El pasado 12 de mayo clausuramos en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la UMA la Cátedra Premo de Tecnología Electrónica Industrial. La dirección lo abrió a los alumni de Telecomunicaciones, de Industriales y de Informática. En la mesa estábamos un cateto de Antequera, un Doctor en Arquitectura de computadores, y otro en Electrónica de Potencia.
Mario Nemirovsky contó a un grupo tan bisoño como soñador de alumni, por qué recaló en Málaga. No fue por dinero, seguro. Tras salir de Quilmez en Argentina hace años buscando otras metas, este ingeniero idealista, hermano de un doctor en física que trabaja para la NASA, padre de otro que desarrolla innovación en Amazon, que tras montar casi una docena de start-ups, algunas compradas por empresas como Apple, que, tras fomentar talento joven como Elisenda Palou, Premio Princesa de Girona, ha decidido venir a Málaga.
Les compartió lo que aprendió en Apple, en Analog Devices, GM, en Delphi, en Silicon Valley, en la Universidad de California y en Barcelona en el BSC con una beca ICREA. Les contó lo que le llevó a trasladarse a Málaga. La innovación, la primera vez que encuentra un ecosistema comprometido y alineado con el impulso a la innovación, instituciones públicas y privadas, universidad y responsables políticos.
Cuando acabas la carrera te asaltan las dudas. ¿Qué será de mí? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo voy a identificar las oportunidades? ¿Cuáles son mis talentos? ¿Estaré preparado?
Montar una start-up a los 50 es algo poco común pero los estudios demuestran que son las que más éxito tienen. José Antonio Cobos montó la suya tras caerse del caballo. Doctor Ingeniero Industrial y fundador del Centro de Electrónica Industrial de la UPM fue padre de los modelos matemáticos que sustentaron el PE Expert, el programa de simulación por elementos finitos más popular de la industria.
Fue gracias al Dr. Alfredo García Lopera de la UMA como entablamos, hace casi 20 años, contacto. Yo soñaba con un equipo universal capaz de generar todas las formas de onda y todas las potencias y una carga capaz de presentar todas las impedancias, de manera que pudiera probar en condiciones reales el 100% de nuestros componentes.
En aquellos años competíamos en tecnología planar con Payton, una empresa israelí que intentaba desplazarnos en Nokia. José Antonio, al acabar la carrera, estaba haciendo fuentes de alimentación conmutadas para Indra (Inisel), pudo elegir la gloria académica y dedicarse a la robótica, en momentos muy tempranos de su desarrollo, pero se quedó con sus sistemas de alimentación conmutados intentado mejorar, describir, entender y proponer nuevas topologías en un mundo limitado por la disponibilidad de semiconductores capaces de conmutar altas tensiones y corrientes a altas frecuencias.
El Dr. Francisco Javier Sánchez Pacheco tuvo que irse a Italia a hacer su tesis sobre eficiencia en sistemas fotovoltaicos. Un perito industrial que había estado en centrales nucleares, en Fujitsu, en Hughes, que había sido profesor asociado de la vieja Politécnica, que había cursado su ingeniería superior con más de cuarenta años, no consiguió que nadie le dirigiera su tesis, no fuera a ser posible que se pudiera acceder a la carrera docente desde la industria y de menos a más.
Tuvo que irse a Italia y allí se ganó a pulso lo que no era evidente. El director de nuestra cátedra Premo UMA conoce tan bien la industria como la universidad y sabe que “nobody is perfect” pero que sólo haremos una sociedad más próspera conectándolas. En el público había profesores muy reconocidos y respetados por todos. Desde el Dr. en Matemáticas Salvador Merino hasta la Doctora en Electrónica de Potencia Alicia Triviño o el director del Departamento de Tecnología Electrónica, al que pertenece Sánchez Pacheco y el director de nuestro departamento de robótica e IA, el teleco José Ramón Salinas.
¿Todo este rollo para qué? Para explicar que un día Cobos se cayó del caballo. Había estado en Harvard, había presidido la American Power Electronics Conference, había desarrollado proyectos y formado a los mejores en Europa, pero Google lanzó un reto, un convertidor de una determinada potencia y eficiencia en menos de 13 pulgadas cuadradas. El que ganara recibía 1 millón de dólares. Muchas instituciones públicas desde el ETH de Zurich a la UPV compitieron. También empresas privadas. El dispositivo del grupo de Cobos era el más pequeño, pero no llegó a funcionar.
Los alumnos no pestañeaban. La atención era máxima y el tiempo se nos iba entre los dedos.
Cobos no se rindió. Empezó a pensar de otra manera, en términos de balances de energía. ¿Cuánta energía uso para alimentar una carga? Los resultados eran malísimos en términos de eficiencia. Subir la eficiencia un porcentaje pequeño significa reducir por mucho las pérdidas.
Se pidió una excedencia, se fue a Berkeley. Trabajó mucho con colegas brillantes y se vino sin solución un año después. No se cansó, pidió una reducción para dedicarse a montar su propia empresa con un grupo de estudiantes y ex egresados que le aseguraban que sus ideas no funcionarían. Sus ideas eran tan simples y evidentes, reducían y simplificaban tanto que todos le decían que no funcionaría, hasta sus colaboradores construyeron los prototipos para demostrarle que no funcionarían.
Pero funcionó. Y encontró un océano azul, un mar que no está teñido de sangre por la violencia de la pelea competitiva. Tres patentes y cuatro años después, no solo resuelve el problema de la alimentación de los chips de supercomputación, sino que con la eficiencia aportada reduce significativamente las emisiones. La economía digital, en contra de lo que dicen las tecnológicas no es más verde. Los data centers y la supercomputación derrochan gigavatios de energía. Cobos les ha dado una solución para alimentarlos y para reducir varios órdenes de magnitud su huella de carbono.
Cuando yo era alumno de la UMA no tuve una cátedra de empresa que nos trajera a ingenieros que habían hecho estas cosas deslumbrantes. Me imagino a la audiencia preguntándose cómo podrían ellos llegar a eso.
Durante su estancia en Berkeley el matrimonio de profesores que le facilitó la estancia tenía un “casoplón” en las montañas y habían montado varias start-ups. Nadie se cuestionaba que un profesor debe hacer eso, poner el conocimiento a producir y crear valor.
En las preguntas, muchas fueron por ahí. Por el emprendimiento y las start ups.
Todos coincidimos en que no hay que obsesionarse por montar una start-up. Unos lo harán antes, otros luego, muchos nunca y otros trabajarán en empresas y podrán innovar y emprender dentro, participarán de instituciones o serán docentes. Lo importante es aprender, tener curiosidad, disfrutar con lo que se hace, saber… Pero si creamos un entrono en el que lo normal es que los profesores colaboren con empresas y creen start-ups, al final, el raro será el que no lo haga porque los humanos emulamos y nos inspiramos en los demás.