Dentro de poco se cumplirán dos años del primer estado de alarma al que nos arrastró el coronavirus. William Shakespeare ya nos había puesto en alerta cuatro siglos atrás, cuando en 1599 escribió su obra maestra Julio César. El dramaturgo británico había profetizado entonces: "Cuídate de los idus de marzo". Se refería a los días 15 del mes de Martius, que estaban señalados en el calendario romano por ser fuente de buenos augurios, pero vistos los últimos antecedentes, se confirma la teoría de Uderzo: "¡Están locos estos romanos!".
Sea como fuere, durante aquellas primeras semanas del confinamiento, asumiendo que a la par de la pandemia seguíamos viviendo la cuaresma, comenzaron a surgir las primeras voces que nos hacían presagiar un futuro cuanto menos difícil. No había tertulia, debate o conversación en el que las mismas preguntas no saltaran a la palestra: ¿Qué ocurrirá cuando volvamos? ¿Cómo lo haremos? ¿Qué respuestas daremos? ¿Cuál será la realidad con la que nos encontraremos? Análisis, predicciones y elucubraciones que iban dirigidos a un devenir que se ha acabado convirtiendo en presente.
El momento ha llegado y los pronósticos han dejado paso a los resultados de campo. Todavía falta maduración, pero ya se escuchan las primeras llamadas sutiles que piden arrimar el hombro. No seré yo quién se enfunde en la capa del pesimismo, pero todos los caminos parece que llevan a Roma (otra vez). Hablaba hace poco con un amigo que defendía que la desafección no es algo propio de esta reciente década (y que no es tan catastrofista como se afirma), sino que viene respondiendo a una evolución de la sociedad que opta por otros fenómenos culturales antes que la Semana Santa. Eso sí, "con el agravante añadido de una pandemia de dos años", coincidíamos.
Que se vayan cerrando los tallajes y no se hayan llenado todos los puestos de un trono no es nada nuevo. Que finalice el reparto de túnicas y queden equipos de nazarenos colgando de las perchas, tampoco. Ante esta situación, cabe hacerse dos preguntas: la primera, ¿las cifras son mejores o peores que en 2019? La segunda, ¿qué estamos haciendo para revertirlo? Todavía hay tiempo para pensar que el mañana puede ser mejor. Parafraseando al gran maestro Woody Allen, a todos nos interesa el futuro porque es el sitio donde vamos a pasar el resto de nuestras vidas. En él nos encontraremos; los cofrades, también.
P.S: Esto del futuro quizá le hubiera interesado saberlo a Julio César. Paradojas del destino, la tradición cuenta que fue asesinado durante los idus de marzo del año 44 a. C.