Miriam Joy era una niña "muy extrovertida y muy alegre". Pero esa luz se apagó cuando le "robaron la infancia" con apenas cinco años. Un conocido de su familia abusó de ella reiteradas veces durante mucho tiempo. No entendía qué estaba pasando. No olvida aquella pesadilla.
"Me hacía sentir culpable porque me decía que me gustaba, pero yo era una niña", explica. Los hechos ocurrían "a solas y en lugares oscuros, cuando no había otros adultos alrededor", donde nada llamase la atención y pudiera grabarse en la memoria de las víctimas. Hoy, a sus 42 años, Miriam Iglesias Medina es esposa y madre. Pero ella se define como una "superviviente".
El hombre que abusaba de ella tiene una descripción idílica: Médico y ostentaba un puesto importante dentro de una comunidad cristiana, a la que la familia de Miriam solía acudir. A priori, es el perfil ideal en el que confiar. Además, se encargaba "de la educación espiritual" de todos los niños, "por lo que pasaba mucho tiempo con nosotros", recuerda la afectada. Pero todo era una farsa. Ni respondía a ese nombre ni había trabajado en los lugares que decía. Y un día huyó para siempre sin dejar rastro alguno sobre el que seguir sus pasos.
No obstate, en la mayoría de casos en los que se produce esta práctica sexual a menores, los abusadores suelen ser personas muy cercanas a la familia y con nombre y apellidos reales. "Donde menos te lo esperes, ahí puede ser", exponen.
Según su relato, ella no fue la única víctima: "Sufrimos abusos prácticamente todos los niños que estábamos en la comunidad". Pero Miriam se atrevió a contarlo. De hecho, su abusador, continúa, no podía tener hijos con su pareja, por lo que aquellos inocentes padres confiaban en él para que cuidara de sus menores: "Qué lástima, con lo que le gustan los niños y lo buenos que son", decían.
Una vez que se entraba por la puerta de aquella casa, la aparente normalidad se distorsionaba en horror. "Su mujer se iba a otro cuarto para que yo durmiera con él en la misma cama", admite. Ella no sabía como gestionarlo, pero, a pesar de su corta edad, entendía que "algo malo estaba pasando"
"Yo dejé de ser niña", relata Miriam con sinceridad. No jugaba con niñas de su edad por sentirse "fuera de lugar" y "tener otra mirada para ver el mundo. Sólo se sentía cómoda con personas mucho más mayores que ella que no la juzgaran. O eso creía ella.
La adolescencia fue su punto de inflexión: "Cuando empiezas a hablar con tus amigas de temas relacionados con la sexualidad entiendes que aquello no era normal". Ahí empezaron sus miedos y problemas de autoestima:"¿Quién se va a fijar en mí con lo horrible que soy?", se preguntaba. Pedro, su marido, sí lo hizo "pero porque insistió mucho", bromea Miriam.
El pánico la tenia acorralada por la amarga decisión de tener que trasladarle este hecho a sus padres. En su cabeza existía la idea de que "iba a defraudar a su amor incondicional". Pero sabía que tenía que hacerlo y se armó de valor.
"Mamá, ven a mi cuarto pero deja la luz apagada. Aunque no diga nada, quédate aquí hasta que te lo cuente", le dijo Miriam a Gloria, su madre, una noche antes de dormir. Le contó lo que aquel hombre había hecho con su pequeña. El silencio se apoderó de la habitación.
Gloria fue a buscar a Joel, su marido y padre de Miriam: "Oigas lo que oigas, no digas nada", le comentó. La reacción fue muy dura por la "culpabilidad" que sentían; no podían creer que en "su entorno protegido" pasasen estas cosas tan "lejanas". Ese es uno de los principales motivos por los que se desconoce el origen del abuso sexual, "hace falta más información e intentar hablar de ello para buscar una solución", reclama Miriam.
Los siguientes siete años, la familia Iglesias Medina los tilda de "horribles". Sus padres trataban de buscar, desesperados, ayuda en psicólogos que acompañasen a su hija a recuperar su vida, pero "casi nadie tenía formación en este tema". Lograron encontrar una salida fuera de casa "para empezar de cero". Salió de su hogar para marcharse a Barcelona, donde una especialista en este tema decidió tratarla.
Allí pasó un año y medio. Víctor y Cesca, sus "papis catalanes" eran amigos de los padres de Miriam y le acogieron en casa sin dudarlo. Se siente muy agradecida a esta familia por que le abrieron las puertas a "una adolescente con esta problematica, mezclada con sus hijos y que se le iban a remover cosas". Fue un proceso muy duro pero Miriam se quitó "la careta" y pudo comprobar quien era ella misma.
Asimiló que ella no era culpable de aquellos actos y que debía dejar de sentirse "cómplice". Era una 'enana' de cinco años "que no podía defenderse". Ha "odiado" a esa niña durante mucho tiempo, pero la ha perdonado tras un complejo proceso de asimilación que le ha conducido a ser una persona libre.
Hoy, Miriam sigue sin encontrar un sentido a aquel dolor que le robó su infancia. Ha logrado despertar de la pesadilla que le ha acompañado toda su vida y ha "aprendido a vivir con ella, porque nunca se olvida". Ahora es miembro de una fundación que trabaja la prevención de los abusos sexuales a menores y da refugio a personas que han sufren las secuelas de estos actos, "donde pueden hablar sin rechazo".
Las fuerzas para seguir adelante no le han sobrado y ha estado cerca de rendirse por no encontrar solución. Pero lo ha logrado y ahora vive tratando de ayudar a personas "que no tienen ganas de vivir" por culpa del mismo problema. Pero, sobretodo, Miriam Joy vive protegiendo a su familia.