Controversia, cultura, feminismo, sarcasmo y tradición son términos muy ligados a la producción de la artista Pilar Albarracín (Sevilla, 1968). Sus dinámicas instalaciones, performances, vídeos, collages, pinturas e ilustraciones la sitúan al frente de la contemporaneidad artística del panorama español, valiéndose de la identidad andaluza como arma y fundamento en la totalidad de su creación. Su surrealismo divertido a la par que crítico abandera en multitud de ocasiones la causa feminista y la lucha contra la desigualdad social, empleando para ello elementos propios de la estética flamenca y en el caso que interesa a esta columna, lo cofrade.

Habría pagado por ver la cara de los parisinos que deambulaban por la Rue de Seine de la capital francesa. A comienzos del año 2020 se inauguraba la exposición No apagues mi fuego, déjame arder de Pilar Albarracín donde la sevillana rendía homenaje a la Semana Mayor de Andalucía. Toda una oda al ámbito heterodoxo de una tradición donde el dogma y lo bacanal se concentran para dar a luz a una de las manifestaciones populares y culturales más interesantes del planeta.

Posiblemente acostumbrados a asociar elementos culturales españoles, que más bien andaluces, a la visión romántica traída al país galo en el XIX por Delacroix y compañía, los curiosos y visitantes de la galería Vallois de París posiblemente quedarían sorprendidos al ver todo el catálogo expositivo traído por la sevillana repleto de referencias a la cultura ibérica. Mantillas, cirios y pañuelos bordados invitaban al clásico discurso de souvenir y pandereta el cual rápidamente se interrumpía por la descontextualización latente en las piezas o su sumisión a elementos discordantes. La cofradía ya estaba en la calle y a Montmartre con ella.

Algunas de las primeras piezas que componían la muestra de Albarracín formaban parte de la serie homónima a la exposición. No apagues mi fuego, déjame arder muestra a la clásica mujer de mantilla y Jueves Santo ataviada con peineta, rosario y perlas a juego con la pequeña diferencia de que se encuentra envuelta en llamas. Tanto ella como el libro que sostiene en sus brazos irradian llamaradas de fuego que juegan en torno a esta clásica figura de la Semana Santa. La mujer de mantilla se deja arder en un acto de violencia y solemnidad como gesto contra la opresión y sofoco del sambenito conservador, rancio y casposo que desde culturas y sociedades ajenas al sur de la península se asocia con la fiesta.

De alguna manera, la naturalidad con la que se asumen los cambios de roles durante la Semana Santa en España y Andalucía se presenta en cierta forma en las imágenes ofrecidas por la pieza Vírgenes a pie. En una tierra donde se trata a Cristo de tú, la Virgen no iba a ser menos. La presentación de esculturas de dolorosas intercambiando afectos con otras imágenes definen la cotidianidad a la que se encuentran sometidas estos iconos devocionales. El corrillo conformado por estas imágenes de candelero nos hace partícipes de una familiaridad a la que la religiosidad popular recurre de forma tan usual en este tipo de celebraciones. De alguna manera somos partícipes del dolor y la alegría colectiva donde los protagonistas bajan de los pasos, tronos y altares para jugar a la vida.

Sus juegos con los códigos barrocos y cofrades también aparecen en sus Rezos explosivos, unos cirios que se convierten en dinamita como posible analogía de la explosión de estímulos que provoca el conjunto de candeleros encendidos en una calle estrecha. Se deja entrever el papel predominante del fuego, tan presente en la vivacidad de los elementos de su producción y los valores que pretende reconvertir con ella. Así, en Luces y sombras se recopila una muestra fotográfica de cirios nazarenos encendidos y sujetados por una mano femenina. Las uñas postizas que estas poseen se transforman en nazarenos multicolores, así como en patrones propios de otras etnias, diversidades raciales y culturas primitivas. La integración social, el feminismo y especial participación de la mujer en las hermandades y cofradías tienen al mundo agarrado por los cirios. Y esto está que arde en la producción de Albarracín.

Finalmente, la pieza Arquitectura de esperanza se presentaba por entonces como un buen resumen de la muestra parisina. Una estructura de sujeción de velas tan típicas de las cererías muestra el conjunto de cirios en disposición inversa a la habitual de tronos y pasos de palio. Esta vez son los tramos inferiores de las velas las que hacen el juego de alturas y disposiciones, una escala de cera descendente donde Albarracín, al igual que ya realizó en piezas anteriores al invertir por completo un paso, nos propone darle una vuelta a todo lo establecido.

Repensar nuestra cultura, aprovechar la riqueza que nos ofrece y arrojar nuevas lecturas contemporáneas para extraer y disfrutar de la esencia ajena a la aburrida y cansada ortodoxia. Temas tabúes, legitimaciones morales y otras prohibiciones continúan asustando, no solo en París, sino en ciertos ámbitos normalmente situados al norte de Despeñaperros. Trabajar por nuestra identidad contando para ello con nuevas miradas. No apaguemos nuestro fuego, dejadnos arder.