Define el diccionario de la Real Academia Española por “mazacote” aquel “objeto de arte no bien concluido y en el cual se ha procurado más la solidez que la elegancia”. Desmentimos categóricamente que los académicos obtuvieran la lucidez suficiente para definir tal palabra tras pasear por ‘la Málaga que nos está quedando’ y ver de cerca el nuevo edificio de Moneo, junto al cauce (seco) del Guadalmedina.
La estampa, desde luego, bien merece a 14 de octubre de 2021, una sarta de improperios: miras hacia arriba, y ves las grúas; miras a tu espalda, y ves las pintadas multicolor en la pared de hormigón del vaso artificial del río; miras la obra del prestigioso arquitecto, y contemplas los ladrillos aún puestos ‘a pelo’ en la famosa esquina, detrás de unas vallas metálicas (anuncios incluidos) que perimetran el terreno; miras atrás, y los ojos se vuelven a lo que debería ser lámina de agua y lo que, al menos, debería haberse remozado con el tiempo sin dejar que la mugre se apoderase del espacio. Humedades, un ambiente decadente por dejado, que no por antiguo, e incluso una colección de vidrios rotos que en su momento se concibieron como entrada de luz natural para el paso subterráneo del tráfico en el Pasillo de Santo Domingo... pero que a nadie le ha dado, siquiera por renovar. La fotografía del terror,a escasos 500 metros de nuestra calle más famosa (y cara). Si el Marqués de Larios levantara la cabeza… tardaría poco en darse de bruces con ese “mazacote” que gustaba a pocos cuando aún era proyecto, y que gusta aún menos una vez se ha comenzado a elevar al cielo de Málaga.
No es, actualmente, la de esa zona que abre el paso al centro desde el oeste, la mejor fotografía de una Málaga que debe ir a más. No es esa la fotografía que mejor refleja a una capital que ha dado pasos importantes en estos 20 años para tomar las riendas de su propio futuro, al tiempo que comandar la economía del sur de España. No es esa, señores, la Málaga que nos invita a presumir, sino más bien la que pide cerrar los ojos y pensar en otra cosa.
El caso es que tiene uno la sensación cuando escribe este tipo de cosas, de que estuviera cometiendo sacrilegio por decir sencillamente lo que vemos todos. Que no tardarán en llegar las criticas y que empezarán a mirarte diferente, por el simple hecho de expresar algo que parece tan evidente, como que la Tierra da vueltas o que en otoño se caen las hojas al suelo. Pero no se equivoquen: estar a favor de una ciudad que avanza no quiere decir conformarse con cualquiera que sea la evolución. Si el niño es el más guapo del mundo, pero un día vuelve de la peluquería con un mechón de cada color, y media cabeza rapada, seguirá siendo el más guapo del mundo, sí… pero estará para chillarle, y no precisamente de alegría. Pues lo mismo, pero en versión ciudad.
Hace ya años de un debate que acabó en lo que hoy se aprecia junto al Guadalmedina. Una tensión social que llevó a una parte de Málaga a pelear contra el derribo de la antigua pensión de La Mundial, en Hoyo de Esparteros, para impedir que se desarrollase en esa pastilla un proyecto firmado por un prestigioso arquitecto, de nombre Rafael. Moneo ‘no se había dejado caer’ por Málaga en estos años. A sus 84, su trayectoria es más que plausible, incluyendo entre sus logros el haberse convertido en el primer español en hacerse con el Premio Pritzker, algo así como el Nobel de Arquitectura. Y no: no sería justo valorar la estética de un edificio cuando éste se encuentra aún en ‘sus huesos’, si bien no podemos hacernos de nuevas cuando hablamos de las considerables dimensiones del mencionado. Diez plantas de altura para el actor principal de una obra que será hotel, y que cuenta con dos secundarios más, en este caso planteados como edificios de oficinas. Uno de ellos, por cierto, rendirá tributo a la antigua pensión por la que no sirvieron pancartas, mociones en el pleno del Ayuntamiento o pequeños motines frente a las máquinas de demolición. Todo aquello quedó en ruido, el anterior inmueble se redujo a polvo y de la obra de Strachan… ésta sólo queda la memoria.
¿Es positivo para una ciudad como Málaga contar con una obra de tan insigne arquitecto? La respuesta es sí. ¿Todo lo que nace de esa cabeza es bonito o encaja en el lugar donde se plantea? La respuesta, amigos lectores, es no. Lamentablemente, no. Para gustos colores, y para espacio donde jugar a la torre más alta, el Puerto. Se puede ser de Málaga y recordar lo que allí había hace sólo unos meses. Se puede venir de otro planeta, aterrizar junto al pasillo de Santa Isabel y acabar igual que el primero, esto es, advirtiendo con la mirada una construcción ‘fuera de lugar’ que, ya en estructura, se atisba como futuro muro visible desde buena parte de esa zona de la ciudad… por mucho que lo firme una eminencia como Moneo.
No está terminado, no… pero el niño venía de penalti y ahora asoma de nalgas. Muy blanco tiene que acabar luciendo el edificio para tapar tanto gris… aunque precisamente lo que le pediríamos es que no tape tanto. Eso del “mazacote” y la escasa “elegancia”. Aquello de que “el mejor escribano también echa un borrón”.