Entre las muy diversas y numerosas leyendas que enriquecen la historia de la Semana Santa de Málaga destaca la del Cristo de Cabrilla y la de la hermandad que se originó en culto a su alrededor. Un relato que viene a recordarnos que nada es para siempre y que lo que hoy parece seguro, mañana puede desaparecer. Una verdad triste, pero que la Semana de Pasión suaviza recordándonos que sobre la muerte, la vida triunfa siempre. Así que todos tranquilos.
Los orígenes de estos hechos se pierden en las nieblas del tiempo, por lo que, según los estudiosos, existen dudas de la fundación de una Hermandad de Nuestro Padre Jesús de Cabrilla durante los siglos XVII, XVIII y XIX, al no existir ningún documento específico. Como se aprecia, el lapso de tiempo es bastante amplio.
Sin embargo, sí hay una primera noticia fehaciente de la existencia de esta hermandad, pero no llegará hasta el año 1903. Una hermandad que veneraba una imagen situada en la iglesia de Santo Domingo: el Cristo de Cabrilla.
Pero ¿de dónde había salido esa misteriosa talla? Pues he ahí el quid del asunto, querido amigo.
Él vino en un barco
La leyenda habla de un trotamundos que llegó al puerto de Málaga a mitad del siglo XVIII y se bajó de un navío con lo puesto. Su ropa, andrajosa; su mirada, perdida; su semblante, serio; su gesto, cansado.
Sus andares, lentos y pausados, repletos de introspección y oración, lo condujeron por el entorno de Atarazanas, antes mucho más cerca del mar. Al caer la noche, sin un lugar donde cobijarse, el extranjero fue llamando a las puertas de las casas malagueñas para encontrar refugio donde dormir.
No obstante, por mucho que golpeó, nadie quiso ofrecerle un lugar para descansar después de tan larga travesía. ¿Nadie? Pues no, claro, si fuera así tal vez no habría historia alguna.
En plaza de Arriola, una mujer, de apellido Cabrillas o Cabrilla, en un arranque de bendita hospitalidad, se apiadó del pobre peregrino y decidió ofrecerle hospedaje para que descansara su maltrecho cuerpo. La antigua vecina malagueña le ofreció alimento y preparó al silencioso mendigo una parca habitación, a la que él se retiró sin casi mediar palabra. (Hay que ver también el valor de las personas generosas…).
Pasó la noche sin mayores incidentes y la mujer, al ver que ya era más de media mañana y su huésped no daba señales de vida, tras dejarlo descansar un largo tiempo prudencial, se armó de valor y entró a la habitación después de llamar con insistencia y no encontrar respuesta alguna.
Cuál no sería su sorpresa al comprobar que en el cuarto no había nadie, que la cama seguía hecha y que sobre ésta, tumbada, se encontraba una talla de Jesucristo de tamaño natural. La señora, consternada, comprobó que la puerta de su casa seguía echada por dentro y que nadie parecía haber salido de allí sin que ella se enterara.
Ante esto, lo lógico: pensar en un milagro. Así, la casa de la señora Cabrilla, o Cabrillas, se convirtió al poco tiempo en un lugar de devoción, al cual acudían cada vez más vecinos de Málaga convencidos de que el propio Señor Jesús había posado sus pies en la ciudad.
Según también la leyenda, la dueña de la casa dejó dicho que, tras su fallecimiento, se trasladara la imagen al Monasterio de Santo Domingo y, lo escrito ya, alrededor de la imagen se originó una hermandad para venerarla.
Una talla que sobrecogía por su rictus de agonía y a la que, dicen, le crecían el pelo y las uñas y que, por tanto, había que cortárselas con regularidad...
El valor de los hermanos de Cabrilla
A pesar de que la primera prueba documental de la salida en procesión de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de Cabrilla es de 1903, la especulación lógica dictamina que tuvo que salir anteriormente en numerosas ocasiones.
Aunque tal vez no, y eso explicaría por qué, al año siguiente 1904, fuera la única hermandad en armarse de valor y salir en sagrada procesión. Y es que en ese año el ambiente estaba, vamos a escribirlo así, algo enrarecido. El ascenso de diversos partidos radicales y los continuados enfrentamientos entre monárquicos y republicanos habían generado una fuerte corriente anticlerical en la ciudad.
De esta forma, en aquella complicada Semana Santa, el Cristo de Cabrilla decidió realizar su salida procesional el Jueves Santo del 31 de marzo de 1904. La comitiva salió tranquila, pero cuando pasaba por calle Torrijos, que hoy se corresponde a Carretería, un grupo de jóvenes asaltaron el cortejo y lo apedrearon.
Según las crónicas, parece ser que a la causa contra la Iglesia se sumó el resentimiento de otros cofrades que no pudieron ver sus imágenes paseando por las calles malagueñas. Malapipas ha habido en todas las eras...
Tras el acto vandálico la cosa se lio a lo Nadie conoce a nadie y no atraparon a ninguno de los causantes del asalto. Pero, de nuevo, cuenta la leyenda que al final se identificó a dos de los autores y que la providencia se vengó amargamente: uno de ellos se quedó ciego a los pocos meses, mientras que el otro murió en una trifulca callejera, al parecer provocada por su jactancia de haber sido uno de los que tiraron piedras al Cristo de Cabrilla.
La desaparición de la hermandad y de la talla
El año siguiente fue la última vez que se procesionó esta imagen por las calles de Málaga. Es por esto que se cree que su hermandad tenía muchos más años de los que están documentados. Se piensa, además, que ese 1905 figuró a los pies del Crucificado la talla de una Dolorosa que era propiedad de la familia Ojeda y que aún se conserva.
La hermandad desapareció probablemente antes de 1910, aunque el Cristo de Cabrilla siguió recibiendo veneración en su capilla de Santo Domingo.
Para rematar, la tragedia: en la madrugada del día 12 de mayo de 1931, la iglesia de Santo Domingo fue asaltada y los vándalos se llevaron la imagen del Cristo, que se perdió para siempre, pasto de las llamas.
Y el fuego se llevó la talla que con tanto misterio había llegado a Málaga, tal vez, andando por su propio pie.