Abilio Ruiz siempre fue un niño “aplicado”, pero le habría sido muy complicado imaginarse a los tres años, cuando entró al colegio de Maristas de Málaga, que conseguiría la mejor nota de la Prueba de Evaluación para el Acceso a la Universidad (PEvAU) de toda la provincia.
El malagueño ha alcanzado la perfección en todas las fases: sacó un 10 de media en Bachillerato, un 10 en la prueba general de la Selectividad, que agrupa los exámenes de las asignaturas comunes, y otro 10 en la fase de admisión en la que se incluyen las “optativas” para subir nota. Su calificación final: 14.
Esta cifra le abre las puertas de la universidad para estudiar cualquiera de las titulaciones existentes, no tiene límite alguno, pero él ya se ha decantado: quiere estudiar Matemáticas, aunque es consciente de que podría haberse decantado “por cualquiera”. En la Universidad de Málaga, donde quiere cursarla, la nota de corte es un 12.12.
Esto no es algo que tenga decidido desde hace mucho. Asegura que siempre le han gustado más los números que las letras, pero no fue hasta Bachillerato cuando comenzó a sentir la presión de que en algún momento debía elegir alguna carrera. “Y fue la asignatura de Matemáticas la que más me llamaba la atención”, explica a EL ESPAÑOL de Málaga.
A partir de entonces, no tiene muy claro qué le deparará el futuro profesional. No piensa en más allá de pisar la universidad y, para lo que venga después, no descarta ninguna opción. “Me atrae el mundo de la empresa, de la docencia, la investigación… No lo tengo claro al 100%”, asevera.
Las claves de una nota perfecta
A pesar de haberlo superado con la mejor nota posible, el malagueño afirma que Bachillerato no ha sido fácil. “El nivel de complejidad cambia mucho y la exigencia es mayor. Si de Secundaría a primero de Bachiller hay un cambio, desde primero a segundo aún más”, asegura.
La clave para él ha sido muy simple: tener muy claro que el primer objetivo era el estudio, “lo que no quita que se pueda compaginar con otras cosas”, apunta. El joven asegura que estudiaba a diario y, sobre todo, intentaba “aprovechar al máximo el tiempo y evitar distracciones”. “Disciplina y esfuerzo” ha sido sus máximas, pero también encontrar el equilibrio entre esta dedicación y otros ámbitos.
“Estar metido en una única burbuja no es bueno. Pasarte todos los días solo estudiando te lleva a una espiral que no puede ser positiva”, reflexiona. En su caso, ese balón de oxígeno ha sido su equipo de balonmano, donde lleva jugando desde pequeño.
“Hacer deporte es muy importante. Entrenar te ayuda a despejarte. Para mí, ha sido clave para poder liberarme”, cuenta el joven, que reconoce que es exigente consigo mismo, pero sabe poner límites. “Me gusta dar el máximo, no me conformo con lo mínimo, pero hay que saber compaginarlo todo”, asegura.
Echando la vista atrás, este malagueño solo encuentra palabras de agradecimiento para su colegio, Maristas, y para su familia, sin los que reconoce que no podría haber conseguido llegar hasta aquí. Para quienes vendrán detrás de él, tiene dos consejos: “Que se tomen Bachiller muy en serio y que no se obsesionen, que no se olviden de disfrutar de estos años”.