Hace unas semanas, al ser reconocido como hijo predilecto de la ciudad de León, el astronauta Pablo Álvarez animaba a los niños y jóvenes que asistieron al acto a que persigan sus sueños, afirmando que: "con esfuerzo, dedicación y perseverancia es posible alcanzar las estrellas y cualquier reto que uno se plantee".
Me hizo recordar lo que mi padre, como otros muchos de nuestra época, me decía siempre, que: “con esfuerzo, voluntad y constancia, se podían conseguir las metas o, al menos, la satisfacción de haberlo intentando de manera honesta”. Y, más allá de que se logre, eso nos ayudaba a asumir la responsabilidad y ser personas más resilientes, tratando de ser la mejor versión de uno mismo. Es decir, que esos valores también nos ayudan al autoconocimiento, haciéndonos reconocer nuestras capacidades y ser más tolerantes a las frustraciones. Porque, además, por lo general en la vida siempre valoramos más lo que hemos conseguido con esfuerzo y nos ayudó a crecer y superarnos.
Pero en la actualidad se nos vende que se puede aprender inglés, adelgazar, dejar de fumar, ponernos cachas, …sin esfuerzo. Vivimos en la cultura de la inmediatez, agudizada por las redes sociales, que no es real y obvia que cualquier objetivo que uno se marque requiere siempre un esfuerzo y una constancia. Escribió un amigo mío hace unos años, en el eterno WhatsApp de compañeros de instituto, que siempre acumula cientos de mensajes sin leer, que su objetivo para el 2019 era adelgazar 8 kilos y que se había quedado a 12 kilos de lograrlo. No tuvo la voluntad ni la constancia de mantener esa rutina de deporte y eliminar algunos productos azucarados de su dieta, que le hubieran acercado al objetivo.
Tampoco nos ayuda nuestro modelo educativo, cada día más dispar entre CCAA y con un nivel de exigencia menor, en el que la frustración está mal vista y se va imponiendo un sistema donde los objetivos se consiguen de forma inmediata, con la ley del mínimo esfuerzo. Y para reforzarlo, está cómo se gestiona el fracaso de nuestros hijos, siempre buscando factores externos a ellos; los profesores, compañeros, padres, entorno, …. que será cierto en algún caso puntual, pero dista mucho de ser lo habitual.
Seguro que Michael Jordan, Mozart, Pablo Picasso, Rafa Nadal, Bill Gates, … tenían unas capacidades innatas, pero fue la persistencia de una pasión, traducida en el trabajo duro, lo que realmente los llevó a alcanzar su potencial completo. Tener esas capacidades puede ser una ventaja inicial, pero sin dedicación y esfuerzo, no es suficiente para lograrlo.
Por ello, pienso que es nuestra responsabilidad seguir transmitiendo a las generaciones más jóvenes los valores que nos han llevado hasta donde estamos hoy en día, mejorando lo que podamos. Hay que explicar que la consecución de los objetivos no es solo una cuestión de las capacidades innatas, sino que también depende de la dedicación, el esfuerzo y la pasión que se pone en conseguirlos. Algo que, sin duda, nos permitirá construir un futuro mejor para todos, especialmente para ellos.