Mitad del mes de julio, dos olas de calor, tres terrales… y a estas alturas de la película, seguimos sin tener claro cuál es la canción de este verano. Ya saben: la típica cantinela más o menos pegadiza que empieza por ser refrescante en el inicio del periodo estival, y que, al término de los meses más cálidos, acaba por convertirse en algo así como una pesadilla tejida con corcheas, que espanta al más animado solo con entonar sus primeros acordes. Debe ser que la crisis ha llegado también para los músicos, que andamos menos pendientes del ranking musical o que, simplemente, ahora salimos menos a bailar.
Hasta las ferias de barrio ha querido liquidar el Covid, dejando algo más huérfanas de vida a esas plazas y calles de nuestra Málaga que, tal semana como esta, debían prepararse para festejar el día del Carmen a lo grande, y que deberán resignarse un año más con festejos a medio gas y, lo que es más importante, sin ver a la verdadera protagonista en procesión. Algo así como celebrar la boda sin que la novia haya podido presentarse. Las cosas a las que nos obliga el bicho.
Sea como fuere, Málaga no tiene canción del verano porque no quiere. La de El chachachá del tren, por ejemplo, podría haber sido la elegida en los últimos lustros para hablar de su proyecto estrella: el Metro. Cómo será la cosa que algunos, con cierta maldad, le llaman el "medio metro" y dicen que seguirán haciéndolo hasta que el suburbano llegue a la Alameda. Ya queda menos, pero como siempre en Málaga, algo falta y la canción del trenecito puede servirnos, por lo menos, dos veranos más.
Pero, si no teníamos poco trabajo soterrado, llega ahora el alcalde, Francisco de la Torre, para decirnos que el futuro en Málaga se pinta en color acero: el de las taladradoras que deben dar forma al faraónico proyecto Málaga Litoral, que aspira a que antes de 2030 estemos ya habituados a una nueva imagen de la ciudad, vista desde el mar. 442 millones de euros se llama el niño, que deben parir conjuntamente el Ayuntamiento, la Junta de Andalucía, el Gobierno de España y hasta Europa, a partir de los Fondos Next Generation.
¿65.000 metros cuadrados de espacio peatonal y zonas verdes suenan bien? A pájaros cantando por la mañana, en mitad del campo. ¿Cuál sería el nombre de la canción? Servidor les sugiere aquella Dreams, de The Cranberries. Suena de maravilla, pero suena a sueño, en una ciudad que no es eterna (Roma sólo hay una), pero en la que todo se eterniza.
Sirva el ejemplo: en mayo de 2019 la Policía y los Bomberos deciden la clausura del puente peatonal junto al CAC, por fallos estructurales, lo que obliga a pensar en su derribo. En febrero de 2020, se da a conocer el que será nuevo puente (ahorrémonos comentarios sobre el particular diseño elegido). En pleno verano de 2021, las obras de la nueva pasarela ni siquiera han comenzado. Modificación del proyecto por aquí, cambios por allá… la casa sin barrer y el puente (una estructura de aluminio que no llega a los 100 metros de longitud) aún sin plantar. Imaginen soterrar dos kilómetros y medio de avenidas.
Pero, centrando el tiro en las canciones y en el verano que nos ocupa… si los que eligiesen la cantinela fuesen de otro planeta y llegasen a nuestro territorio, la que tal vez elegirían sería aquella de Ricky Martin: ¿se acuerdan? La del pasito pa’ adelante y el pasito pa’ atrás. No es de este año, ni de esta década… pero va que ni al pelo, con lo que nos ha tocado, porque, si desde arriba han estado viendo la que tenemos organizada con el innombrable virus, a buen seguro que pensarán que no hay mejor balada para describirnos: que si nos quitamos la mascarilla fuera, que si ya podemos llenar los bares, que si ahora la distancia entre mesas es tal o cual, o que si determinado evento ha de cumplir con una normativa que, visto lo visto, no ha hecho sino despistar al más leído, agotar al más pintado y reflejar todo ello en una estadística que, como el velo de Penélope, cuando parece encaminarnos a la deseada normalidad nos vuelve a dar de bruces con el contagio descontrolado. Triste realidad que no apunta mejor en una Málaga que ve inflarse sus tasas, a ritmo de canción de rock and roll con poca gracia.
Y en estas andamos, cuando el Tribunal Constitucional declara ahora inconstitucional el confinamiento general decretado en el primer estado de alarma del Gobierno. La pelea contra el virus es dura; la lucha contra la incompetencia parece más difícil. Se hace cada cuatro años en una urna, y con papeleta.