¡Un espectáculo! Me gusta esa expresión para definir, en sólo una línea, lo que representa esta ciudad de Málaga que tanto adoramos. Me gusta hablar de espectáculo, porque el término le pone fácil a la mente pensar en luces de colores, en magia en un rincón, en alegría y en evasión de problemas. Me gusta pensar que me gusta porque, si la vida es sueño que dijo Calderón de la Barca, Málaga bien puede ser sinónimo de esa fantasía a la que cualquiera aspira.
Me puse 'bizcochón' hoy, a la hora de escribir esto, pero todo tiene un porqué. En un momento en el que todo apunta a que podremos liberarnos (veremos por cuánto tiempo) de esas ataduras obligadas a las que nos hemos ido acostumbrando con la pandemia, hay ganas... muchas ganas de normalidad. Ganas de salir a la calle a la hora que a uno le apetezca, pensando que aquellos días grises en los que nos ponían hora para volver a casa no son sino una pesadilla de la que no queremos ni acordarnos. Ganas de compartir almuerzo con tanta gente como nos dé la gana, sin tener que andar sumando con los dedos de las manos para conformar una mesa en una terraza. Ganas de ser lo que siempre fuimos. Ganas de ocio. Ganas de tradiciones. Ganas de cultura. Ganas de espectáculo. Ganas de Málaga.
Esta ciudad sabe mucho de divertirse y poco de estarse quieta. Tal vez sea por eso, por lo que nos cuesta tanto adaptarnos a la jaula de rejas transparentes en que se ha convertido nuestra vida en este año y medio. Por eso, y sólo por eso, aquí celebramos una Magna como si de un gol en La Rosaleda se tratase. Por eso, pensar en luces de Navidad e imaginarse el espectáculo de vatios de Larios, con sus borlas, su Mariah Carey y sus bombillas led al son de la música… nos pone tontorrones. Nunca le dijimos no a una celebración y, con la que ha caído, nos apuntamos a cualquiera, no vaya a ser que nos la perdamos.
Málaga debe, eso sí, ser tan comedida como responsable. La capital y el conjunto de la provincia afrontan una etapa nueva, marcada por la casi total eliminación de restricciones, que no deben tapar una realidad patente con la que nos tenemos que acostumbrar a convivir: ese bicho implacable sigue fuera. Es por ello que estamos listos (y ansiosos) por ver esos dieciséis tronos en la calle, del mismo modo que estamos deseando llenar interior y exterior de negocios de hostelería, repetir las insoportables tardes-noches de las comidas de empresa en Navidad o, más aún, de ‘pelear’ por coger un caramelo de los que lanzan Sus Majestades los Reyes Magos, desde unas carrozas que, el enero pasado nuestros pequeños se quedaron sin disfrutar. Son tantas las batallas perdidas, tanta bala por gastar, que no hay quién quiera privarse del espectáculo.
Aquel The show must go on de Queen bien pudo inspirarse en Málaga. Porque esta ciudad es un espectáculo, y no hay quien pueda frenar esa tendencia. Porque, hasta en pandemia y a trompicones, la capital de la Costa del Sol no ha fallado a su encuentro con la tradición o con la cultura. Los malos tendrán al virus o a un volcán enfurecido, pero nosotros tenemos fervor religioso, tenemos sol y playa, tenemos a Picasso, tenemos a Pablo Alborán y a un tal Antonio Banderas, capaz de jugarse buena parte de su patrimonio a cambio de dejar en su Málaga un legado de cultura y talento, dos de las palabras que mejor definen a nuestro internacional. Su Teatro del Soho es un corazón que late a ritmo de musicales como el recién presentado Company. Él ejerce de pulmones para dar aire a un proyecto que habla de sueños. ¡Otro espectáculo!
Una procesión que ya es reclamo nacional. Una ciudad que vive de serlo. Una agenda cargada de intenciones y plagada de buenos mimbres para ello. La receta huele de maravilla pero, si algo hemos aprendido de todo esto es que los planes a medio plazo ya son lejanos. Planear a corto… y mucho es a veces, porque no hay boceto que soporte el ritmo de una pandemia, por bien elaborado que estuviera. Es por ello que toca ser prudentes, no privarnos de lo que nos venga, pero no lanzar campanas al vuelo, cuando el reloj aún no marcó la hora de la misa. Si habrá o no todo esto que añoramos, está por ver.
No cabe duda: un espectáculo de ciudad, que de mayor quiere ser aún más. De momento, la cosa no pinta mal y Málaga está preparada para disfrutarlo, pero no estará de más, en cualquier caso, tirar de sensatez y, como me recomendó mi padre en una ocasión, “mejor pasarse dos dedos de lo previsto, para así no quedarse cortos”. Aplicado a la prudencia, bueno será el consejo.