Eran las seis y media de la tarde de este jueves. Carlos estaba duchándose en su piso, un bajo de la barriada de Capuchinos de Málaga, cuando comenzó a oír martillazos muy cerca de él. En un principio pensó que el vecino estaba haciendo obras, pero comenzó a preocuparse cuando se escuchó un golpe "muy duro y metálico".
Carlos se puso lo primero que tenía a mano, porque sabía que algo iba mal, y salió del baño para ver qué estaba ocurriendo. "De repente veo a un hombre gitano, con una camiseta naranja, en cuclillas, pegando martillazos a mi puerta", relata.
Su casa tiene dos puertas, la que hace de entrada al patio y la del propio piso, además de la del portal. "Tenía la costumbre de cerrar la del patio y dejar abierta la de casa, pero vamos, que después de esto no lo vuelvo a hacer más", dice. El hombre estaba utilizando un martillo y un destornillador para posteriormente hacer palanca. "Ese era el modus operandi", añade.
Tras increpar al señor de naranja, explicándole que esa era su casa, el individuo seguía a lo suyo para acceder a la vivienda haciéndole caso omiso. "Cerré la puerta corriendo y me asomé a la ventana. Me di cuenta de que tenía a un grupo de gitanos intentando aupar a niños para mirar por una de mis ventanas", cuenta, aún angustiado.
Según el relato de Carlos, el grupo debía ser una familia gitana, puesto que había varios menores de edad, ancianos y hombres y mujeres de mediana edad. Indica que podrían ser unas dieciséis o dieciocho personas. "Llevaban una furgoneta cargada hasta arriba, dos coches que aparcaron en mi vado y el de un vecino y dos motos", detalla.
Cuando el grupo observó que Carlos tenía el móvil en la mano le pidieron que se relajara. "Me dijeron que estaban buscando algo para ellos y también para vivir, que no llamara a la Policía porque si no me iban a matar y me iban a agredir y que me iban a buscar la ruina. Me dijeron varias veces que iban a volver", explica.
Cerró la persiana después de las graves amenazas y llamó a la Policía que, según sus propias palabras, le indicó que no saliera de casa hasta que no tuviera la seguridad de que se habían marchado y que posteriormente acudiera a comisaría a poner una denuncia. "Después acudieron a mi calle por otro caso y un agente me explicó que cree que esa respuesta se debía a que habían estado colapsados", comenta.
"Avisé a mi vecina para que ella también les gritara que se fueran. Cuando se dieron cuenta de que subí la persiana de nuevo, volvieron a increparme e incluso intentaron engancharse a mi verja para subir de nuevo", recuerda.
Agobiado, avisó al dueño de una tienda cercana para que le corroborara que se habían marchado. Al explicarle el caso, el dueño del local le comunicó a Carlos que había visto a gente dando vueltas por el barrio en los últimos días, lo que le asustó aún más. "Yo me había tirado cuatro días fuera de casa porque estaba de vacaciones fuera de Málaga", matiza Carlos, que con su presencia, a fin de cuentas, evitó que el grupo okupara su casa.
Reside en un edificio donde todos los pisos cuentan con puertas antiokupación, puesto que están destinados para alquilarse. "El edificio está puesto en todas las páginas en alquiler y aquí no ponen ningún tipo de solución. Seguridad cero. No para de entrar y salir gente. Mi casa es la primera y no tengo puerta antiokupa, al igual que los cuatro vecinos que tengo", lamenta.
Se siente desprotegido. La noche del jueves al viernes fue incapaz de pegar ojo y espera que pronto se solucione el problema de seguridad de su edificio y, sobre todo, que el grupo no vuelva a actuar.