Hacer sangre de las desgracias ajenas no es solo un deporte nacional sino que curiosamente es bastante frecuente en según qué ámbitos cofrades. Como dicta la filosofía de calle “gilipollas hay en todos lados” y en el sector capirotero los y las tenemos de todas las alturas, sexos, condiciones y clases, porque la estupidez supina y la mala pipa nos iguala más que el varal.
Señalar como una vergüenza que se queden túnicas colgadas y varales con más huecos que el Congreso de los Diputados en agosto, animando igualmente a que se haga público para que así a vista de toda Mágala a la que en general –y salvo al público cofrade- le importa un carajo las miserias cofradías más allá de lo que atañe estrictamente a las procesiones, se exclame el “shame!, shame!” señalando a las criaturitas a las que le faltan 80 o 90 para salir dignamente a la calle. Porque nos empeñamos más en buscar culpables que soluciones, las razones por las que, más allá de la pandemia, hemos conseguido espantar a la gente de las cofradías tienen diferente padre y madre y seguramente habría que tirar de sociología y psicología para explicarlo, más allá que un sesudo análisis de barra de bar masacrando croquetas congeladas o grupo/cueva de WhatsApp donde se cultiva más mala leche que mangos en la Axarquía.
Vergüenza no es reconocer que te falta gente, por ahí vamos a pasar todos antes o después porque esta crisis en mayor o menor medida va a llegar a casa del tieso y del real muy ilustre y venerapla. Hay que hacerlo porque en el fondo sigue habiendo gente con ganas de echar una mano, de darle sentido a la palabra hermandad. Vergüenza es aprovechar la coyuntura para sacar el repertorio de bajezas, de echar mierda al otro, de desunir en lugar de estar tod@s a una para sacar esto adelante, de vanagloriarse de que a la tuya no le afecta porque es una grande. Se te olvida querido/a cofrade/a grande, que el único mérito para pertenecer a una “gran cofradía” de las que tanto gusta mirar por encima del hombro, es simplemente pagar una cuota, y eso querido/a imbécil, lo hace cualquiera.