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Enrique y Juan Antonio son amigos. Cuentan con la añoranza propia del paso de los años, que cuando eran niños jugaban juntos al fútbol en las calles de El Perchel. De aquel barrio, que fue santo y seña de otra Málaga, ya no queda nada. O casi nada. Nuevas edificaciones residenciales, por las que ahora se pagan más de medio millón de euros, clavan sus cimientos en los mismos terrenos que antaño acogieron la semilla perchelera.

La metamorfosis del enclave es total. Y bien lo saben dos testigos directos de una transformación que, sin pausa, se viene plasmando desde hace décadas. Ambos tienen el privilegio de pertenecer a ese selecto y reducido grupo de los últimos vecinos del viejo Perchel. 

Y aunque serán hasta su muerte "percheleros", como aseguran, su día a día ya no está en este barrio. Los dos han cruzado "la frontera de El Corte Inglés" para irse a la zona norte, a la Plaza de Doña Trinidad y la calle Agustín Parejo. 

Una mudanza forzada por los acontecimientos de los que han sido protagonistas en los últimos tres años; una odisea vital que arrancó cuando, de la noche a la mañana, se encontraron con la noticia de que una promotora de Madrid había comprado todos los bloques de la manzana, con intención de derribarlos y hacer nuevos inmuebles.

Eso ocurrió a principios de 2021. "Empezamos a recibir cartas en las que nos decían que teníamos que terminar los contratos después de 30 años de alquiler y que nos teníamos que ir", relata Juan Antonio. Enrique admite que fue un momento complicado, aunque "desde hacía tiempo se decía que el lobo venía y al final llegó".

"Yo he visto cómo ha decaído el barrio. Todas las casas antiguas las he visto caer. Estoy curado en salud y es una pena. El barrio de verdad se perdió hace tantísimos años"

Enrique Gutiérrez, vecino de El Perchel

La situación de Enrique fue más grave, porque fue uno de los que llegó a tener en sus manos una carta de desahucio. Cuando habla de ello se emociona y se le humedecen los ojos. "Con el paso del tiempo me acuerdo y veo la cara de mi mujer y de mis hijos", dice.

"A nuestra edad y pensábamos que nos íbamos a ver sentados allí, arrastrados por la policía", interviene Francisco Gutiérrez, antiguo Defensor del Ciudadano en la provincia de Málaga y pieza clave en la resolución del conflicto. "Desde un primer momento se dijo que había que mantener la unidad", añade. Y eso fue clave en el avance del proceso. Nadie se salió del guion establecido, reforzando el frente vecinal ante la compañía Dazia.

Imagen de varias máquinas en la demolición de los edificios de Callejones del Perchel, en Málaga.

La promotora, cuentan, tardó un año en nombrar un intermediario, abriendo la puerta al diálogo. Lo hizo, eso sí, ante la muralla vecinal, de todos los que contaban con contratos antiguos (amparados por la ley) y nuevos, sobre los que pesaba una mayor amenaza. Y ante el apoyo de las instituciones, que en este episodio se puso de su lado. 

Pero hay un elemento simbólico que a ojos de Francisco Gutiérrez también fue clave: el nombre de El Perchel. "El Perchel es un barrio con entidad; somos miles los malagueños que aunque no vivimos en él, pero que hemos nacido aquí", explica. Este antiguo asentamiento, que llegó a ser citado por Miguel de Cervantes, está impregnado de nostalgia, de añoranza de lo que fue y no volverá a ser. 

El derribo, en marcha

Casi cuatro años después estos tres percheleros se sientan a la mesa y cuentan una historia con final feliz. La antigua casa de Juan Antonio está completamente derruida. La de Enrique aún no, pero le llegará su hora. Hablan con serenidad, recuperada tras no pocas noches en vela, cuando el miedo se apoderó de ellos y de sus vecinos ante la incertidumbre de lo que estaba por venir.

"Aunque parece inevitable el proceso de destrucción de los cascos históricos de las grandes ciudades, en El Perchel se ha encontrado una solución que puede ser ejemplo para otros muchos casos"

Francisco Gutiérrez, exdefensor del Ciudadano en Málaga

De la negación inicial, al encuentro definitivo, conformando un escenario de diálogo entre las partes que se ha convertido en referente a nivel nacional. Son muchos los colectivos antidesahucio que llaman a Paco Guti para conocer lo ocurrido en El Perchel. 

Salvo dos inquilinos originales, que mantienen su negativa a aceptar la oferta de Dazia, el resto asumió las condiciones planteadas (incluía el pago de 170.000 euros a los inquilinos de renta antigua), abandonando definitivamente los edificios y encontrando acomodo en otros barrios.

"Aunque parece inevitable el proceso de destrucción de los cascos históricos de las grandes ciudades, en El Perchel se ha encontrado una solución que puede ser ejemplo para otros muchos casos que se están dando", expone el exdefensor del Ciudadano, quien pone en valor el acuerdo alcanzado, beneficioso para los vecinos.

Enrique Gutiérrez, Juan Antonio Rodríguez y Francisco Gutiérrez, junto a los restos de la demolición de El Perchel. Alba Rosado

Y lanza un mensaje: "Las grandes corporaciones deben pensar que aunque es un negocio para ellas, no debe hacerse a costa del sacrificio y de echar a los vecinos; se pueden hacer las cosas de otra manera, sin policía o los desahucios".

Lo sucedido en El Perchel es fiel reflejo del proceso en el que está inmersa Málaga en los últimos años. Pero no arranca ahora. "Yo he visto cómo ha decaído el barrio. Todas las casas antiguas las he visto caer. Estoy curado en salud y es una pena", lamenta Enrique, quien apostilla: "El barrio de verdad se perdió hace tantísimos años… Aquí hemos vivido los últimos 30 y tantos años de nuestras vidas; aquí hemos visto crecer a nuestros niños, a los nietos".

Regreso

Juan Antonio cuenta que cuando ha vuelto a ver su bloque demolido no ha sentido pena. Pena tuvo cuando se marchó, "cuando cerré la puerta por última vez y sabía que ya no iba a entrar más en la casa; le di la llave al administrador, me dio el cheque de la mudanza… Hubo días en los que ni en moto quería pasar por estas calles, pero ya me he acostumbrado", confiesa. 

"Cuando cerré la puerta por última vez y sabía que ya no iba a entrar más en la casa; le di la llave al administrador, me dio el cheque de la mudanza… Hubo días en los que ni en moto quería pasar por estas calles, pero ya me he acostumbrado"

Juan Antonio Rodríguez, vecino de El Perchel

Enrique recuerda que fueron sus hijas, ya mayores, las que lloraron más. "Yo estaba ya loco por salir, de verdad. Era muy duro estar como estaba", comenta, confirmando la situación de dejadez en la que se encontraban buena parte de los edificios desde muchos años antes de su marcha. "Había ratas enormes en el patio", dice Juan Antonio. 

Por eso cuando se marchó, Enrique, uno de los vecinos más combativos en todo este episodio, no sintió nada. "Mi mujer no quería irse. Le dije '¿tú no quieres venir? No te vengas. Te quedas aquí y yo me voy del tirón".