Puentiferario.

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Cofradías

La identidad

21 marzo, 2022 05:00

Un niño vestido de estreno contempla a hombros de su padre el trascurrir del cortejo de otros niños con palmas, esta escena cotidiana y aparentemente intrascendente es en realidad el aleteo de una mariposa de efectos imprevisibles, os aseguro, queridos no cofrades, que habrá quien pueda surfear en las olas que ha provocado este papel de caramelo tirado al mar un Domingo de Ramos.

En un par de años el niño se abrirá solo un hueco entre la gente para ponerse en primera fila cuando por circunstancias sus padres no le lleven a ver la procesión con tiempo, otros adultos más previsores les harán saber que no hay de qué preocuparse, que no perderán de vista al crío en ningún momento y le cogerán de la mano cuando llegue el trono porque parece un poco nerviosillo. Experiencias como estas serán las primeras capas de una cebolla de cera que irá engordando con los años, llegado el momento la bola se quedará en casa y el ya adolescente rodará por su cuenta, contará en su currículum con un completo dosier de la ciudad en que vive y de cómo siente su gente. Al contrario que aquel viaje a Disneyland que había que hacer por narices para dejar recuerdos familiares imborrables y de los que apenas se conserva un peluche de rata negra pillando polvo en la repisa, este otro viaje a ninguna parte, iniciado un Domingo de Ramos a la vuelta de la esquina, baratísimo de precio, será definitorio de su identidad como miembro de un grupo, como ser social, no solo como consumidor. Probablemente sea un viaje del que nunca vuelva, que marcará a nuestro protagonista de por vida.

Tal vez entre vosotros, estimados no cofrades, la palabra marcar no tenga buena prensa, os sonará a eso que se le hace al ganado para identificar la propiedad de un rebaño, como un penitencial hierro candente impuesto a regañadientes, pero no es así. La identidad del animal cofrade lleva implícita la diferencia y para ello es requisito imprescindible la libertad. Las identidades solo se pueden definir por la controversia, por el afán de superación. Las cofradías se desenvuelven como seres vivos, son entes que necesitan adecuarse a su lugar y su tiempo para sobrevivir y para ello, a veces imperceptiblemente, experimentan, se equivocan, rectifican, replican formas y hasta son capaces de morirse y resucitar para empezar de nuevo. Por eso vertebran la sociedad aunque las cuentas no salgan, porque viven con ella, no solo movilizan acciones, también reacciones encontradas e incluso omisiones. En un mundo cada vez más global las cofradías son una mezcla de pan del espíritu y circo que el pueblo se regala a sí mismo. Se han convertido en banderas, cada una en su circunscripción, ondean orgullosas, se mantienen a media asta o se guardan planchaditas en el cajón esperando tiempos mejores.

La identidad, que no es más que la personalidad elevada al grupo, y que como ya os he dicho implica diferencia y libertad, es lógico que se procure enemigos, lo son todos aquellos que ganan cuando todos andamos al compás del mismo tambor. El poder se ejerce siempre mejor limando las diferencias y para ello no hay mejor forma que atacar desde dentro, la imposición aquí no funciona. La táctica es seleccionar una serie de signos distintivos y empezar a denominarlos señas de identidad, con la debida insistencia se consigue el resultado de tomar ciertas partes por el todo, el rábano por las hojas, con lo que lo identitario acaba resultando un estereotipo, un disfraz con el que camuflar lo que convenga y poder así vender a todos la misma burra, la llamen con el diminutivo que la llamen en esta torre cofrade de Babel. Lo mejor para acabar con la identidad es disfrazarse de ella.

Algunos medios de comunicación han llegado a acuñar señas de identidad en su línea editorial, colocando sambenitos y alimentando cazas de brujas, había que consumirlos necesariamente como quien repasa el BOE para estar al tanto de las últimas novedades punitivas. A ellos les debemos la configuración de las rivalidades interprovinciales, en particular la de Málaga-Sevilla, de tan nefastas consecuencias, una pesada carga de cateta rivalidad futbolera, de complejos y de visiones deformadas de la realidad. Afortunadamente con las redes sociales el control parental identitario de la prensa y ciertos líderes de opinión ha saltado en mil pedazos, bueno… en realidad no tantos, pero es evidente que las opiniones se han atomizado algo, el resultado será imprevisible, ahora cuesta trabajo distinguir las excepciones de la regla general; el caso es que los antiguos gurús no saben por dónde tirar, con lo fácil que sería si sus tribunas siguieran distinguiendo lo auténtico de lo falso…

Los partidos políticos son dados a las relecturas identitarias. Los de izquierda se decantan por arrimar la Semana Santa al ascua nacionalista, me refiero a la andalucista, destacando sus evidentes reminiscencias con las celebraciones de culturas pasadas y procurando desvincularla en la medida de lo posible de la Iglesia, su falso atávico enemigo. Los de derechas también nos dan la brasa con lo nacionalista, pero en este caso españolista, hacen circular fotos de candidatas disfrazadas de Juanita Reina, hincadas de rodillas ante imágenes sagradas, como recordatorios de primera comunión con figuritas de escayola. Unos y otros se equivocan, como cualquiera que ose definir/redefinir ideológicamente la identidad en la Semana Santa. Los primeros porque no se percatan que si eliminamos la raíz cristiana la fiesta se queda sin alma, y el alma es lo que precisamente nos emparenta con los fenicios, iberos, musulmanes o romanos que poblaron estas tierras, además las cofradías son un indiscutible fenómeno occidental medieval al que la Contrarreforma dio carta de naturaleza universal creando un producto de importación y exportación, Andalucía como potencia mundial precisa de puertas abiertas a sus vecinos y al mundo. Los segundos, los de derechas, hacen el ridículo más estrepitoso tratando de reverdecer los laureles secos de una Semana Santa grande y libre que en realidad nunca existió,  confunden la fiesta popular real con la de las películas del NO-DO con la que se pretendía dar un poquito de glamour al nacionalcatolicismo. ¿Y los partidos de centro qué? Pues los de centro a lo suyo, ni chicha ni limoná, lo de la identidad ni se lo plantean, son más pragmáticos, para ellos la Semana Santa no es más que un fenómeno de temporada, de temporada alta en tiempos de campaña, que les sirve para hacerse muchas fotos en muchos sitios y soltar de vez en cuando alguna ayudilla económica, sobre todo a las hermandades que menos lo necesitan, las de más tirón popular-electoral, sin dejar de lado a las pequeñas asociaciones de barrio de distritos electorales densamente poblados que no cuenten con algún club potente de petanca que les haga sombra.

Como habréis comprobado, estimados no cofrades, la pilastra avanza sin haberos mencionado ni uno solo de esos supuestos elementos identitarios. Más que un ejercicio de estilo es mi forma de negarlos, o tal vez de ocultarlos para evitar que con sus códigos alguna marca reanime virtualmente a otra artista muerta y pague a su hija para que imite el acento en un anuncio de cerveza. En realidad la identidad no son más que formas pilladas de aquí o de allí, inventos de mentes geniales, modas y modismos, expresiones artísticas, elementos consuetudinarios, soluciones para salir del paso que se perpetúan hasta nueva orden, nos vale todo, hasta lo opuesto (el blanco y el negro, la alegría y el drama, lo ostentoso y lo humilde, el exhibicionismo y la compostura, la luz y la oscuridad, el día y la noche, lo sagrado y lo profano, la sinceridad y la mentira, la saeta de hondura abisal o la tontada para TikTok…). No obstante, la identidad necesita definirse para poder existir, es una tarea muy peligrosa porque en el momento que se tipifica se topifica y de eso en Andalucía sabemos tela marinera. La ingrata misión de definir la identidad les toca a los pregoneros, anualmente rastrean y someten al respetable sus propuestas para su refrendo popular con aplausos.

Es muy fácil caer en los tópicos cuando hablamos de identidad, yo mismo he incurrido en ello con el idílico comienzo de esta pilastra, tan original como la niña de aquel discurso electoral de Rajoy. ¡Si soy cofrade! ¿Qué podíais esperar? Para tratar de remediarlo os dejaré el final abierto, vosotros decidiréis los derroteros de aquel niño que descubrió la Semana Santa a hombros de su padre un Domingo de Ramos, ya os dije que no cabe identidad sin libertad. De todo corazón le deseo lo mejor.