Las cartas estaban sobre la mesa; todas boca arriba. No había nada que hiciera pensar que el guion podría cambiar en algún momento de la historia, pero la sorpresa siempre es una extraña aliada que aparece en los momentos más insospechados. La lluvia, llamada a coronar el arranque de la Semana Santa de Málaga, cumplió con sus amenazas.
Lo que a continuación se reproduce es la crónica de una jornada que se vio rota en mil pedazos, condenada al fracaso en una hilera de comunicados que se iban pisando y ejecutada con el golpe de gracia tras el diluvio que arrasó con cualquier atisbo de sueños pasados...
En calle Parras, a primera hora de la mañana, el ambiente ya vislumbraba nubes grises hacia la tarde. Salió la Pollinica, como queriendo correr un tupido velo; como queriendo hacernos creer que no pasaba nada. Y así fue durante la primera parte del día: "Es posible que seamos los únicos representantes del día", decía el hermano mayor antes de levantar el trono de la Virgen.
Los niños bailando sus palmas rizadas, la Virgen del Amparo saliendo de Guerrero con su marcha de Artola… Todo era una novedad continua que se vio engrandecida con la entrada de la corporación al interior de la Catedral para hacer estación de penitencia. Estampas de otra época; quizá no conocidas pero por siempre anheladas.
El relato se torció cuando, sobre las 12:30 de la mañana, comenzó a chispear barro. Literalmente. Los hechos estaban consumados, pero todavía no estaban anunciados. Llegó la suspensión de Humildad y Paciencia a las 14:20 y el carrusel siguió su rumbo: Salutación, Dulce Nombre, Lágrimas y Favores, Humildad... En ese orden.
La sorpresa, por llamar de alguna manera a un hecho que se conocía, llegó cuando el Prendimiento anunció que iba a hacer su desfile penitencial, pero, eso sí, con un recorrido alternativo y mucho más corto. ¿Cuánto? Lo suficiente como para que no pillara la tromba que se esperaba hacia las nueve de la noche. Antonio Delgado lo venía advirtiendo desde hacía varias horas (no había dudas de lo que estaba por venir), pero el afán de la hermandad de darle algo de luz a una jornada gris se acabó imponiendo. Al final fue todo negro.
Decisión similar tomó el Huerto, aunque en este caso los cofrades de los Mártires aseguraban que harían el recorrido completo. ¿¡Quién se queda en su casa hermandad con semejante calor!? Está claro que solo aquellos que pecaron de prudentes.
La imagen que se vivió durante las horas siguientes, especialmente para los de Capuchinos, fue terrible. La lluvia apareció cuando el Señor del Prendimiento bajaba Ollerías y, al mismo tiempo, la sección de la Virgen de la Concepción (en El Perchel) ya se disponía a salir al completo. Al principio fueron cuatro gotas; luego, cuarenta. Vendrían más de 40.000.
Solo más mayores recordarán algo similar a lo que sucedió en Dos Aceras y Carrión, con la tromba descargando su fuerza sobre unos nazarenos que intentaban proteger los escapularios dándoles la vuelta y cubrían los paños de bocina con bolsas de basura. Las capas ya no eran rojas y azules, sino burdeos y marino porque el agua había intensificado su color. Los niños, los monaguillos, las comisiones externas... Da igual en quién piense: también estaba mojado.
Hubo momentos de lucidez, como el pulso del trono del Cristo a su paso por la casa hermandad de la Sangre, pero aquello duró poco porque el respiro fue, eso mismo, un respiro.
No es propio usar la primera persona en un artículo de este tipo, pero quizá el lector entienda mejor el alcance de lo que allí se vivió si le contamos que resultaba inviable teclear en el móvil de cómo de arrugados estaban los dedos por la humedad. Eso es nada comparado con los penitentes y hombres de trono que llevaban sobre su cuerpo las túnicas chorreando.
Ambas andas subieron, haciendo gala de heroicidad, una cuesta Carrión transformada en cascada. Literalmente. La policía apremiaba a empujones a que los hermanos dejaran espacio para que el trono no tuviera la menor duda de detenerse. La procesión, rota. La lluvia, formando una cortina inquebrantable de la que no había manera de refugiarse.
Llegará el momento de valorar los daños que tanto el Prendimiento como el Huerto van a sufrir debido al agua. Hasta entonces, solo queda hacer dos preguntas: ¿qué se vio en el radar para que salir a la calle fuera una opción? ¿Habrá mayor conservadurismo mañana ante una jornada que amenaza precipitaciones durante, al menos, la primera parte de la jornada?
¿Quién dijo lágrimas?
Mientras esto pasaba, las iglesias de la ciudad de Málaga que vertebraban este Domingo de Ramos se convertían en un mar de llantos. Pese a lo tópico que pueda resultar, la madurez con la que los cofrades de estas corporaciones asumieron la decisión es digna de resaltar.
Sobre todo cuando se entiende que la decisión, aunque dolorosa, fue la correcta. En la Unión, el barrio entero se volcó con los titulares Humildad y Paciencia. En Capuchinos, Dulce Nombre decidió venerar a sus titulares en la parroquia del Buen Pastor, donde los pétalos de las flores cubrieron los pies del Señor.
Desde San Juan, Antonio Banderas buscaba el consuelo de sus hermanos con una frase categórica: “A veces la vida te da Favores y otras veces te da Lágrimas”. Las saetas de repetían en otros puntos, como en San Pablo, donde la saetera de la peña Trinitaria se acercó hasta el templo para pedir Salud a la Virgen.
Ese mismo cariño fue el que no faltó en San Felipe y la Victoria, donde los abrazos pudieron dar calidez a las almas frías que la lluvia había dejado, huérfanas, por las calles de la ciudad privada de su sueño.
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