Dulce o salado, verde o azul, carne o pescado, playa o montaña. Son muchas las veces en las que nos enfrentamos al dilema de tener que decidir entre dos cosas que en el fondo nos agradan.

En el mundo del automóvil la elección que se escoja nos puede, también, llevar a no tomar la correcta. Algo así como querer un monovolumen porque necesitamos espacio y acabemos comprando un deportivo de dos puertas porque su estética nos parece irresistible.

Esa difícil decisión fue muy habitual en la década de los noventa cuando los motores diésel ganaron refinamiento y tecnología y se acercaron mucho a las prestaciones de los de gasolina, en unos años en que los requerimientos medioambientales eran mucho menos exigentes que los actuales. Fue así como en menos de una década pasamos del dominio absoluto de las ventas en los ochenta de los vehículos con motor de gasolina a que el 70% de los vehículos que se vendían lo eran con motor impulsado por gasóleo, es decir, diésel, a mediados de los noventa.

En pocos años, esos motores que olían desagradablemente, que vibraban hasta deshacernos el esqueleto y corrían menos que un Vespino se convirtieron en distinción por su economía, fiabilidad, suavidad de funcionamiento y por el estatus social que otorgaba, ya que las motorizaciones diésel eran bastante más caras. Y quien tenía un diésel a mediados de los noventa era considerado como alguien con mayor poder adquisitivo. Sin embargo, si hay que destacar algo que convenciera a los usuarios de coches diésel era su facilidad para acelerar desde bajas revoluciones, ahorrándonos reducir de marcha, y eso es justo lo que hoy se está convirtiendo en un problema.

Ya sabemos que las estrictas normas actuales de emisiones han condenado sin remedio a los automóviles diésel, haciendo que las miradas de muchos que no pueden llegar a los precios de los eléctricos de batería ni a los híbridos se dirijan ahora, otra vez, a los coches de gasolina. Pero claro, después de conducir muchos años un diésel el paso a un vehículo de gasolina, sobre todo de baja cilindrada y sin turbo, conlleva ciertos vicios que pueden hacernos pensar que nuestro flamante vehículo no acelera lo suficiente.

No es la primera vez que oigo comentarios de gente de mi entorno que me dice que su coche de gasolina moderno no le gusta porque no acelera como el diésel que tenía antes. Sin embargo, el coche sí acelera igual o más, lo que ocurre es que cambiamos de marcha, si lleva cambio manual, a las mismas revoluciones que lo hacíamos con el diésel, y ahí radica el verdadero problema.

El rango de giro del motor de un vehículo diésel es mucho menor que uno de gasolina, es decir, su par máximo y potencia se obtienen a muchas menos revoluciones que en un motor de gasolina. Por poner un ejemplo, si en un diésel cambiamos de marcha sobre las 2500 revoluciones, rango en el que ya tenemos buena aceleración, en un motor de gasolina necesitamos estirar el motor hasta las 3500 o 4000 rpm.

Por lo tanto, cambiando de marcha a las 2500 rpm del diésel estamos desaprovechando una parte muy importante de su potencial de aceleración. Solo hay que fijarse en que el límite de revoluciones de un motor normal de gasolina está sobre las 5500 ó 6000 rpm. Sin embargo, un diésel tiene su línea roja sobre las 4500 rpm, por lo que mucho antes su aceleración decae ostensiblemente y por eso cambiamos de marcha a menos revoluciones que en uno de gasolina.

Como conclusión, no conduzcamos de oído, fijémonos en el cuentarrevoluciones, otro de los grandes olvidados de la instrumentación de un vehículo. Los motores de gasolina actuales son muy eficientes, pero no se deben usar como un diésel porque se pueden estirar perfectamente hasta las 4500-5000 revoluciones, que es cuando veremos realmente su potencial de aceleración. Y, sobre todo, tengamos en cuenta que el erróneo aprovechamiento de las marchas y su rango de revoluciones puede llevarnos a situaciones peligrosas en momentos como un adelantamiento.

Lo dicho: un motor de 80 cv tiene la misma potencia, sea diésel o gasolina, pero esa potencia se entrega a distinto número de revoluciones.

Adaptemos nuestra conducción a cada tipo de motor, porque nuestra seguridad va en ello.