No había 40.000 personas. No se habían repartido 40.000 globos blanquiazules. No era el día del Talavera. El rival había pasado por encima solo siete días antes. El suflé se había ido cayendo. Solo quedaba por delante un milagro. Y se produjo. El Málaga CF tenía que ganarle por tres goles al Terrasa en La Rosaleda y el Talavera no le podía ganar al Beasain, un modesto club guipuzcoano que ya había hecho la machada con meterse en la liguilla de ascenso y que no tenía nada en juego. Un portero sospechoso, un campo embarrado a finales de junio misteriosamente, y un héroe, Pablo Guede, conforman la historia de aquella tarde del 28 de junio de la que hoy se cumplen 24 años.
La historia empezó a escribirse siete días antes, cuando el Málaga fue vapuleado en la moqueta de Terrasa por 3-0. Tres goles que fueron cayendo como tres puñaladas sobre el malaguismo, porque ponían prácticamente imposible el ascenso a Segunda División, salir del pozo.
Poco a poco se fue alimentando el ambiente de remontada. Más por incentivar al público a que fuese al estadio que por posibilidades reales, porque además el Málaga no dependía de sí mismo.
Estaban en manos del Beasain. Y los vascos hicieron su trabajo empatando contra el Talavera entrenado por Gregorio Manzano. Los toledanos denunciaron días después que los locales estuvieron encharcando el campo desde por la mañana. Otro fútbol. Un empresario malagueño le pagó unas vacaciones a todos los jugadores vascos, con sus parejas, en la Costa del Sol, ese mismo verano.
Todo eso ocurría en una punta de España. En la otra, empezaron a caer goles. El Málaga se adelantaba por medio de alguien que estaba escribiendo, sin saberlo, su nombre con letras de oro en la historia blanquiazul y en el corazón de los malaguistas, Pablo Guede. El argentino hacía el primero al cuarto de hora, pero el Terrasa empató en el minuto 36.
Antes del descanso, alguien que había llegado a la élite del fútbol con el Club Deportivo Málaga y que había vivido en sus carnes la desaparición del club marcaba el segundo. El churrianero Luis Merino, con su característica melena de rizos menos frondosa, podía por delante al equipo entrenado por Ismael Díaz. “Mi gol fue importante porque era al filo del descanso. Ellos acababan de empatarnos y fue un jarro de agua fría. Reaccionamos rápido y nos fuimos 2-1 al descanso. Sabíamos que era cuestión de tiempo de que a ellos les pesara el estadio. Nosotros íbamos en volandas con la gente detrás”, relata Merino a EL ESPAÑOL de Málaga.
Merino recuerda aquellos días como jornadas de “muchos nervios”, más por lo que pudiera hacer el Talavera que por el hecho de hacer los complicados deberes en La Rosaleda. “La semana anterior habíamos hecho un mal partido y había que remontar. Nosotros sabíamos que en el partido de vuelta en casa, con 35.000 personas en el campo, el menor de los problemas era darle la vuelta, porque se le iba a dar. Si hubiera hecho falta haberle metido cinco, o seis, o siete al Tarrasa, se le iban a meter”.
“Estábamos mentalizadnos, ese partido los sacábamos adelante”, asegura el interior izquierdo del aquel equipo que muchos se saben de memoria, con Rafa; Bravo, Larrainzar, Axier, Roteta; Movilla, Sandro, Quino, Merino; Basti y Guede.
Para entonces, ya había llamado la atención la actuación de Sergio Granados, portero del Terrasa. Tuvo un papel ‘destacado’ en casi todos los goles del Málaga. Después se llegó a especular que tenía firmado un contrato con el Mallorca, propiedad de Antonio Asensio, mismo dueño que el Málaga.
Sea como fuere, el escenario en la segunda mitad fue propicio para que llegase en lo que nadie creía un rato antes. La remontada y el ascenso. El Beasain le ganaba al Talavera en el descanso. La gloria estaba ahí, a la vuelta de la esquina. Y hasta ella llevó al Málaga Pablo Guede con dos goles que sumaban siete en toda la liguilla de ascenso, más de un gol por partido. En el 47’ y en 65’ el Málaga ya había hecho lo suyo, y el Talavera todavía perdía.
Media hora de infarto. De transistores. En el 72’ del partido el municipal de Loinaz empataba el Talavera. En 20 minutos, un gol en cualquiera de los dos campos lo cambiaba todo. De hecho, si marcaba el Terrasa, eran los catalanes los que ascendían. Pero ya no hubo más goles. Solo la locura que se desató en La Rosaleda.
“Después de tanto años, volver al fútbol profesional fue muy importante para el club”, cuenta Merino. “Y para mí también, porque el haber vivido la desaparición del Málaga y devolverlo otro vez a sus sitio, para mí fue muy grande”.
Aunque al de Churriana le queda un regusto amargo de aquella tarde. “También me queda un recuerdo un poquito triste, porque fue mi último partido con el Málaga, y te queda esa sensación agridulce”. “Pero lo importante que era para la ciudad tener otra vez al equipo arriba. Fue un día inolvidable, sobre por devolver al club a su sitio, donde mínimamente tenía que estar”.
Y desde donde no ha bajado hasta ahora, 24 años después.