¿Por qué le gusta a usted la semana santa, es usted cofrade? En muchas ocasiones me han hecho esta pregunta, y la verdad es que mi afición no solo responde, que también, a que me he criado a un tiro de piedra de la Tribuna de los Pobres o que por mi calle y debajo del balcón de mi cuarto se recogía el Cautivo y la Soledad. Puedo añadir que me interesa su vertiente cultural, antropológica, histórica, y de hecho es así. Y además soy cristiano, aunque hay ateos que no se pierden una procesión y personas religiosas que no participan de ese entusiasmo.
No me puedo adjetivar como cofrade, pues no merezco esa calificación. No pertenezco a ninguna cofradía, y por tanto, no asumo la carga de compromiso y trabajo que la condición de hermano implica o debe implicar cuando no se limita a pagar las cuotas. En mi caso, año tras año, me impresiona ese puntual hecho histórico, un nazareno apresado y ejecutado por las autoridades romanas hace 2000 años, un hombre que difunde un mensaje de amor al prójimo y que como creyente estoy seguro que es el hijo de Dios.
Me sobrecoge un acto de sacrificio que antes que él, y años después, han hecho muchas grandes personas por motivos religiosos, políticos, sociales o éticos. Me sorprende como la cultura popular hace que una iconografía, una música, un silencio, un tambor, combine recogimiento y bullicio, y que pasemos de uno al otro en segundos.
Supongo que si preguntan a otra persona, les contará otras razones, otras vivencias, parecidas, distintas e incluso contradictorias. La cuestión es que resulta cansino la recurrente lista de agravios y reproches mutuos entre las versiones integristas de los pro y anti Semana Santa. No falta el listo de turno que en nombre de la modernidad reduce todo a una caricatura donde solo aparece lo rancio, pero siempre es ayudado de forma eficaz por el capillita (que no es lo mismo que cofrade) que considera cualquier objeción a sus planteamientos como un ataque.
El integrista no necesita escuchar, lo sabe todo; lo tiene fácil porque su universo del saber es cortito, 4 ó 5 frases bien aprendidas lo convierten en un consumado especialista del monólogo que no admite preguntas, ni las suyas propias. En fin, al moderno integrista que tal mal lo pasa esos días le ruego serenidad y reflexión. No me consta que nadie sea obligado a participar directa o indirectamente en los actos cofrades y la cultura y la modernidad no son monopolio de nadie por lo que es conveniente recordarles que los que vivimos la Semana Santa no somos garrulos anclados en la España negra. Y al devoto dueño de verdades absolutas, si me lo permite, le ruego que anide en su alma algo de espíritu cristiano, de fraternidad y amor al prójimo, que entre otras cosa implica no poner contra la pared a quienes quieren vivir su fe y seguir siendo ellos mismos, sin avergonzarse de querer y vivir con quienes ellos elijan.
En 2022, si salimos de esta pesadilla de la pandemia, cuando vea a Cristo y a su madre por la calles de Málaga, tendré presente un grito desesperado hecho por un hombre bueno, monseñor Romero, cuando clamaba antes de ser asesinado en San Salvador: "En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión". Me acordaré de la Iglesia de los pobres, de los derechos humanos, que como el Sur, también existe, en especial en América Latina. Esta es la Iglesia de la teología de la liberación, la que no pregunta por ideología y religión para ir de la mano con los que quieren un mundo mejor. Es la Iglesia que dejaba sus sacristías para reuniones clandestinas en el franquismo, la de los curas obreros viviendo con su pueblo y luchando por una España democrática. La Iglesia del cura Llanos, de Alfonso Carlos Comín, o a su manera la del cardenal Tarancón, la del teólogo malagueño González Ruiz, y la de muchos más que tenían claro que el camino hacia Dios no podía pasar por una carretera distinta a la de los hombres.
Hay que huir de polémicas falsas. El laicismo es un concepto muy distinto a las muestras de sectarismo por las cuales un cargo público no debe asistir a un acto religioso, opinión siempre respetable salvo que se pretenda imponer por vía imperativa. Mi experiencia me ha enseñado que razones de cercanía y cordialidad hacen muy conveniente que las personas con representación pública de cualquier índole, participen con su presencia en las celebraciones de aquellos grupos que han tenido la gentileza de invitarlos. Y esto lo mantengo al margen de las convicciones propias que cada uno tenga, ya que de lo que se trata es de responder con gratitud a unas personas que les quieren hacer partícipe de un acto muy importante para ellos y que además no exigen que compartan las señas de identidad de ese grupo. Ante esa invitación, entiendo que el pluralismo de la sociedad y la vocación de todo cargo público de representar a los ciudadanos en general y no sólo a los que los hayan votado, permite una digna presencia del cargo público en cualquier acto social, político, religiosos o cultural, salvo, como es natural, que en esas reuniones se haga apología directa de ideas que atenten contra los valores básicos que fundamentan los derechos inalienables de las personas y los de una sociedad democrática. Más en concreto con las celebraciones religiosas, a veces en mi etapa de concejal he tenido que aclarar que no acudía a las que me invitaban porque fuera católico (que lo soy), es más, lo haría igual si no lo fuera y por las razones que antes he expuesto. De hecho y sin problema alguno visité en esa etapa una mezquita y un acto de una Iglesia cristiana distinta a la católica. El art.16 de la Constitución no permite religiones oficiales y por tanto privilegios frente a los no creyentes o a los de otras confesiones, como pasaba con la Iglesia Católica en la dictadura de Franco, pero no impide, más bien establece, las debidas relaciones de colaboración con todas las confesiones.
Nunca rechacé una invitación a un acto religioso (o de cualquier otra naturaleza, con los límites antes expuestos); ¿por eso no respetaba la laicidad de los poderes públicos? El que suscribe, de forma pública e incluso en términos académicos en su quehacer como profesor de Derecho, mantiene la necesidad de una revisión de los concordatos con la Santa Sede por incluir aspectos contrarios a la Constitución, no oculta su crítica a la incorporación de la religión como asignatura evaluable en los planes de estudios o la posición tan poco cristiana que mantiene la jerarquía católica respecto al matrimonio entre homosexuales.
He llevado mociones al pleno municipal para que no se cediera una antigua biblioteca a una cofradía, por otra parte muy querida para mí, porque entendía que era más necesaria la dotación de una escuela de adultos, así como mostré aspectos críticos respectos a determinadas vertientes de la Semana Santa en una entrañable reunión con la Junta directiva de la Agrupación de Cofradías de Málaga, a la que como candidato entonces a la alcaldía de Málaga tuve el honor de ser invitado en 2011; fui escuchado con mucho respeto aunque supongo que a alguno no le gustaría lo que les dije. En mi etapa de concejal-portavoz de IU en el Ayuntamiento de Málaga las hermandades de Málaga me trataron siempre con exquisita cortesía en los actos a los que tuve el honor de ser invitado y creo que el mutuo conocimiento permitió superar prejuicios decimonónicos.
¿Por qué me siento semanasantero? Porque quiero ser el 5% de culto y buena persona que era Jesús Castellanos. Un ejemplar ciudadano siempre dispuesto a ayudar a los demás y un magnífico especialista y creador en el arte cofrade. En lo personal, era un amigo de cuya equilibrada y sabia conversación esperaba aún disfrutar muchos años, era un colega de la docencia en la Universidad con el que hablaba de proyectos de estudio entre la Medicina y el Derecho (nuestras respectivas disciplinas), era un ser humano que, como todas las buenas personas, nos hace la vida más agradable a los demás.
Y me siento semanasantero porque en Andalucía podemos combinar la devoción y el respeto con la alegría y el buen humor. Somos capaces de cantar una Saeta y a los 5 minutos la pegadiza Always Look on the Bright Side of Life (Mira siempre el lado bueno de la vida) de la película La vida de Brian, del grupo inglés Monty Python, una obra maestra del humor, en cuya escena final un grupo de crucificados en las últimas, acaban cantando para finalizar una divertida e inteligente parodia del mesianismo, que no siempre es religioso ya que algunos fanáticos del libre mercado o los autonombrados "esencia de la revolución" pueden ser tan ridículos como el personaje del gobernador Poncio Pilato, su amigo Pijus Magnificus o los cómicos militantes del Frente Popular de Judea de la película.