Marta Suárez es la gerente de Bodegas Quitapenas, una de las empresas más emblemáticas de la provincia de Málaga. De hecho, fue fundada oficialmente en 1880 pero su historia se remonta incluso más atrás cuando Ramón Suárez y su esposa María Aguilar heredaron unas viñas en Cútar y empezaron a trabajarlas para hacer vino y pasas.
Hoy en día, cinco generaciones después, la compañía sigue en manos de la familia Suárez, que ha conseguido llevar el famoso Quitapenas a todos los puntos de España, Europa e incluso de Sudamérica.
Marta Suárez y su primo Víctor nos reciben en la bodega para esta entrevista de A título personal. Hay una sala espectacularmente grande con decenas de barriles en la que también organizan eventos. En la entrada tienen una tienda con sus productos.
Son la quinta generación familiar al frente de la bodega. ¿Da vértigo?
Mucho, mucho vértigo porque es una responsabilidad muy grande. Nosotros somos la quinta generación. La fundó en 1880 mi tatarabuelo y son 143 años de trayectoria empresarial. No podemos tropezarnos ni una vez. La verdad es que también lo hacemos con muchísimo cariño porque hemos crecido en el mundo del vino, de todo el trabajo que hay detrás y, bueno, es una gran responsabilidad pero también una ilusión enorme.
Entiendo que lleva en la empresa desde que era una niña.
Yo, mi primo Víctor y medio barrio de El Palo, porque nosotros antes estábamos ubicados en El Palo, hemos jugado al escondite en la bodega. Era súper divertido aunque también un peligro. Nos colábamos toda la pandilla de la calle dentro de la bodega y jugábamos entre los cartones, que pensándolo ahora era una barbaridad y una temeridad. Aparte, toda la familia vivíamos prácticamente alrededor de lo que era la bodega en El Palo, ya que llevaba más de 100 años allí. La necesidad de ampliar y modernizar las instalaciones provocó que nos mudáramos a otro lugar y desde 2004 estamos en la carretera de Guadalmar.
Gestiona la empresa junto a su primo Víctor Suárez. Es básico que haya buen entendimiento en las empresas familiares para que sobrevivan.
Sí, somos una empresa puramente familiar. Somos seis socios y todos de la familia Suárez. Mi tío Pepe fue el gerente durante más de 40 años, se jubiló en 2015 y entré yo como directora haciendo tándem con Víctor.
¿En qué momento se encuentra la bodega?
Para 2024 tengo la misma sensación que tenía en 2019, por lo que me da miedo decirlo en alto. En 2019 teníamos unas previsiones para 2020 brutales. Íbamos a lanzar nuevos productos, impulsar el enoturismo, aumentamos la vendimia…
Y llega el Covid.
Sí, y pasamos a una venta de cero euros porque tenemos mucho peso en restauración y el enoturismo desapareció. Fue un momento durísimo. Una circunstancia de mucho vértigo, porque te ves todos encerrados, con los compromisos de pago que se iban generando meses anteriores que ya cumplían, impuestos, seguros sociales... Nosotros, como éramos industria agroalimentaria, no podíamos hacer los ERTE por fuerza mayor… Lo hemos pasado muy mal.
Pero ya han remontado afortunadamente.
Vamos asentando las bases. Intentado hacer las cosas bien, con cabeza, que todo esté muy estudiado. Como dice Víctor, vamos recalculando cada día la empresa. El 2023 ha sido ya el primer año normalizado desde el 2019, vamos a acabarlo con beneficios y la perspectiva para 2024 es muy positiva, pero como he comentado antes me da miedo decirlo por si acaso.
¿Dónde están vendiendo sus vinos?
Vendemos en España y en el extranjero. En el caso del extranjero es verdad que ahora no se tiene la fluidez y la alegría que tenían los mercados internacionales antes de la pandemia. Se está bajando un poco las exportaciones, aunque no en los productos agrícolas. Hemos abierto mercado en Alemania con distribuidores nuevos y en otros países centrales de Europa. Buscamos sobre todo ese cliente que sabe valorar el producto de calidad. En torno al 80% es mercado nacional y el 20% internacional. En el extranjero vendemos en Europa y en Sudamérica.
¿Cuál es su vino estrella?
El Quitapenas Málaga, tanto en España como fuera. Es un vino dulce tradicional. La gente lo ve de lejos y ya sabe que es un Quitapenas. Vamos a poco volumen, pero alta calidad. En 2016 empezamos a embotellar vermú con 12 meses de crianza y está teniendo crecimientos de dos dígitos. Es muy bueno a efecto de ventas, pero complicado de gestionar a efectos de producción. En total elaboramos 36 vinos diferentes, entre los que tenemos dulces, blancos, tintos, espumosos o el vermú, entre otros. El Quitapenas le gusta hasta al que no le gusta el vino dulce.
Tienen 24 empleados, serán casi de la familia también.
Estoy muy contenta y muy satisfecha con el equipo que hay. Es gente que lleva trabajando muchísimo tiempo aquí. La familia no lo es solo por compartir el apellido, sino por compartir el día a día, la empresa, gente leal. Todos somos compañeros de trabajo.
Tienen también dos tabernas en el centro de Málaga.
Sí, allí vendemos nuestros vinos fundamentalmente y cocina malagueña. Todo el mundo nos dice que tenemos muy buen precio y creemos en ese romanticismo de justicia monetaria.
¿Cree que hay una saturación de locales de restauración en el centro de Málaga?
Estamos en el centro desde cuando no había restaurantes. Nuestra taberna en la calle Sánchez Pastor fue la primera de la calle. Esa calle daba pena y susto porque estaban hasta las luces medio fundidas. Ahora está llena de negocios de hostelería.
Fueron pioneros entonces.
Mi abuelo y sus hermanos, que llegaron a tener más de 20 tabernas por toda la provincia de Málaga.
¿Se plantea volver a ese nivel?
No. Para este 2024-25 nos vamos a centrar en el crecimiento del enoturismo, que para nosotros ha sido buenísimo en 2023.
¿Qué hacen?
Nos adaptamos a todo y en la bodega hemos hecho cosas muy interesantes de maridaje, actuaciones de flamenco, conciertos de jazz, presentaciones de vehículos… Eventos con pocas personas para que no se desmadre, muy íntimas, que llaman la atención.
Las tabernas entonces se quedan las que están.
Sí, llevamos muchos años en standby con ese tema. Antes de la pandemia teníamos tres y tuvimos que cerrar una que teníamos en El Palo porque no nos resultaba rentable. Nos dio pena porque era histórica, pero no se podía mantener.
¿En qué momento ve al sector vinícola malagueño en general?
En todas las catas que hago, que hago bastantes, siempre les pido a todos los asistentes un acto de concienciación. Digo, vamos a pedir un vino de Málaga en cualquier sitio al que vayamos. Sabemos que en muchos restaurantes no lo hay, pero si la gente lo pide acabará habiendo. El Consejo Regulador y Sabor a Málaga están ayudando mucho en la difusión de los vinos de Málaga. La imagen del vino de Málaga está muy encasillada en los vinos dulces tradicionales y está muy lejos de la realidad porque en Málaga se elaboran tinto, blanco, espumoso, dulce... de todo. Hay que conseguir esa concienciación de los restauradores para que incluyan en sus cartas el vino de Málaga.
Es verdad que da pena que en muchos restaurantes de Málaga solo haya Rioja y Ribera.
Claro. Los restauradores dicen que no lo tienen porque los clientes no se lo piden pero si no lo tienen no se lo van a pedir nunca. Poco a poco se va haciendo ese trabajo. A nosotros nos pasa con nuestros tintos y blancos, que primero recelan pero luego lo prueban, ven que está buenísimo, bien de precio y lo meten directamente en carta. A nivel de venta se está haciendo cada vez más, pero tenemos un gravísimo problema que es el de la sequía.
¿Cómo está afectando?
Hay algunas zonas, como la Axarquía, que están con un estrés hídrico brutal. Cada vez más los agricultores están yéndose a otro tipo de cultivos porque, aunque la viña es una planta de secano, en algún momento del año tiene que llover. Un colega de Córdoba me decía el otro día que sus peritos le habían dado cuatro años de vida al cultivo y eso es muy negativo. En 2024 será el tercer año consecutivo que tenemos rotura de stock en un producto porque no llegamos con la producción.
Hablando de Málaga en general, ¿cómo ve a la provincia?
Tengo la suerte de haber trabajado y vivido fuera de Málaga. Me fui en 1998 y volví en 2004. El crecimiento está siendo brutal. Hay mucho dinamismo y estamos como en una burbuja porque cuando en otras zonas españolas estaban fatal con la pandemia todo el mundo quería venir aquí. Eso es muy positivo porque, al final, la economía es que se mueva la rueda. Por otra parte, como ciudadana Málaga se está convirtiendo en una ciudad incómoda porque no me gusta estar media hora buscando aparcamiento. Pero te das cuenta de la maravilla de ciudad que tenemos cuando nos vamos fuera. A mí se me saltan las lágrimas de presumir de la ciudad que tenemos. No obstante, podemos asfixiarnos.
¿Qué habría que hacer para no asfixiarse?
El crecimiento en la ciudad es bastante complicado porque estamos muy limitados. Tenemos una cordillera detrás, el mar y la provincia es alargada. Me tiro 40 minutos todos los días en caravana a las siete de la mañana porque vengo desde La Cala. Eso no lo he vivido antes y llevo viviendo 15 años en la Cala del Moral. Todo lo que se puede hacer a nivel de infraestructura es muy lento. Lo que ahora se proyecta en el 2033 se quedará pequeño. En cualquier caso, creo que los malagueños nos podemos sentir muy orgullosos de la ciudad que tenemos, de lo bonita que está, del proyecto de cultura que tenemos… Yo vivía en Madrid. También es muy bonita, pero allí después del trabajo o haces la compra o quedas con los amigos. Las dos cosas juntas no te da tiempo porque las distancias son grandes. En Málaga todavía se puede hacer. Si llegamos al punto de que solo se pueda hacer una cosa habrá entonces que preocuparse.
Eso si consigue tener una vivienda en Málaga.
El poder adquisitivo de la gente de fuera es mayor que el de la gente de aquí. Y si alguien te ofrece más dinero, es especulación pura y dura y sube el precio. Dicen que el precio de la vivienda está sobrevalorado en un 20% y yo creo que por ahí va la cosa. Habrá que irse cada vez más lejos a vivir. Igual llega un día en el que viviremos a 60 kilómetros de donde trabajamos.