estética con una potencia expresiva brutal”, apunta Moreno.
Aunque la discrepancia con el régimen dictatorial de Franco no pudiera ser mayor, ambos coinciden en que una parte del pintor seguía anclada a España y más concretamente a la cultura vernácula que le rodeó. Este hecho traslada a Picasso a una dimensión superior. Plural. Picasso es coruñés, es barcelonés, es parisino, pero también es nuestro.