Como niño nacido en el baby boom de los sesenta, me tocó vivir una infancia y adolescencia donde los viajes en coche podían ser una aventura. El Seat 600 de mis padres era un bien preciado en la época y la posibilidad de tener movilidad individual era otro de los logros de los esos años.
Pasamos de la España del burro, del racionamiento de la gasolina y de la bicicleta de la posguerra a tener un medio de locomoción que invitaba a descubrir no solo el país sino, en la mayoría de los casos, la propia provincia en la que vivíamos.
Cuando hasta ese momento era una moto de baja cilindrada, quien la tenía, lo que te desplazaba por carreteras infernales, que un flamante vehículo te esperara aparcado solitario en la calle para descubrir sitios era un subidón que esperabas con impaciencia los fines de semana, ya fueses padre, hijo, o nieto.
El Seat 600 de mi familia tenía 25 cv. Allí nos metíamos mis padres y tres hermanos e incluso algunas veces mis abuelos y disfrutábamos como un juego el proceso de encajar todos en tan minúsculo espacio. Por supuesto, ni rastro de los cinturones de seguridad, ni absolutamente nada de lo que hoy día es normal y exigible.
En otoño e invierno lo más normal era ir al campo, literalmente. Para ello, no nos podíamos olvidar de las mantas para sentarnos en el suelo, de las tortillas hechas la noche anterior por la abuela, del balón de fútbol y de la cinta para saltar la comba.
Todo, material imprescindible para ir a la zona del río Guadalhorce, Coín, la Aljaima y pasar la jornada allí, a veces muertos de frío los mayores, porque nosotros no teníamos frío a esas edades mientras estuviésemos jugando, aunque a veces la realidad llegase en forma de resfriado los lunes.
Hay una cosa que recuerdo con absoluta claridad: nadie se quejó nunca de que la potencia de esos coches fuese insuficiente para hacer todo lo que hacíamos, incluso por carreteras que hoy no se considerarían como tales. Era un regalo simplemente poder hacerlo, cuando la mayoría todavía no podía.
Hoy día oigo constantemente comentarios de gente de todas las edades que afirma que un coche potente es más seguro. Y lo dicen convencidos, aunque nunca hayan pasado de 3000 rpm ni llevado el motor a la zona de máxima potencia aplastando el acelerador contra el suelo. Simplemente quieren la potencia ahí, aunque no tengan la habilidad ni capacitación para exprimirla.
Solo quieren sentirse mentalmente más tranquilos y justificar una potencia que no se necesita para ir por autovía, por autopista y por buenas carreteras como las de hoy. En eso tienen buena culpa los fabricantes de coches, todos. Una máxima en las técnicas de venta es que cualquier modelo que salga tiene que ser mejor que el anterior, es decir, más grande, más moderno, más tecnológico y, por supuesto, más potente.
Si esto es así desde hace décadas el resultado es que ahora un coche medio tiene 130 cv como mínimo, cuando ya es normal que los 200 cv de potencia se incorporen a las familias que tienen un coche. Pero lo verdaderamente sorprendente es la nueva tendencia que han inaugurado los coches eléctricos a batería, donde potencias que se mueven entre los 250 cv y 450 cv es algo normal.
Hay marcas generalistas y premium que tienen en sus catálogos coches con potencias entre los 500 cv y 800 cv, la misma que tienen los trailers que llevan 40 toneladas de peso. Pero no acabamos ahí, porque entre los llamados supercars no hay ninguno que esté por debajo de los 1000 cv, siendo habitual que se acerquen a los 2000 cv. Como comparación, la mayoría de estos modelos acelera más que un Fórmula 1, con la diferencia que este lo conduce un piloto y el otro cualquiera que tenga dinero para comprarlo en un concesionario, aunque no tenga ni idea de conducirlo de manera segura.
Si tiempos pasados fueron mejores, en mi forma de verlo, diría que sí. Puestos a quedarme con lo mejor, escogería un coche de los setenta en cuanto a potencia con la tecnología de seguridad y carreteras de hoy día. Eso sí que serían viajes divertidos, donde no te aburrirías. Nunca hemos tenido conductores menos preparados y con tanta potencia a su disposición.