En Semana Santa, Málaga se desparrama en mil pedazos. La ciudad es una matrioska llena de sí misma en la que en cada capa va generando su identidad con suficiente fuerza como para ser una y todas al mismo tiempo. De ellas brotan ramas de alegría, que se enlazan tejiendo una narrativa heredada de padres a hijos y que lleva por nombre Sábado de Pasión.
El traslado de Jesús Cautivo y la Virgen de la Trinidad por las calles de su barrio es un instante decisivo continuo. El horror vacui de la fotografía callejera para un Cartier Bresson que sufriría ante la imposibilidad de congelar cada escena.
Pasaron 10, 15, 20 años. Pasarán otros 10, 15, 20 años, y todo seguirá igual. Sobreviviendo a la transformación urbanística del distrito con los vecinos agarrados a los barrotes de sus ventanas porque no se moverán de allí mientras siga pasando el Señor. Las estampas se confundirán ante la imposibilidad de atisbar diferencias. Es lo puro, es lo auténtico. Un carrusel de miniaturas que se suceden, enlazan, juguetean y se desvanecen.
Dice Miguel Gutiérrez que los malagueños, al morir, no nos convertimos en ceniza, sino que el Cautivo nos convierte en claveles. Por eso, este día está repleto de personas que vuelven para pisar la tierra por unas horas en forma de flores que vuelan desde las ventanas.
Mil momentos para guardar. El niño posado en el moldurón de las andas. Los cuellos de la camisa por fuera de la chaqueta. El nudo de la corbata, deshecho. La corbata, a juego con el pañuelo. Los zapatos de estreno porque hoy es el principio de todo. La madre que acompaña a su marido porque el pequeño dice que del varal no se separa; aunque le cuesta la bronca con los devotos postrados en la acera.
Las torrijas que se han quedado sin comer porque aquí hay prioridades. Las despedidas sin reencuentro. Los padres que llaman a sus hijos para preguntarles si ya han salido del Civil, si "hace bueno" y que qué guapa va Vigen.
El pin de la banda de cornetas; el pin de la banda de música; el pin de la Virgen, la chapita del Cristo, la medalla y la pulsera anudada sosteniendo cientos de promesas. Ajuar de los Sábados mayúsculos.
Las manos en el hombro aún con las andas a tierra. El bebé dormido que no sabe de qué va esto pero que puede que algún día lo intuya porque el Cautivo le ha mirado. El nieto con el outfit de Malasaña acompañando a la abuela que luce ternos de gala. Los claveles que se han caído y que acaban en la solapa del traje. Los escaparates de las panaderías convertidos en expositores de carteles con el Cristo como principio y fin. Un ramo de flores con un papel grapado en el que se lee “Lucía”.
El mantón de Manila como balconera para el saetero, camisa abierta y mano al frente. Los olé rotos al acabar seguidos de un “atentos que nos vamos”. La orden del capataz que tiene valor de ley: “Lleváis la fe de Málaga sobre vosotros”. La vida, que se tiene que escapar para volver a calle Regente.