Se nos fue Quintero y los ratoncillos coloraos lloran. Llora España entera, pero lo hace especialmente una Andalucía que creció y se hizo mejor de la mano de un comunicador nato, completamente ajeno a la praxis habitual… y precisamente por ello, un genio.
El bueno de Jesús Quintero siempre fue verso suelto. Verso, porque sus entrevistas eran dignas del mejor poema; suelto, porque nunca le fueron los convencionalismos, y de ahí su habilidad para cautivar y llenar el ojo de quien, por primera vez, se ponía delante de uno de sus programas. Tan grises, tan místicos, tan singulares. Tan del Loco.
“No hay preguntas indiscretas, sino periodista sin carisma”, dijo el onubense en cierto encuentro de aquellos que consiguió convertir en un mano a mano entre un famoso y el famoso. A Quintero le quedó por entrevistar a algunos de los referentes de la Málaga de ahora: no le recuerdo encuentro alguno con el fuengiroleño Pablo López, y esa charla habría sido poesía pura al piano; creo que nunca le vimos entrevistar a un Isco al que seguro habría sido capaz de preguntar directamente por su dieta, por ese “pudiste ser, pero no llegaste a ser”; y tampoco le vimos entrevistar a un Francisco De la Torre al que habría callado con sus silencios, y habría logrado sacar algo más que una eterna subordinada de las de Paco.
Sí que le recordamos encuentros con nuestro internacional más internacional, Antonio Banderas, al que en cierta entrevista le cuestionaba sobre la fama, para quien era más zorro en todo el mundo que en su propia tierra. "La fama es un rumor a 10 metros”, dijo Antonio por entonces. Nunca un error verde fue tan admirado por sus formas, más incluso que por su físico.
Se nos fue Quintero esta semana y Andalucía sacó pañuelos para recordar que nos dejaba una figura seguramente única, a la que probablemente y en palabras de Jorge Valdano “dejamos ir demasiado solo”. En una colina, como a él le gustaba, pero tal vez sin el foco que habría merecido, posiblemente porque su gusto por lo extraño, su especial atención a lo extravagante; esa forma de bajar la pelota manchada al suelo… Era un arte que pocos tiene la capacidad de dominar, y del que parece nos damos cuenta cuando se nos van.
Quintero
Málaga nunca tuvo hilo directo con ese loco, pero su particular forma de ver la vida, bien le pudo situar en nuestra tierra, por la que pudimos verle en más de una ocasión y donde tal vez dejó la última gran perla de su legado. Fue en el marco de una conferencia organizada por la Universidad, donde compartió mesa con un tal Sánchez Dragó y otro tal Carlos Alsina. Cada uno, con sus rasgos. Diferentes, pero similares, por la genialidad tan diversa en la comunicación. Cada loco con su tema, y el Loco con el suyo, que acabó en espontaneidad y medias sonrisas, aderezadas con un toque picante y directo de quien esta semana nos decía adiós como siempre le gustó: en silencio, pero dejando un mensaje. “Jamás hubo un loco más cuerdo”, escuché este martes. Larga vida a Quintero.