Si hay algo que defina al músico malagueño Javier Torres, a quien todos en la Archicofradía del Paso y la Esperanza conocen como Chicuy, esa es la palabra Esperanza. Sí, con la 'e' en mayúscula. A ella se aferra en los momentos difíciles y con ella celebra las alegrías y victorias.
Siempre que puede, Javier intenta pasar por la Basílica de la Esperanza para pasar un “ratito” con la Virgen. Tiene ya un banco propio. El segundo del lado derecho. “La gente no lo sabe, pero desde ahí parece que la Virgen de la Esperanza te mira”, dice Javier a EL ESPAÑOL de Málaga. Desde ese banco, Javier le ha rezado mucho a la virgen. Desde ese banco, ha reído, pero también ha llorado. Desde ese banco han volado plegarias y se han confesado intimidades: “El día que suba ahí arriba, la pobre no me va a perdonar el calentamiento de cabeza que le he pegado”.
La vida de Chicuy no ha sido sencilla. En 1985, una insuficiencia renal, cuando solo era un crío, le llevó a visitar los hospitales con más frecuencia de la cuenta. Le decían que iba a pasarse los días en un sillón. Tuvo que ser intervenido en quirófano por una ureteronefrosis que le provocó la inflamación de ambos riñones. El que más afectado se vio fue el derecho. Con alguna que otra dificultad, Javier superó aquel golpe y siguió haciendo vida medianamente normal.
En el marco de esa vida, un instrumento se convirtió en su elemento inseparable: la corneta. Tiene 42 años y lleva 29 tocándola. “Es mi pasión, sin música no puedo vivir”, confiesa. Desde el 2005, forma parte de las filas de una de las bandas más prestigiosas de Málaga y de toda Andalucía: la Banda de Cornetas y Tambores del Paso y la Esperanza. “Ellos se han convertido en mi gran familia, desde el primero hasta el último”, asevera.
En el momento que llegó a la banda, Chicuy era creyente y le gustaba mucho la Semana Santa, pero no formaba parte de ninguna hermandad. Pese a que es del barrio de la Trinidad y podría ser de la Salud, Cautivo o la Soledad de San Pablo, la realidad es que nunca estrechó vínculo con ninguna de estas corporaciones. Hasta que llegó Ella, sí, con la 'e' en mayúscula, y le rompió los esquemas.
Si su primera Semana Santa con la banda del Paso y la Esperanza fue en 2006, apenas cinco años después, en 2011, Chicuy se vio metido en la cama de un hospital en coma. Había sufrido una septicemia. Cuesta entender cómo puede relatar el calvario que sufrió sin echar ni una lágrima, pero la Esperanza siempre le hizo fuerte: “Tuve una infección en la orina que se me fue a la sangre. Estaba oculta. Eso me desencadenó un mes en coma y tres paradas cardiorrespiratorias y un fallo multiorgánico”.
“Vamos, que clínicamente hablando estaba muerto”, apunta Javier, con una rotundidad que asusta. Le extirparon el riñón derecho. El izquierdo, por el fallo multiorgánico, le dejó de funcionar prácticamente, por lo que empezó a recibir diálisis estando en coma. “Entré en coma un 28 de febrero y desperté un mes después, en plena Cuaresma. Mi sensación es que había dormido una noche y ya”, recuerda Chicuy, que sonríe recordando que aquel 28 de febrero tenía que tocar en Almogía y que cuando se despertó le dijo a su madre y a su mujer que tenía que irse ya a tocar. El concierto había sido hace un mes.
“Cuando yo me desperté, el cabecero de la cama que tenía en la UCI parecía el Vaticano. No sé cuántas fotografías y estampas de imágenes podía tener yo allí”, expresa, demostrando su gran sentido del humor. Entre ellas se encontraba un pañuelo. Un pañuelo que su mujer solía colocarle en el costado, la zona que tenía afectada, y que no conocía de nada. En aquel entonces no tenía ni idea de su significado, pero ahora asegura que, aquellos días, la Virgen de la Esperanza lo llamó. “Y cuando te llama, no hay más camino. Tú no dices ‘yo soy de la Esperanza’ por gusto. Ella te tiene que llamar”, insiste.
En la Archicofradía del Paso y la Esperanza existe una especie de rito en el que los devotos piden a la corporación un pañuelo para dárselo a un enfermo y, pasado un tiempo, ellos han de devolver otro pañuelo diferente que irá destinado a otro enfermo que lo solicite. Se trata de una cadena simbólica que ayuda a las personas que lo están pasando mal a no perder la fe.
A Javier le ayudó mucho. Desde que empezó su mejoría, ha tenido al lado a grandes amigos que le han encaminado en torno a la Virgen de la Esperanza. “A ella no se le pide, ella sabe lo que te tiene que poner en el camino. A mí me ha permitido llevar 13 años en diálisis y poder seguir tocando, aunque sea duro, cada Semana Santa”, expresa.
“Yo no disfruto la Semana Santa como tal, me la paso tocando la corneta y en diálisis”, dice, con media sonrisa, aún sin creer cómo lo logra. El Sábado de Pasión sale con el Cristo de la Clemencia. El Domingo de Ramos, en Humildad y, cuando acaba el recorrido, vuelve a casa, duerme un poco, y a las siete, a diálisis. El Lunes Santo, Pasión… Y vuelta a empezar. “Voy a diálisis tres veces por semana: los lunes, los miércoles y los viernes. Pero yo no me quejo. Yo siempre le pido fuerza para que me permita poder seguir ese ritmo y que si ella quiere que yo esté, yo siga ahí”.
Sin embargo, su momento más importante, como buen esperancista, cada Semana Santa, llega el Jueves Santo. Cuando la banda ha ido abriendo en la cabeza de procesión, Chicuy ha hecho el trayecto hasta el puente de la Esperanza en el submarino de la Virgen. “He hablado con ella su ratito, hemos caminado… Y a casita, a diálisis y a acompañar al Amor. He llegado a estar 24 horas sin descansar apenas… Y esas son las cositas de la Virgen de la Esperanza. Esa conversación me da la fuerza. Es complicado, yo lo entiendo: quien quiera creer, que crea. Quien no, que no lo haga. Pero a mí la Virgen de la Esperanza esa noche me da fuerza para todo el año”, cuenta emocionado.
“Mi vida es la que es. Yo creo que nuestras vidas están escritas. Yo hasta el día que la casque tendré que ir a diálisis, porque no me puedo trasplantar. Pero, como siempre digo, no temo a nada. No me da miedo la muerte. Estaré hasta que ella quiera”, dice Chicuy, que no le reprocha a la Esperanza, por nada del mundo, su batalla diaria.
La música
Lleva 18 años en la banda y asegura que cada día que se sienta en ese segundo banco de la fila derecha le vienen a la cabeza personas como Paquito o Choto, dos de sus amigos de la banda, que ya no están. La Banda de Cornetas y Tambores de la Esperanza, para él, no es un grupo de amigos; es una familia. “Los problemas de los demás te los llevas a casa, te lo aseguro”, reconoce.
Ensayan durante todo el año y comparten muchos momentos juntos, en ocasiones, más que los que pasa con su mujer y su hijo, que en julio cumple tres años y es “todo un terremoto”. “Eso, sin duda, es lo peor. Hace treinta años, una banda como la mía comenzaba a ensayar en enero para Semana Santa. Hace 25, quizá en septiembre. Ahora paramos una semana después de Semana Santa y en verano paramos un mes. Quitamos muchas horas a las familias. A mi mujer solo la puedo ver un rato cada día”, manifiesta.
Asegura que le debe a su hijo una Semana Santa completa, viendo esos tronos que tanto le gustan. Javier no entiende la Semana Santa de otra manera que no sea desfilando, es impensable para él, pero reconoce que tendrá que parar en algún momento, pues la infancia de su hijo, cuando menos se lo espere, se le escapa entre los dedos. Aunque es honesto y confiesa que su mayor ilusión sería verle de uniforme tocando la corneta al lado de su padre. “Justo lo que a mí me hubiera gustado hacer con el mío, pero no pudo ser”, añade.
El deporte
Si la Esperanza ocupa su vida a tiempo completo, combina su labor en la banda con el deporte, algo que en un momento de su vida creía impensable.
Cuando le extirparon el riñón derecho, le tuvieron que operar 48 horas después y le tocaron un nervio de las extremidades inferiores. Perdió todo el músculo de la pierna derecha. Se podría decir que perdí la pierna, básicamente. “Cuando yo me desperté de aquel coma llegué a pensar que había sufrido un accidente de tráfico, pero al ver a mi mujer bien, no me cuadraba, ella era la que conducía... No podía mover bien la pierna y cuando supe lo que me había pasado me acabó afectando más eso que la diálisis”, recuerda.
De personalidad nerviosa desde que nació, siempre soñó con tener una bicicleta. Quince días antes de la sepsis, dio una vuelta en bicicleta con su cuñado Miguel, amante del ciclismo. Le encantó y se compró una, pero de paseo, pues no pensaba ir a más con el tema del tratamiento de la diálisis. “Lo que menos me esperaba es que iba a acabar haciendo pruebas como los 101 kilómetros de la Legión de Ronda. Con diálisis, la gente me decía que estaba loco”, sostiene.
Originario de una familia militar, desde pequeño siempre se vio llamado por este mundillo. La insuficiencia renal le hizo que la idea de ser legionario se esfumara de su cabeza. “Intenté irme a la Legión un par de veces, pero era imposible. Con el tema de los 101 kilómetros el médico me dijo que no era viable. Pues lo he corrido cuatro veces y ahora afrontaré mi quinta vez”, cuenta con orgullo.
Y poco a poco se fue motivando y tomándose el ciclismo un poquito más en serio. Las tiendas Bikephilosophy comenzaron a patrocinarle y entró en el mundo de la competición de lleno. Tanto, que se ha convertido en la única persona paciente de hemodiálisis a nivel nacional que practica ciclismo de competición.
“Ojalá no tuviera yo ese título, porque si Dios quiere, pronto debe haber más gente que se sume a ello”, dice. Javier ha decidido contar su historia para dar visibilidad a las personas que se encuentran en su misma situación. “Aunque estés en tratamiento de hemodiálisis, no eres un enfermo, estás en tratamiento. Eso no significa que no puedas llevar una vida medianamente normal”, manifiesta, a la par que reconoce que también hay que esforzarse mucho física y mentalmente. Hay días mejores y días peores. En los segundos, a Javier le gusta recordar que su mujer se casó con él cuando ya estaba en diálisis. “Otra hubiera huido, pero ella se quedó. Ese motivo es suficiente para tirar para delante, igual que mis ganas de ver a mi hijo crecer”, declara.
- Y, por supuesto, ahí estará siempre la Esperanza...
Esperanza, siempre Esperanza. Ella es la que ha escrito mi historia. Aunque a veces parece mentira, el sol sale por Almería y se esconde en Cádiz cada día. No hay más que mirar hacia delante y pensar eso, que no hay nada más en la vida que la Esperanza.