La de 2022 ha sido la Semana Santa del reencuentro, como se han empeñado en martillear los cursis, pero realmente el reencuentro ha sido con el guerracivilismo cofradiero. En 2019 quedaron las batallas en suspenso porque no hubo procesiones en 2020 ni 2021. Pero el conflicto se ha descongelado y ha vuelto más caliente que nunca. Además, ha venido servido de mucha demagogia.
Partamos de la base de que a mí el recorrido oficial no me gusta. Tampoco me gustaba el anterior, pero es que este es aún peor estéticamente y desde mi punto de vista de participante en una procesión como nazareno. No hay por donde cogerlo. "Teníamos que recolocar a 8.000 abonados", indican algunas mentes pensantes de la Agrupación de Cofradías, ente organizador de las procesiones. Es decir, que partimos de una cuestión de optimizar el beneficio, de no perder clientes ante la modificación del recorrido por motivos de seguridad. Los abogados, que saben de esto, podrían hablar del fruto del árbol envenenado.
Pero el recorrido se cambió, también, porque las cofradías se han subido en la moda postmoderna del cambio por el cambio. Bauman hablaba de modernidad líquida y en el mundo cofrade podemos hablar de un estado gaseoso de la materia. El recorrido oficial es prueba de ello. Había que cambiarlo. En un momento u otro, todos los cofrades hemos deslizado esa idea.
Y se cambió. Se cambió sin tener en cuenta lo básico. Se cambió a lo grande y sin reflexionar un punto de partida tal como que si algo funciona no hace falta cambiarlo, sólo mejorarlo, porque todo es susceptible de mejora, pero los cambios radicales, rara vez surten efecto. ¿Cuándo se aceptan los cambios a lo grande? Cuando hay una estrategia detrás. Cuando el cambio se gestiona con mimo y mano izquierda. Cuando se es humilde y se escucha. Porque la Agrupación de Cofradías, como cualquier otra, no puede olvidarse de la máxima de las organizaciones de hoy: la conversación. Y en San Julián sólo han conversado con quien regalaba oídos.
Y eso es un problema. Las teorías de gestión de organizaciones modernas hablan de algo tan sencillo como la innovación abierta. Un concepto grandilocuente que se trata, simplemente, de escuchar a todos. Escuchar a todos, claro, implica oír cosas que no siempre gustan, pero que ayudan a ver cómo se nos ve desde fuera.
Es decir, que según mi perspectiva, ha faltado mucha gestión. Se ha pretendido comunicar a una parte del público, pero la Agrupación de Cofradías debe hacer una gestión 360º de todas estas rupturas con la normalidad. La institución vive una crisis gravísima de reputación, imagen y comunicación y a nadie parece importarle. De hecho, esta Semana Santa hemos visto cómo se han pedido algunos salvavidas que de poco han servido porque tenían como público receptor a los ya convencidos.
El pequeño grupo que ha dirigido el cambio de recorrido oficial ha pensado que sería suficiente con aguantar el chaparrón un año. Al año siguiente, repintar vallas y poner focos... Pero tampoco ha servido. La gestión sigue siendo deficiente porque se ha olvidado lo más importante: comunicar a la opinión pública de forma convincente. Además, no se han medido las consecuencias que podía traer el cambio. Y ahora estamos viendo cómo se está dañando gravemente la imagen no sólo de la Agrupación, sino también de las cofradías, por extensión.
No medir bien las consecuencias se puede permitir en un momento dado: por ignorancia, por ineptitud, por inocencia... Pero lo que no se puede es esconderse y no afrontar dichas consecuencias. Dar la cara es clave y dar la cara implica escuchar de verdad, tomar decisiones de verdad y ser humilde de verdad. Si se escucha, se decide y se es humilde de mentira, no se hace ninguna de las tres cosas.
Demagogia semanasantera
Hay que ser muy demagogo para hablar de una Semana Santa sólo para la clase alta. Dudo que haya 25.000 malagueños de clase alta, como dudo que esa caricatura oportunista del abonado tipo Marqués de Sotoancho sea capaz de sentarse en una silla de tijera. Ver la Semana Santa es barato, eso es un hecho.
Otro hecho es que no se ha privatizado nada. Se ha ampliado el recorrido oficial, pero la Alameda era hasta 2018 una sucesión de muretes que imposibilitaban ver la Semana Santa. Que las calles se aforen es cuestión de seguridad, pero parece que el altercado público puede ser mayor con ese aforamiento.
Aforar o no aforar, ahí está la clave. Este año se han aforado calles por encima de nuestras posibilidades y eso ha traído más altercados que los que se pueden producir. La alerta antiterrorista está para ser tenida en cuenta, pero salir a la calle para que no vea nadie las procesiones es un sinsentido.
El anterior recorrido oficial no encerraba al espectador. El nuevo lo mete en una ratonera. Lo que antes era una L (Alameda-Larios), ahora es una bolsa (Larios, Alameda, Marina, Molina Lario), lo que ayuda a secuestrar toda la zona de Bolsa o Strachan, por donde se transitaba antaño con cierta comodidad. Incluso, hay días en los que la entrada desde Cisneros y Granada aumenta la superficie de complicaciones de movilidad.
La futbolización de la Semana Santa
De seguir así, aforando calles y expulsando sutilmente al espectador de las calles del recorrido oficial, se nos quedará una ciudad de mentira en Semana Santa. El abonado sólo bajará a ver las hermandades de siempre (en su derecho está) y la percepción del no abonado le llevará a quedarse en casa viendo las cofradías por la tele.
Ha pasado antes en otros espectáculos en los que el dinero se ha ido anteponiendo a los sentimientos. El fútbol, sin ir más lejos, ha vaciado los estadios para llenar las cuotas de pantalla. ¿Corremos el riesgo de futbolizar la Semana Santa? Todo es posible. De hecho, el hooliganismo es cada vez más patente.
¿Y cuál es la solución a todo esto? A toro pasado es muy fácil: no haber cambiado nada para que todo siguiera igual. Pero hecho el cambio, lo primero debe ser cortar la sangría reputacional a la que están siendo sometidas la Agrupación y las cofradías por extensión. Chico daño se está haciendo...
Lo segundo, si de verdad se quiere mejorar, debe ser empezar de cero con la experiencia que ya se tiene. Recordemos que el error de base es la idea de "recolocar a 8.000 abonados". Si partimos de premisas envenenadas, tendremos acciones envenenadas.
¿Es posible revertir esta situación? Me atrevería a decir que es muy tarde. Al menos el actual equipo de la Agrupación no puede hacerlo, no tiene credibilidad ante la ciudadanía. Hace falta un giro de timón y una renovación interior. El cambio ha de venir de dentro hacia afuera.