Los muy loables profesores Ángel Valencia y Manuel Arias han organizado unas interesantes jornadas con el título Planeta Antropoceno y como reflexivo lema se propone La humanidad ante un planeta desestabilizado.
La población mundial cuando escribo esta columna ya supera los 8.035 millones de personas, un número que se ha multiplicado por ocho en apenas doscientos años. Llegados a los 10.000 millones, que según la ONU alcanzaremos antes del 2050, tendremos un gran problema de hacinamiento en esta reducida nave espacial llamada Tierra.
Estos dos siglos antropocénicos han puesto de manifiesto que somos una especie altamente transformadora de la biosfera, con una elevada y multiplicativa tasa reproductora, y con una esperanza media de vida en crecimiento progresivo. Los jóvenes de hoy podrán llegar a alcanzar los 135 años de vida.
Pero sobre todo somos una especie consumidora de grandes cantidades de materiales y energía, productora de residuos de lenta degradación, como son los plásticos que han servido para crear un nuevo continente en mitad del Océano Índico y que además parece ser la base de nuevos materiales geológicos como la antropoquina.
Somos también emisores de enormes volúmenes de gases de efecto invernadero que generan un calentamiento global con un impacto directo en la biosfera, hidrosfera, atmósfera y geosfera. De entre aquellos impactos tal vez sea el más importante la pérdida de biodiversidad, lo que se ha dado en llamar la sexta gran extinción.
Se calcula que conviven con nosotros 9 millones de especies que integran la biodiversidad global, de las que solo hemos llegado a describir poco más de un millón. Pero a este ritmo de calentamiento, si la temperatura media del planeta alcanza un grado más que en la actualidad se extinguirán más de la mitad de ellas. Probablemente a la biosfera poco le preocupe, ya que tras cada extinción se ha repuesto con nuevas formas de vida de mayor amplitud adaptativa. A quienes si debe preocuparnos es a nosotros, a la humanidad, ya que de ella depende nuestra mayor o menor prolongada existencia.
Lo tenemos crudo, pero, excepto los necios, nadie dijo que fuera fácil la solución. Cómo reiteraba el parsimonioso Guillermo de Ockham ante un problema complejo siempre se debe optar por la solución más sencilla. Hay que encomendarse a la sencillez de las ciudades, tal vez a la ‘ciudad única’ de Liam Young, para estabilizar este planeta. Si Homo sapiens parece que triunfó sobre los demás homínidos por su capacidad de empatizar en grupos, la nueva humanidad para prosperar deberá hacerlo con los valores de la solidaridad y la tolerancia.