Estos días se está hablando largo y tendido de los nazarenos. En estos dos años de pandemia se ha augurado la muerte súbita de los hombres de trono en los varales, de generaciones perdidas como los Niños Perdidos de Peter Pan e incluso del fallecimiento de cofradías que ya llegaban justitas en otros tiempos dorados antes del coronavirus.
Nadie se acordó de los nazarenos o por lo menos no se nombraban entre los restos del naufragio Covid-19. Se hablaba de pérdidas económicas, proyectos inacabados o estancados o que volveríamos mejores. Y ahora que si algo nos debería haber enseñado este tiempo es a prevenir, cuando deberían estar cerrándose los plazos de recogida de túnicas para el completo de la corporación, resulta que haciendo números no nos salen las cuentas. Vamos, en algunos casos ni casi cuentas porque caben en los dedos de una mano.
Antes se vaticinaba que las primeras que caerían serían las asociaciones y grupos aún no consolidados pero el hambre ha llegado para casi todos. El problema este año no es llenar el varal, que puede serlo en algunos casos, el problema es que no hay luz que alumbre el camino. Y de aquellos barros estos lodos. Se pregonó a los cuatro vientos que moriríamos de exceso, se paró el tiempo por el virus y volvimos justo donde lo dejamos: a punto de morir. Sigue sin haber conciencia de nazarenos en esta ciudad, siguen sin cuidarse y sin mimarse. Con dos encuentros anuales para decirles las normas y poco más no se transmite la pertenencia como tampoco invitando a un chocolate con churros.
¿Los cargos que sustentan esos cuerpos de nazarenos se ganan su capa? ¿Conocen a sus nazarenos? ¿O sólo son responsables de ellos unas horas al año? Sería una opción a considerar que cada mayordomo trabajara con su conjunto de nazarenos durante todo el año quizá así también el cargo tendría más sentido de equipo en el conjunto de la hermandad. Estructural piramidal la llaman.