Siempre me ha gustado ver la foto El hombre cruzado de brazos en medio del saludo nazi, donde se observa, entre la multitud de los trabajadores de un astillero, a August Landmesser ser el único que no saludó a Hitler, con el brazo extendido, en la botadura del acorazado Horst Wessel en 1936. Y lo es por la valentía que muestra, manteniéndose coherente con sus principios, aún en circunstancias adversas.
Lo escribo porque llevamos unas semanas rodeados de mítines políticos, donde todos aplauden cualquier frase que diga el candidato, por muy hueca o absurda que sea. Cierto que no deja de ser un acto de reafirmación para convencidos, donde se transmite una sensación de pertenencia y fortaleza a los seguidores.
Pero en la vida cotidiana, la coherencia se convierte en un desafío mucho mayor. La relación entre lo que pensamos, decimos y hacemos, y que se refleja en nuestro comportamiento, muchas veces es difícil de mantener. No se salva nadie de ello en algún momento de su vida, por lo tentador que resulta mimetizarse con el entorno para evitar cualquier tipo de problema. Ahora bien, otra cosa distinta es cuando por miedo o comodidad, acabamos haciéndolo de forma regular.
La pregunta que me hago no es si para llegar lejos en la vida hay que ser coherente y defender tus valores. Estoy seguro de que no es necesario, y hay grandísimos ejemplos de personajes históricos, y en el mundo empresarial, que han llegado muy lejos danto todo tipo de bandazos y mostrando grandes dosis de insensibilidad. El contexto, las circunstancias y la obligación de ganar, alimentadas por el miedo y la ambición, suelen ser los detonantes. Más perverso es el cinismo, cuando uno traiciona su palabra con descaro sin reconocerlo, pero hoy no toca escribir sobre ello.
Sin embargo, la cuestión realmente relevante, en mi opinión, es si es posible alcanzar el éxito y, al mismo tiempo, mantener nuestra coherencia y fidelidad a nuestros valores. Y ahí radica lo fundamental, porque creo firmemente que sí es posible lograrlo. Aunque existen ejemplos de personas que han llegado lejos sin ser coherentes, también hay innumerables casos de individuos exitosos que han mantenido su integridad y se han guiado por sus principios.
Ser coherente y defender nuestros valores no es un obstáculo para el éxito; de hecho, puede ser un poderoso catalizador para alcanzarlo. La coherencia nos brinda una base sólida desde la cual operar, nos permite mantenernos fieles a nuestras convicciones y nos ayuda a construir relaciones de confianza y respeto. Además, nos permite tomar decisiones más informadas y éticas, lo que puede ser beneficioso tanto en el ámbito personal como en el profesional.
Esto no significa ser inflexible o incapaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes. No es lógico pensar lo mismo en la adolescencia, juventud, madurez o senectud, como nuestra vida evoluciona, también lo hacen nuestros pensamientos. La coherencia también implica la capacidad de aprender de nuestros errores, crecer y evolucionar. Así que, en un mundo donde el conformismo y la complacencia son moneda corriente, y aunque el camino no siempre sea fácil, vale la pena esforzarse por ser coherente en nuestra búsqueda del éxito en todas las áreas de la vida.
No hay mayor confusión que no decir lo que pensamos y no hacer lo que decimos. Escribió el filósofo francés, Gabriel Marcel, que cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive.