El domingo, 30 de enero de 1977, a las doce de la mañana, el párroco de los Santos Mártires, Mons. Rafael Jiménez Cárdenas, bendijo la nueva imagen de Jesús de la Pasión, ejecutada por el insigne imaginero sanroqueño Luis Ortega Bru, asistido por el entonces director espiritual de la cofradía, Antonio Zurita Cuenca, SJ., y el coadjutor de los Mártires, Emiliano Fortea Martínez.
La portentosa imagen se ubicó en el alto presbiterio, en el lado del Evangelio, entronizada en las andas de la Virgen de Lágrimas y Favores –cedida a tal fin por las Cofradías Fusionadas de San Juan–, adecuadas por el carpintero y hermano de Pasión, Joaquín Luque Gómez, para que sobre un proporcionado monte de claveles rojos pudiera asentarse el Señor.
La convocatoria de la ceremonia causó impacto en un panorama cofradiero malagueño dominado por la atonía: un cartel con una fotografía frontal del rostro del Señor, en blanco y negro, realizada por el fotógrafo Haretón, acompañada de un faldón inferior con la información puntual. También fue llamativa la propia acción litúrgica puesto que la coral Santa María de Victoria y la cuerda de metales de la Orquesta Sinfónica de Málaga, bajo la dirección del padre Manuel Gámez López, interpretarían la Missa Salve Regina, de Jean Langlais. Una iglesia abarrotada acogió expectante la ceremonia mientras que, en los minutos previos y en la plaza que la antecede, la banda juvenil de música de los colegios de Gibraljaire y Miraflores de los Ángeles interpretaba marchas procesionales.
El Señor lucía una sencilla pero elegante túnica morada lisa, elaborada por las hermanas Plaza (Carmen y Josefa), ceñida con un cíngulo de oro, confeccionado por Manuel Alba, propietario de la Cordonería de su nombre. Sobre su hombro izquierdo cargaba la cruz arbórea de procesión, ejecutada por Manuel Guzmán Bejarano, rematada por cantoneras de plata, diseñadas por Juan Carrero y realizadas por Jesús Domínguez Vázquez. Del cíngulo del Señor partía una cinta morada que repetía por tres veces: “Nuestro Padre Jesús de la Pasión”, que había pintado con letras en oro José González Rodríguez, hermano y consejero.
Como padrinos actuarían los donantes de la imagen: Manuel Martín Almendro y su esposa, María de los Ángeles López. Sin embargo, hubieron de ser sustituidos por Fernando Navarro Navas, oficial de la Junta de Gobierno y mayordomo del trono del Señor, y Antonia Pallarés de la Cruz, camarera mayor, al llegar tarde el vuelo en el aquellos regresaban de Estados Unidos.
En el momento de la bendición, los padrinos sujetaban los extremos de la meritada cinta, mientras el celebrante hacía la oración ritual y apergía con agua bendita. Al incensar a la imagen ya sagrada, se interpretaba el Aleluya de Haendel, mientras los padrinos tiraban de la cinta que quedaría dividida en tres trozos: una, para el celebrante; la otra, para los padrinos y, la última, en posesión de la propia cofradía. Al finalizar la Eucaristía, el Señor se trasladada a su capilla en procesión claustral, concluyendo la celebración con el canto de la Salve Regina a María Santísima del Amor Doloroso.
Es en esa misma época cuando la cofradía se hace cargo de animar el culto eucarístico en la parroquia, junto a la devoción adormecida a los santos patronos, Ciriaco y Paula. Una actividad que le lleva a fusionarse con la cofradía sacramental que llevaba años sin actividad, validada por dos decretos rubricados por los prelados Buxarráis Ventura y Dorado Soto, en 1978 y 2001, respectivamente. Es justo en esta última fecha cuando, amparado en la documentación de archivo, se reconoce eclesiásticamente a la corporación como ‘archicofradía’, en virtud de su canónica agregación a la del Santísimo Sacramento erigida en la basílica romana de san Juan de Letrán por su cardenal vicario. De aquí que, a la fecha del aniversario de la bendición del Señor que se rememora cada 30 de enero, se uniera desde entonces la de la erección canónica de la cofradía del Santísimo fundada en Los Mártires en enero de 1927.
El recuerdo de aquella efeméride histórica no es solo una cuestión sentimental que atañe a quien esto escribe o a los testigos. Quizá sin ser entonces conscientes del todo, los hermanos de Pasión estaban experimentando un proceso ‘revolucionario’ en plena Transición democrática. Hay quienes hablan de "refundación"; prefiero calificarlo, al albur de la perspectiva temporal, de un "volver a los orígenes" en el que el peso de las opiniones de quienes en 1935 tuvieron la valentía de crear una cofradía tuviera semejante importancia a las ideas renovadoras de los jóvenes que el Señor iba convocando en torno a su poderosa presencia. El tergal morado de las túnicas, el cinto de esparto anudado a la cintura, los capirotes cónicos, el culto sacramental, la estación en la catedral, la música tras los tronos y un sinfín de elementos más que conforman el idiosincrático carisma de Pasión llegaron para enlazar con la seriedad, la oración y el carisma penitencial con el que se caracterizaba desde sus inicios esta institución nazarena.