Siempre que se me presenta la oportunidad de escribir sobre la Semana Santa de Málaga, el vértigo se apodera de mí de un modo casi imbatible. La presión, ante la duda del qué decir, no me permite desarrollar ninguna idea que considere mínimamente publicable. Primero llegan las inseguridades; luego, los bocetos más o menos salvables y finalmente la providencia acaba haciendo su trabajo para que el artículo salga publicado en la fecha prevista (o lo más cercano a ella posible).

Esta situación volvió a repetirse cuando mi amigo y compañero Jaime Moreno me pidió que escribiera sobre la cofradía de la Expiración. "¿Y qué cuento, Jaime?", le respondí, aunque sin ocultar mi ilusión por el encargo. "Lo que quieras: habla de su patrimonio, de su significado en la calle, de la puesta en escena, de lo que te evoque...". 

Fue justamente en la última palabra donde encontré una piedra angular sobre la que vertebrar mis pensamientos. La lista de personas capacitadas para analizar en profundidad y con rigor la historia y el arte de esta corporación es inmensa, y en ella, por desgracia, no me incluyo. Pero soy el único -aunque resulte obvio- que puede hablar de aquellos sentimientos que cada Miércoles Santo se respiran en mi casa de un modo casi secreto. Guardados celosamente en el cameo de unas emociones ocultas por la falsa robustez. 

Aunque he nacido y me he criado en una familia cofrade, siempre de Jueves Santo, mi padre nunca ha participado del mundo de las hermandades. A lo sumo, de pequeño, salió alguna vez de nazareno en el Cautivo de Morón de la Frontera, su pueblo. Ahora, la relación que mantiene con la Semana Santa se limita a pasear por las tardes, disfrutar de algunos tronos por el entorno del Patio de los Naranjos, seleccionar varios momentos "claves", y volver a casa. 

Durante mucho tiempo me he preguntado si mi padre es, o no, una persona cofrade. Creo que a día de hoy sigo sin encontrar una respuesta clara. Tengo la certeza de que le gusta y disfruta con los cortejos en la calle; como también tengo el convencimiento de que nunca va a meter el hombro debajo de un varal. He intentado convencerle, en vano, para ir a tallarnos juntos a alguna salida extraordinaria, pero no ha habido manera.

Sin embargo, en aquellos primeros años en los que mi hermana y yo comenzábamos a vestir la túnica y el capirote, mis padres salieron de promesa detrás de Jesús de la Misericordia en varias ocasiones. Siempre vi en aquella compañía una prueba irrefutable del amor de mi padre hacia mi madre, sabiendo a ciencia cierta lo que a él le agotan los parones. Eso fue así hasta que un Domingo de Ramos me enteré de que la tradición, en esa ocasión, se quedaría en stand by. ¿Y eso? Le pregunté sorprendido. "Porque voy a salir de promesa en la Expiración". 

Si echo la vista atrás, me atrevería a decir que pocas veces he visto a mi padre llorar. El único atisbo de lágrimas lo encuentro en sus ojos todos los 12 de octubre, cuando en el desfile de las Fuerzas Armadas se canta La muerte no es el final, y los Miércoles Santo, con el Himno de la Guardia Civil y Máter Mea resonando en la plaza de la Constitución. Lo pude comprobar aquel año en el que, tras pasar la banda de música, comenzaron a discurrir un grupo de personas que quisieron acompañar al Señor durante su itinerario procesional. En silencio, ahí iba él. Miró adonde estábamos, nos saludó, y siguió su camino hasta el encierro. 

Hace ya algún tiempo que dejó de ir tras el trono (quien sabe si hoy repetirá). Sin embargo, eso no quita que cuando la cruz guía pone en un pie fuera de la casa hermandad, en el grupo de WhatsApp cuelgue una imagen de los nazarenos, de la Guardia Civil, del Cristo, o del cualquier instante que él considere que sea válido para avisarnos de que su Semana Santa comienza a andar.

Las noches del Viernes de Dolores, cuando el crucificado de Benlliure baja a la tierra y nos convierte a todos en figurantes de la Pasión, yo vuelvo a hacerme la misma pregunta. ¿Mi padre es cofrade? Todavía no tengo respuesta, pero sé que cada primavera recorre las calles de Málaga para encontrarse con el Cristo de la Expiración. Y eso me hace pensar que sí. 

Este artículo salió publicado en el boletín de la Archicofradía de la Expiración en junio de 2022.