El 6 de marzo de 1665 se publicó la primera revista científica de la era moderna, Philosophical Transactions, empezaba así: "No hay nada más importante para el progreso y mejora de los asuntos científicos (filosóficos) que su divulgación". La traducción es mía.
Llamadme pesado y abuelo cebolleta. Nadie recordará que hace 20 años hubo un escándalo sobre resultados científicos experimentales inventados en los Bell Labs en EEUU. Algún “friqui” recordará el caso de Hendrik Schön, investigador en semiconductores y física de supercomputación. Los del MIT aun lo tienen en su revista.
Para mí, este asunto me quitó el velo de los ojos. Yo lo de los transistores moleculares me lo tragué. Como no lo entendía pensaba que el tonto era yo. El rey iba desnudo. Lo del “foolproof net of peer review” era el timo del tocomocho. Siempre imaginé a unos sesudos evaluadores de igual o mayor nivel que el científico que publicaba examinando críticamente los artículos científicos.
Pobre María Sklodowska, a la sombra de su amado Pierre Curie que tuvo que negarse a recibir el Nobel, compartido con Becquerel sin su mujer. A ésta seguro que le miraron sus trabajos por arriba y por abajo. En 1903 defendió su tesis y obtuvo el cum laude. De inmediato la Royal Institution les invitó a hablar de la radiactividad, pero le prohibieron hablar por ser mujer. Sólo Pierre pudo hablar.
Pudieron haber patentado sus descubrimientos, pero lo donaron a la humanidad, sus disertaciones de la Royal Institution se tradujeron a 5 idiomas y se reeditaron 17 veces y se desarrolló una importante industria. La medalla Davy de la Real Sociedad de Londres al descubrimiento más importante en el campo de la química la recogió en solitario Pierre. Salvó a muchísimos soldados de amputaciones innecesarias en la primera guerra mundial gracias a sus radiografías, contribuyó a la reducción de infecciones mediante la esterilización por radón. Su hija Irène continuó sus investigaciones y carrera y recibió el Nobel en 1935. Fue, en palabras de Albert Einstein, ”probablemente la única científica que no se corrompió por la fama”.
A Schön, sin embargo, en 2004, la Universidad de Konstanz le revocó su título de doctorado en 2004. Según Science, había hecho 17 papers falsos mientras estaba en los Bell Labs.
En 1996, Alan Sokal, un Doctor en física, envió un artículo deliberadamente absurdo a una revista científica llamada Social Text sobre estudios culturales y consiguió producir debate intelectual sobre sus postulados mientras el autor seguramente se partía de la risa. Veinticinco años después del llamado asunto Sokal, la revista The Conversation lo rememoró en un artículo que concluía: “En un mundo donde publicar es cada vez más necesario para labrarse una carrera, y donde la labor editorial y la organización de conferencias pueden llegar a ser negocios muy lucrativos, ¿cómo no va a primar la cantidad sobre la calidad?“
A finales de 2002 Igor y Gridchka Bogdanov, con el mismo apellido que el célebre bieloruso autor de la teoría de las dos ciencias, escribieron una serie de papers con cálculos y modelos matemáticos que llamaron la teoría de la singularidad en el Big Bang. Describían lo que sucedía unas pocas de billonésimas de segundos antes de la teoría por todos conocida. Los 5 papers fueron publicados por prestigiosas revistas revisadas por pares (peer review). No se descarta que estuvieran, como en el caso Sokal, tomándole el pelo y riéndose del ridículo sistema que mide a los científicos. Lo cierto es que dos de las revistas, Classical and Quantum Gravity y Annals of Physiscs se retractaron. A su muerte fueron recordados por HOLA en 2022.
En 2018 se presentó el Plan S, en el que colectivos científicos de 11 países europeos que incluían Reino Unido, Francia, Holanda…, pedían que la ciencia que se financiaba con dinero público fuera de libre acceso. Hubiera sido bueno para cortarle el chollo a las editoriales científicas. La UE siempre tiene una solución que te puedes descargar en pdf y que no sirve demasiado. Mientras tanto, un grupo de investigación financiado con dinero público paga por publicar y los contribuyentes tenemos que pagar hasta varios miles de euros por bajarnos el documento para leerlo. Vamos bien.
En 2019 se le retiraron por irregularidades 19 investigaciones al mismo científico de la Universidad Católica de Murcia. En un artículo de Javier Salas en El País se describían las chapuzas del catedrático Calvo -Guirado, que tenía 259 publicaciones en Scopus (el mayor catálogo mundial de abstracts y citas)
Recientemente nos hemos encontrado con que Manuel Ansede en El País denunciaba que hay hasta 11 casos de investigadores españoles con doble adscripción, falsa. Es decir que dicen que trabajan en una universidad española y otra extranjera, sin ser cierto.
El pasado 27 de abril publicaba que Damià Barceló, director del Instituto Catalán de Investigaciones del Agua (ICRA), ha sido recusado por los 14 científicos principales de su institución que piden se le cese cautelarmente, una semana después de que el mismo periodista publicara que este científico había declarado desde 2016 que su empleo principal era en la Universidad Rey Saúd. En Scopus Barceló tiene 1648 publicaciones índice H 141. No va más. En 2022 lo citaron 9208 veces. ¿Ahora se dan cuenta sus inocentes pipiolos? ¿Justo después del artículo de El País? Lo paradójico es que en 2015 recibieron de la UE el premio HR Excellence in Research que menciona las mejores prácticas y código de conducta en la selección de investigadores.
El 31 de marzo nos desayunamos con la noticia de que el químico de la Universidad de Córdoba Rafael Luque había sido suspendido de empleo y sueldo por 13 años. ¿Qué tenía de particular este paisano? Publicaba un estudio cada 37 horas, y firmaba como investigador de otras instituciones en Rusia y Arabia Saudí. Era, hasta el momento, uno de los científicos más citados del mundo. En Scopus dice 965 publicaciones e índice H 85.
No desvelaré mis fuentes, pero investigadores de la UMA me han confesado que cuando piden financiación para una investigación, una parte no menor es para los costes de la publicación. Es decir que las revistas cobran por publicar, también cobran suscripciones a los lectores por acceder a los papers y, si publican libros con los artículos, se quedan con buena parte de los beneficios. Un negocio redondo. Cientos de miles de investigadores en el mundo obsesionados con el índice H, que es el del número de publicaciones y sus citas por terceros y el que les permite acceder a cátedras, a financiación y, en España, al mísero y pérfido sexenio de investigación. Cuatro perras comparado con el derroche inmenso de talento obsesionado en publicar en lugar de hacer ciencia de calidad y de impacto y, sobre todo intercambio, transferencia e innovación con y para las empresas, que son las que crean valor, empleos y riqueza en los territorios. Un trienio de colaboración vale más que un sexenio de investigación.
Entre el 96 y 2015 los artículos publicados en revistas científicas duplicaron el número de autores por trabajo publicado -“... méteme en tu peiper (sic) quillo que yo te meto en er mío…”- . Decía el Economist en 2016 que el motivo era el del “guest authorship”, meter una figura de relumbrón como el director de un centro de investigación para llamar la atención y mejorar la reputación, ¿les suena? Hagan la prueba. Pongan el nombre del primero que se les venga a la cabeza en Scopus y miren lo que pasa. Salen cientos de trabajos. De un buen amigo me salen 482 publicaciones y un índice h 44 y de otro al que cancelamos los encargos por falta total de interés en obtener un producto industrial y comercializable, 215 papers y índice h 60.
En 2018, Cabells, una empresa de datos norteamericana había compilado una lista negra de revistas científicas que publicaban basura, papers que no estaban revisados por pares. La responsable era Kathleen Berryman y aseguraba que tenía 8.700 publicaciones, más del doble que un año antes. Un bibliotecario de la Universidad de Colorado, Jeffrey Beall las denominó revistas predadoras.
En diciembre del año pasado Simon Linacre publicó un libro que tendrá impacto porque describe y evidencia lo obvio y la “omertá” de todo el sistema investigador occidental.The Predator Effect: Understanding the Past, Present and Future of Deceptive Academic Journals reconocía en ese momento una lista de 17.000 revistas predadoras.
En febrero de 2023 The Economist publicó que el sector biomédico sufría una cantidad importante de papers fraudulentos. El Retraction Watch decía que entre 1996 y 2023 unos 8000 eran sospechosos de fraude y 2500 de plagio y el acumulado de artículos retirados de revistas científicas superaba los 16.000 en el periodo. Los EEUU tienen su centro para la integridad científica, una institución privada que vela y vigila, que falta hace. Nosotros no. Para eso ya está Manuel Ansede, ¿no? ¿Dedicamos una fortuna a financiar investigación sin control? ¿Era para eso la autonomía Universitaria? ¿Vamos bien? Aquí tenemos la ANECA. En sus principios dice que el primero es :P1. Promover la calidad (…) antes que la cantidad. ¿Cómo se les escapa un señor con 1600 publicaciones?
En China, que en 2018 se convirtió en el primer país del mundo en publicaciones científicas hace ya unos años que tomaron cartas en el asunto.
Espero no citar un artículo de los malos. En 2023, Park, Leahey y Funk, publicaron en Nature que el impacto de los artículos científicos desde 1945 había caído entre 3 y 4 veces. En concreto, los autores dicen que son menos disruptivos. Uno de los motivos es que hay muchos más artículos malos, hechos para publicar en lugar de para divulgar importantes avances en el conocimiento humano. No parece que se avance en calidad, con perdón de la ANECA.
El pasado 23 de abril, mientras recorría las Ramblas entre libros, escuchaba en La Ciencia en A Vivir que son dos días a Pere Estupinyà y Javier Sampedro, criticar el modelo, asegurar que las publicaciones se usan “al peso” por la cantidad (desmintiendo, como hacían también en The Conversation, el principio número 1 de la ANECA) y no por la calidad pero indultando al sistema, porque dicen que es como la democracia para Churchill, el menos malo.
La ANECA lleva desde 2001 en marcha, ha tenido 5 directores y 3 directoras, desde el Catedrático de Facultad de Derecho de la Universidad de Murcia, Ismael Crespo (35 publicaciones en revistas, 66 capítulos de libros y 37 libros en su CV aunque Scopus le da H 0 y dos publicaciones) a la actual doctora en Álgebra Mercedes Siles Molina (62 publicaciones H 17) de la UMA. El antecesor de la doctora Siles, José Arnáez Vadillo declara en su perfil de la Universidad de la Rioja 187 publicaciones (Scopus dice 55 publicaciones y H 23) ¿Cómo sabemos que se aplica el principio número 1?
Uno de los anteriores directores de la ANECA, que fue Consejero de Educación en Madrid, se presenta así:” Soy Rafael van Grieken Salvador (…) Doctor en Química Industrial por la Universidad Complutense de Madrid. (….) más de 150 artículos científicos en revistas de prestigio internacional, acumulando más de 5.000 citas a sus trabajos y un índice H de 39 (fuente Scopus) … “. Desde que lo escribió tiene 5 publicaciones más y H 43.
Los guardas del coto, los de la calidad, de momento, los primeros en cantidad. Nadie puede definirse sin sus publicaciones, sus citas y su H. Cada académico es un vector de tres dimensiones. Si alguna dimensión es baja, mal asunto. Me gustaría ver a Maria Sklodowska-Curie, inquebrantable, viendo a todos locos por publicar.
Tenemos una Ley de Universidades de 22 marzo de 2023 que no resuelve este problema de “publish or perish”. Miraron para otro lado otra vez. Las del 83, la del 2001, y la de 2007 tampoco. Para colmo, todo el mundo valora el alto nivel de nuestras escuelas de negocio entre las mejores del mundo, que ponen el caso práctico y la abundancia de docentes con gran experiencia en el mundo no académico como valor. ¿Cómo se evalúa a estas escuelas? He tenido la oportunidad de contestar a los evaluadores para IESE, ESADE y EADA en España y CEIBS en Shanghai, en calidad de alumno y de empleador de alumnos. Les preguntan a los egresados cómo les fue la educación y cómo les va ahora tras hacerla. Les preguntan a los empleadores de los alumni lo mismo y miden objetivamente su retribución de antes y después de la formación. Imagino, que además evalúan a las propias escuelas, contenidos, programas, métodos y a sus propios investigadores y publicaciones también.
Hay una pregunta que cada uno nos deberíamos hacer. Si ganáramos el doble que ahora, ¿enviaríamos a nuestros hijos a la misma universidad a la que fuimos nosotros? Y a los responsables de la Universidad les preguntaría ¿vienen porque quieren o porque no tienen mejor alternativa?
Mientras tanto, en nuestras universidades se acaba con los profesores asociados de todas las formas posibles, pagándoles mal y poniéndoles exigencias que les hacen tener que elegir entre sus trabajos fuera de la academia o dedicarse a la universidad 100% para publicar, publicar, publicar y que les citen para el perverso índice H. Si eres, pongamos un arquitecto de prestigio con un buen despacho y eres asociado en la universidad, aunque tengas mucho más conocimiento práctico y real que tus compañeros, te ganarán la carrera de las publicaciones. Podrías ser Calatrava o Norman Foster y cualquier alumno dedicado te ganaría en pocos años en la carrera del mérito H.
Pero esto, en la era de la IA, en la que el verdadero factor de competitividad es la disponibilidad de talento muy bien formado, ¿a quién le importa? ¿Quién leerá estas reflexiones en lugar de sus redes sociales, su Instagram, su Tik-Tok? ¿Veremos a nuestras Universidades quitando el título de Doctor a los Luque, Barceló y compañía como hizo la de Konstanz con Schön? Hagan sus apuestas.