Se preguntaba cierto cantautor que a qué olían las nubes, el postoperatorio del desengaño, el olvido, las risas, el sonido del silencio o el grito en tu boca diciendo "te necesito". Llevo tiempo dándole vueltas porque, en cierta medida, el Víacrucis de la Agrupación de Cofradías ha despertado el ansia de la incógnita.
Han pasado cuatro meses desde que el nuevo Cristo de Humildad y Paciencia fuera recibido por la ciudad de Málaga. Cuatro meses en los que ha dado tiempo a generar una inmensa literatura en la que parecer estar todo dicho.
Ante esa infinitud de creaciones, uno no puede más que recordar aquello que escribió Barbeito en su sacrosanto pregón de la Semana Santa de Sevilla en 2010: "Yo podría cantarte poemas de cumplido que rimaran el nombre de la tuya con palabras hermosas de tu propio bolsillo. Pero yo no he venido a decirte que soy el que más sabe sino el que más quisiera saberte, el que sigue buscando tus ojos, porque sabe que en tus ojos está todo lo que aquí hay que aprender".
¿Qué dirás de la mía? ¿Qué decir de la espalda a contraluz, del reflejo de la mirada en el cáliz ahogado en lirios, de los pies sobre las lascas de pizarra o del cielo de la Catedral haciéndose grande a su paso? Esta procesión, que lo ha tenido todo (banda de cornetas, tramos a silencio, calles estrechas, avenidas amplias y compañía constante), nos ha arrojado a la Cuaresma. O lo que es lo mismo: nos ha devuelto a la vida.