Los cristianos estamos inmersos en los días más apasionantes y evocadores de nuestra fe. Cada escena de la vida de Jesucristo que conmemoramos desde el Domingo de Ramos al de Resurrección, nos traslada al sublime mensaje que, desde hace más de dos mil años,el Hijo de Dios nos repite una y otra vez: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (San Juan 11,25-26).
Desde esta llamada a la esperanza después de la muerte, que no agota nuestra existencia, todo el relato de la Pasión día a día, es un ejemplo de cada uno de los acontecimientos y contradicciones que rodean al ser humano a lo largo de su vida en la tierra.
El gentío aclama a Jesús triunfalmente a su entrada en Jerusalén pero pocos días después, esa misma muchedumbre le grita a Pilato: ¡Crucifícalo! ¿No se repite hoy esa escena cuando comprobamos como del aplauso y el halago se pasa con suma facilidad, a la murmuración y a la condena?
En Betania almuerza con sus amigos Marta, María y Lázaro, también les acompaña Judas: ¡Cuántos se aprovechan de la amistad y confianza para después engañar y robar! Solo les mueve la ambición y el dinero y de ahí a la corrupción solo hay un paso. Sin embargo, son los amigos leales y fieles, como Lázaro y sus hermanas, quienes ofrecen a Jesús el calor de su hogar y lo mejor de sus bienes, son lo que hoy llamaríamos gente de bien.
Pero es en la última cena cuando se desenmascara al traidor: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar” (San Juan 13,21) ¿No vemos cómo se traicionan los principios, los juramentos, las promesas e incluso a las personas por un interés miserable como hizo Judas?
En esa misma cena Pedro también recibe el primer aviso de su infidelidad: “En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces”, como así sucedió. La cobardía y la mentira también nos arrastra a la traición. Pero las reacciones ante la ingratitud de uno y otro fueron muy diferentes. Frente a la desesperación y el suicidio de Judas, Pedro se arrepintió y lloró amargamente…una gran lección para los tiempos que corren.
Imaginemos una cena y que el anfitrión la interrumpe para lavarle los pies a los invitados. Las miradas reflejarían la sorpresa de todos los comensales, y seguramente tratarían de impedírselo. “Se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la puso a la cintura. Después echó agua en una jofaina y empezó a lavarle los pies a los discípulos y a secarlos con la toalla…”.
Solo pensar que esto lo hizo el Hijo de Dios, comprendo que sea difícil de asimilar en una sociedad donde los grandes señores de las finanzas, de la política o de las nuevas tecnologías no sólo prescinden de Dios sino que quieren sustituirlo. No es que no se bajen a lavarle los pies a sus empleados en un acto de humildad, es que los grandes señores del Mundo, nunca se los dejarían lavar por quien no consideran que es un ser superior a ellos…
Pero donde la Pasión se hace más desgarradora es en la soledad y el dolor que se respira en Getsemaní: “El Hijo de Dios hecho hombre estaba abatido, con una zozobra y angustia que le embargaba el ánimo, y se manifestaba al exterior de modo físico y transparente”. Un ejemplo vivo del sufrimiento y dolor humano que tantas veces lo comprobamos en catástrofes, guerras o enfermedades.
El dolor y el sufrimiento solo se puede superar aceptando la voluntad de Dios, que lo permite para hacerte más fuerte y resistente ante tu propia libertad y debilidad humana, como así lo hizo con su propio Hijo.
Pero es en el escándalo de la Cruz y en la resurrección, donde se encierra todo el misterio de estos días tan intensos de emociones y sentimientos. En el Gólgota se manifiesta la gran injusticia que la humanidad comete contra quien solo habla de amor, de paz, de generosidad, de amistad, pero el que muere humillado en la Cruz vence a la muerte y la sobrevive. Así será en la resurrección de los muertos: “se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; se siembra en vileza, resucita en gloria; se siembra en debilidad, resucita en poder; se siembra en cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual…” (1 Corintios,15,12)