Alan Antich es profesor de Matemáticas y Tecnología en Gamarra y además ha sido durante años el Community Manager del colegio. Da clases a primero y tercero de ESO. Llegó a este centro desencantado con el que era su trabajo entonces: ingeniero de telecomunicaciones en el sector privado. Servir a una empresa que ganaba dinero con su trabajo y donde ni siquiera conocía a su jefe era algo que no le terminaba de llamar la atención.
Por ello, se planteó la idea de ser profesor. Veía que sus amigos profesores habían encontrado sentido a sus vidas, algo que a él no le pasaba. Así que tras años estudiando Ingeniería de Telecomunicaciones, decidió hacer el máster de profesorado, probablemente una de las decisiones más oportunas que haya tomado en su vida.
"Siempre intento enseñar como a mí me gustaría que me enseñaran", dice el profesor, que en sus clases intenta ir más allá del contenido que tiene que dar obligatoriamente usando mucho los artículos de prensa sobre tecnología, vídeos e incluso llega a poner música que le gusta a su alumnado antes de empezar la clase ya que asegura que no hay nada peor que un profesor aburrido.
Camboya
Una de las experiencias de las que más ha aprendido a lo largo de su vida ha sido la de estar dos veranos en Camboya. "Ahora quiero irme un año, a partir de enero, es algo que me encantaría hacer. Estar allí mucho más tiempo que los tres meses de verano", dice.
Define esta vivencia como una ruptura totalmente. No hay Internet en las casas, que por cierto, son de madera. A veces tampoco tienen cosas tan básicas para nosotros como la electricidad o el agua. "Los niños recorren kilómetros andando a 40 grados para ir a un colegio al que llegan y la mesa es simplemente un trozo de madera. Lo hacen por aprender y sembrar la semilla de su futuro", cuenta este profesor.
Además, hace hincapié en el sufrimiento que el país ha padecido desde los bombardeos americanos en la guerra de Vietnam. Su situación, al lado de Tailandia y Vietnam, hace casi imposible que pueda seguir desarrollándose ya que las otras tienen unas gigantes economías turísticas. "Saben que la única forma de salir de la pobreza es con la educación, por eso se la toman tan en serio", comenta Antich.
Asimismo reconoce que lo que más le llama la atención de la zona es la alegría con la que van los niños al colegio. No hay nada que les haga más felices que aprender. "Da para un replanteamiento que en España preguntes en una clase que a cuántos les gusta ir al colegio y de treinta, con suerte, te levante la mano uno. Allí todos la levantan al instante pese a la falta de recursos y la incomodidad", confiesa.
"Aprendo mucho de su filosofía de vida, muy budista por cierto. Se alegran por el bien del que está a su lado y se sienten en paz con lo que les rodea. Se comen todo hasta el final y no tiran cosas al suelo. Es algo muy distinto a lo que vivimos en España", prosigue el profesor.
Si alguien tiene hijos, se alegran. Si alguien se compra una vaca, llegan a hacer fiestas para celebrar que mucha gente podrá beber leche. Respecto al sistema educativo, además, reconoce que no tiene nada en común con el español. "Allí la educación es una clase magistral con una tiza mientras que ellos anotan en sus libretas, como en España antiguamente. Pero les da igual, solo quieren obtener conocimientos y cumplen la función", sostiene.
Quizás lo único que tienen en común con nosotros es la importancia que le dan al inglés. Lo ven como una manera de ser útiles en el mundo y poder relacionarse con gente de fuera. Así, quieren que los más jóvenes sepan inglés para, en el futuro, puedan tener sus propios negocios.
En su caso, en España, trata de dar algunos temas de su programación docente en inglés porque cree que es muy útil para el alumnado, en su afán por seguir desarrollando nuevas dinámicas en clase.
Así, cree que en nuestro país no se utilizan los recursos que tenemos, no porque los profesores no quieran, sino porque el sistema educativo actual no está pensado para sacar el máximo partido a las tecnologías.
"Sigue habiendo libro de texto y aún existe una manera de evaluar con calificaciones numéricas", dice argumentando que por más que trabajen en cambiar el sistema luego el alumnado llega a la Selectividad y lo que le piden es una nota, con lo cual lo que le acaba importando al chico o la chica que entra a la Universidad es un número. "Ahí es donde está el problema", afirma.
La creatividad
Para Alan una de las cosas prioritarias en clase es que se fomente la creatividad. Para ello, en Tecnología, propone que el alumnado cree inventos y busquen darles uso, den con el nombre ideal para ellos, piensen en logotipos e incluso gestionen cómo lo comercializarían. Es una actividad que le funciona muy bien, darles la base del conocimiento para que ellos vayan desarrollando su creatividad.
Así, también da algo de robótica. "Yo les doy las cosas básicas de programación, como el simple hecho de encender una bombilla a distancia o desde el móvil. Con esa idea, ellos ya empiezan a innovar. Uno enciende en vez de una, diez y otro decide que las va a poner intermitentes como si fueran luces de Navidad", dice. Así, cada alumno obtiene un resultado totalmente diferente. "Soy fiel al ensayo y error. Dar un poquito y enseñarles hasta dónde pueden llegar", añade.
Por último, cree que el profesor ha de dar ejemplo y es importante que tenga un discurso coherente respecto a sus acciones. "Por mucho que yo integre la sostenibilidad en clase, si después me ven tirando cosas al suelo, o si les hablo de reciclaje y me ven que no reciclo pierdo la fuerza del mensaje. Esta idea es un compromiso que adquieres al ser profesor y que debes cumplir", concluye.