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Besos, abrazos e intercambios de teléfonos eran los protagonistas este jueves por la mañana en el interior del local de Lepanto, ubicado en la arteria principal de Málaga, la calle Larios. Hay quienes han acudido a esta clásica cafetería con más de 40 años de historia para disfrutar por última vez de uno de sus cafés y otros a los que la despedida le ha pillado por sorpresa.

La primera vez que esta cafetería del Centro de Málaga levantó la persiana y echó sus llamativos toldos de color rosa fue en abril de 1983. Desde entonces, con el paso del tiempo, se convirtió en el punto de reunión de decenas de malagueños cada día. De aquella época quedan su nombre, sus exquisitos dulces y algunos de sus trabajadores, aunque por el auge del turismo, en su terraza cada vez se escuchaban más voces pidiendo capuchinos y lattes que cortados y sombras.

Sin embargo, aún hay malagueños que actúan como resistencia en el Centro de Málaga. Uno de ellos es Felipe, un abuelo que ha acompañado a su nieto a desayunar a esta icónica cafetería un buen sándwich mixto con el queso fundido. Felipe cree que el cierre de este negocio, como otros tantos, "es ley de vida" cuando no hay sucesión; pero reconoce que es una gran pena ver cómo el casco histórico pierde año tras año negocios históricos. 

José Joaquín, Marilina y Estefanía.

"Dolió cuando cerraron La Cosmopolita y ahora se van ellos", lamentaba el hombre mientras que el adolescente apuraba los últimos bocados. "Estaba bueno, sí", dice con una sonrisa. 
José Joaquín y Marilina también han desayunado con su hija Estefanía en Lepanto, un sitio que según el padre es un lugar especial, casi de la familia, ya que es allí donde siempre celebran "las cosas importantes". "Calle Larios está perdiendo todo lo emblemático. Son 41 años de historia y se va a la calle gente muy válida", dice José Joaquín, que dice que hablaría "donde fuera" si eso impedía que cerrara Lepanto.
Su mujer echa un vistazo a la actual calle Larios. En una mano le caben todos los negocios clásicos. "Más allá del quiosco Arturo, Casa Mira, la farmacia Mata... ¿Qué nos queda?", lamenta con un tono desanimado, mientras que su marido añade que ya todo son franquicias y multinacionales. "¡Ya todo son tiendas raras, hasta para vestirse!", declara.

Patrizia y Erna.

Erna y su amiga Patrizia son el claro contraste con las dos familias anteriores. Ellas son naturales de Irlanda y están en Málaga de vacaciones. Han pedido unas tostadas con mermelada y una buena taza de café para pasar el día descubriendo una ciudad que las tiene enamoradas. Cuando conocen la noticia de que están bebiéndose uno de los últimos cafés que se servirán en el Lepanto, sienten pena. "Oh, it's very nice!", dice una de ellas, poniendo en valor la simpatía de la gente que tiene Málaga y lo segura que se siente pese a ser una ciudad que no conocía hasta ahora.
Desde Nottingham, en Inglaterra, también ha aterrizado en una de las mesas de Lepanto una familia de varios miembros, en su gran mayoría jóvenes. Pasarán dos días en Málaga tras haber recorrido el Mediterráneo a bordo de un crucero. Una de ellas destaca que Málaga tiene mucha historia y que esta se refleja, en gran parte, en su cultura y en su comida. 
Se quedan boquiabiertos cuando el propio camarero que les trae unos zumos y cruasanes les informa de que están viviendo uno de sus últimos servicios. "Por lo que Málaga es una ciudad increíble... Y que cierra cafeterías magníficas", dice uno entre risas.

El grupo del crucero.

Entre malagueños nos entendemos

Cuando el reloj marca las 11.30, Estefanía se sienta junto a la puerta del local sola a tomar un café. En ese momento, Pepita y Asun, madre e hija, examinan la terraza para localizar una mesa. No queda ninguna libre. "Podéis sentaros conmigo, estoy sola", les dice la joven con una sonrisa. "Solo en Málaga pasan estas cosas, yo que viajo tanto... Esto no es habitual", añade Estefanía con una sonrisa.

Pepita, la mayor del grupo, asegura que lo mejor de Lepanto "son sus dulces". "Ella es diabética y siempre que puede trata de pasarse por aquí porque disfruta mucho de sus dulces", añade su hija Asun, que estaba paseando con ella por el Centro.

Las nuevas amigas que han compartido mesa.

Acerca del cierre, las tres malagueñas celebran que la marca que llegue a la calle Larios sea La Canasta que, por cierto, no tiene fecha de reapertura. "Al menos es algo nuestro y parecido a lo que ellos ofrecían", sostiene Asun.

Los trabajadores, clave

Para Antonio Pedraza, cliente habitual de Lepanto, lo mejor de la cafetería han sido sus trabajadores, a los que ya considera parte de su familia. Sobre todo, dice, porque han levantado el negocio en sus peores momentos. "Hasta sin aire acondicionado y con los caños de sudor por la frente", asevera.

Cree que la poca asistencia por parte de la patronal es inadmisible y que el alma de Lepanto han sido ellos, llevaran más o menos tiempo. "Rachid, José Luis o María son algunos de los clásicos, que han estado dando la cara en todo momento. No se lo merecían", indica.

Asimismo, con mente de empresario, asegura que no termina de entender cómo alguien deja ir un local así. "Los que vienen [La Canasta] son buenos amigos, pero no sé de verdad cómo se ha permitido que todo acabe así", ha dicho el hombre, entre abrazos y besos a los trabajadores.

Felipe y su nieto.

El pasado mes de septiembre Lepanto presentó un ERE alegando que detrás del cierre estaban motivos económicos. Desde entonces, los representantes laborales de los empleados han estado luchando reuniéndose con la empresa para negociar su situación.

Este viernes será cuando se produzca la entrega de llaves y los empleados firmen el finiquito. El acuerdo alcanzado parece que contempla una indemnización de 30 días por año trabajado, aunque de inicio la parte ofrecía solo 20. Ahora los empleados solo esperan que se calmen las aguas mientras disfrutan de los últimos encuentros con sus clientes en un 24 de octubre del 24 que no olvidarán nunca.