Cuenta Jorge Drexler la historia de un dojo que solo da tres cinturones: primero, el blanco, que te señala como principiante. Los que ya dominan todas las técnicas alcanzan el negro. Ahora bien, si quieres aspirar a ser verdaderamente un maestro, debes luchar por conquistar de nuevo el cinturón blanco. El desconcierto es grande: los que entran en el gimnasio, no pueden diferenciar al ver ese cinturón blanco si están frente a un principiante o a un legendario maestro. Tampoco importa realmente.
En su Movimiento, Drexler canta que somos una especie en viaje; que no tiene pertenencias sino equipaje: "¡Yo no soy de aquí, pero tú tampoco!" Y me acuerdo de ese Iñaki Williams más de Bilbao que la ría dando golpes a la pared para integrarse en los cánticos de sus compañeros de Ghana, Take Kubo soltando un "de puta madre" en la tele mientras se viraliza por respetuosa la selección y afición japonesa o la mera existencia milagrosa de Christian Machowski. Los caminos de la identidad son inescrutables, y el juego explora con mimo casi todos.
También lo hace una pared del Centro de Málaga, que cita al gran poeta urbano que tantas veces vuelve a los que se fueron: "No hallarás otra tierra ni otra mar. La ciudad irá en ti siempre". Irene Vallejo imagina en su El infinito sobre un junco al autor de esas líneas, Constantino Cavafis, en una Alejandría decadente, viendo "la ciudad ausente latir bajo la ciudad real" en la que los "ecos, susurros y bisbiseos seguían vibrando en la atmósfera": "Aquella gran comunidad de fantasmas volvía habitables las frías calles por donde rondan, solitarios y atormentados, los vivos", resuelve la escritora con maestría.
En la Costa del Sol, tampoco nada es de aquí, pero tú tampoco. Hay una gota de cosmopolitismo que no se da como en las metrópolis, donde se expresa en no-lugar para responder al cambalache; sino extendida en el tiempo como un chicle, casi como valor místico. Decía Ortega que aquí la tierra pierde su valor elemental y Space Surimi, que el surrealismo en el sur es realismo. Y creo que es verdad, y que somos cinturón blanco.
Son efímeros los cimientos en los que se asienta la identidad malagueña —parafraseando a Alcántara; una luz por el parque y el pitido de un barco que se fue, que se está yendo—. Pero todavía no han caído.