Dícese de aquellas metonimias malagueñas dedicadas al Metro, es decir, de tropos que consisten en designar algo de nuestro suburbano con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa.
No se enfade Don Fernando por haber rebautizado aquí a la estación de Atarazanas como La Manquita, es simplemente un artilugio metronímico. Si usted oyera la de tropos que me han llegado cargados de esa tan peculiar guasa malagueña, a buen seguro que sonreiría. El ingenio malagueño es incuestionable, y si no vea estos ejemplos.
Un profesor de ciencias me cuenta como dicha estación le sirve para explicar a sus alumnos lo que es el apéndice intestinal. Ese saco de nuestro aparato digestivo que sin ser esencial cuando se inflama nos lleva al quirófano. También me cuentan que en un bar del barrio han bautizado con el nombre de ‘un atarazanas’ a una tapa que quiere parecerse a un salpicón de mariscos, pero sin langostinos, ni pulpo, ni mejillones, y que, sin embargo, va bien cargada de salsa rosa, lechuga picada en juliana y unos trozos de palitos de cangrejo. Y qué decir de la barra exterior de la Casa del Guardia, de tanto éxito durante la Semana Santa.
Incluso hay quien la llama La Olímpica, ya que una vez que bajas al apeadero, si se encuentra allí el tren lo verás al fondo, dando la impresión de que cabalgará de manera inmediata. Entonces los procelosos aspirantes a viajeros inician cual velocistas una acelerada carrera por el andén, que en algunos casos bien podrían constituir récords mundiales de velocidad.
En una segunda derivada, a mi amigo el trasbordo perchelero le permite explicar a su concienzudo alumnado que es la ósmosis inversa, en donde la función de membrana selectiva la realizaría el andén.
Hasta en un pueblo de nuestra provincia han apodado al ancestral baile de la silla, aquel en el que hay un concursante más que el número de asientos disponibles, el baile del metro, por analogía con aquella competición que se desarrolla en la estación de El Perchel, en la que hay que demostrar igualmente la velocidad de reacción y el sentido del ritmo.
En fin, Don Fernando sonría con este sencillo sainete, que las metronimias además de divertidas hacen que la gente incorpore a su acervo lo que hasta entonces desconocía.