Para un año que me queda
La recién aprobada Ley Orgánica 2/2023, de 22 de marzo, del Sistema Universitario se ha redactado por muchos motivos. Uno de ellos tiene que ver con el hecho de que la Unión Europea le ha dicho a nuestro país que las instituciones públicas no pueden tener personal contratado en precario.
Esta es la razón por la que las administraciones públicas han iniciado procesos de consolidación de personal que lleva años, e incluso decenas de años contratadas sin ninguna seguridad de continuidad. Y es que se trata de que la legislación laboral se debe cumplir incluso por quienes la han promulgado.
Los distintos ministros de educación o universidades (según el título del ministerio en cada caso), han decidido que en su caso, para eliminar la precariedad en la Universidad lo más efectivo es eliminar a los precarios.
Una de las figuras más precarias del sistema universitario español es la del profesor o profesora asociada. Ésta es una figura que originalmente se crea para dotar a la Universidad de un perfil docente que ejerce la profesión y por tanto, puede transmitir al alumnado su conocimiento y experiencia.
Soy profesora asociada del Área de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Escuela de Arquitectura de Málaga desde 2009. En realidad mi labor docente comenzó antes, al inicio de aquella figura extraña que se creó para dar cabida a una titulación, Arquitectura, que parecía urgente que se impartiese en la provincia andaluza que más presión inmobiliaria soportaba.
La Unidad Administrativa de Arquitectura venía a ser en realidad la conceptualización sencilla de una idea: "para crear la Escuela de Arquitectura de Málaga tenemos que empezar dando clases. Lo demás, vendrá poco a poco."
Reconozco que el procedimiento no fue el más ortodoxo, pero debo decir también que el resultado fue más que exitoso. En poco menos de 7 años tuvimos nuestros primeros egresados y una estructura académica formada por un 99% de profesorado asociado absolutamente vocacional en su vertiente docente.
Dimos muchas más horas de clase de las que nos correspondían, realizamos tareas de gestión tremendamente aburridas sin apenas recursos administrativos. Por no tener, no teníamos ni sede, ni mobiliario ni por supuesto medios técnicos. Los profesores nos llevábamos nuestros ordenadores, los folios de nuestras oficinas los días de examen y los libros de nuestras bibliotecas para compartirlos con los estudiantes.
Hoy contamos con una Escuela de Arquitectura acreditada por la DEVA y hasta un departamento compartido con la Facultad de Bellas Artes. Tenemos salas con persianas que permiten tamizar la luz cuando proyectamos imágenes en ordenadores propiedad de la Universidad de Málaga y hasta sala de profesores. Todo un lujo cuando la primera clase que se impartió el primer año consistió en poner a los alumnos y alumnas a montar los muebles de Ikea que estaban guardados en sus cajas con sus manuales de montaje.
Mi primer año de docencia di a luz a mi hija y para no dejar a los alumnos sin clase porque no había quien me pudiera sustituir, hacía que alguien me esperase con el bebé en las afueras de la nave de RENFE donde dábamos clase, para poder salir de vez en cuando a darle el pecho.
El entusiasmo de las primeras promociones de estudiantes, el de los profesores y profesoras, y la inspiración de nuestro primer director Ricard Pie, tan loco como todos los demás como para pensar que aquella barbaridad tenía sentido, eran pago suficiente como para compensar todas las carencias que teníamos.
Particularmente, me apasiona la docencia. No tanto la investigación formal, que me aburre por excesivamente orientada. Pero acompañar a jóvenes que están descubriendo el mundo a través de su desarrollo académico, dotándolos de las herramientas para que se entiendan a sí mismos y al mundo en el que van a trabajar, fue y ha sido durante todos estos años, un privilegio del que no puedo estar más que agradecida.
Sin embargo la LOSU ha determinado esta figura tiene fecha de caducidad. Concretamente la del próximo año académico 2023/2024, último año en el que podremos dar clases como las hemos estado impartiendo hasta ahora.
Después de eso, muchas promesas: consolidación de algún modo no aclarado, estudio de casos para sacar a concurso plazas como las que hemos estado ocupando en función del presupuesto universitario, pasarelas para aquellos asociados con doctorado para que se transformen en personal a tiempo completo y unas cuantas cosas más.
Llevo 23 años trabajando como arquitecta y si hay algo que tengo claro es que las leyes son ejecutivas pero las intenciones no. Así que lo único seguro es que el año que viene es mi último año como profesora asociada de urbanismo en la Escuela de Arquitectura de Málaga en la que tanto he disfrutado todos estos años.
Y es entonces cuando, al ver los largos y tediosos correos del buzón de la UMA, me digo "total, para un año que me queda, paso de leerlos". O cuando me convocan a una reunión, también muy aburrida sobre el reparto docente del próximo año, me digo "total, para un año que me queda, paso de asistir".
Cuando me piden que forme parte de los revisores por pares de alguna revista por la que, por supuesto no me pagan nada y me exije dedicar un tiempo que no me sobra, me digo "total, para un año que me queda, paso de ponerme a rellenar papeles sobre la valoración de un artículo que me interesa poco".
Últimamente me he descubierto a mí misma diciéndome con frecuencia en relación a la Universidad "total, para un año que me queda…" Y me da pena sentir que mi Universidad no muestra ninguna empatía por todos los que hemos sido profesores asociados vocacionales y no tenemos interés en pasar a formar parte del cuerpo docente e investigador fijo, a través de alguna de las promesas que se nos hacen. Soy profesional, me encanta mi trabajo y solo quiero dar clases a esos alumnos que año tras año me motivan más para ser mejor profesora. No quiero otra cosa que ser profesora asociada.
Desde que se aprobó la LOSU, voy a clase con una sensación de tristeza y de derrota. Pero cuando veo a una alumna que me muestra su trabajo fin de grado y veo en ella la ilusión y el entusiasmo que yo tenía con su edad, no puedo evitar emocionarme y tratar de orientarla para que no tenga miedo y confíe en ella misma y en sus capacidades, porque yo no tuve nadie que me animara a creer en mí.
Algo parecido siento el día en que otra estudiante se echó a llorar porque al exponer su trabajo vio que no era suficiente a pesar de lo que se había esforzado. Tuve tentación de consolarla, pero vi en sus ojos la fuerza necesaria para recomponerse y seguir explicando su propuesta a pesar de que sabía que era insuficiente.
Y sentí la enorme satisfacción de quien ve crecer una planta que coge fuerza y termina elevándose. O aquel alumno que de pronto descubre que el urbanismo, esa disciplina que parece poco creativa a priori, llena de números, afecciones sectoriales y jurídicas en las que los planos son mucho menos atractivos que los de edificación, en realidad es la base para que todo lo demás funcione, y que hay que tener una visión amplia de las cosas, como la que él tiene, para entenderlo y hacer de esta disciplina el arte de lo posible. Y de repente, él se entiende a sí mismo.
Y al final del día, me digo a mí misma… "total, para un año que me queda, voy a disfrutarlo porque es el último".