Una llamada puede cambiarnos la vida. Sí, una llamada ofreciéndonos trabajo en aquella ciudad de la que tanto hemos oído hablar, y en la que nunca hemos estado.

Una de las primeras preguntas que nos surgirán, una vez asumido el salto que vamos a dar, es cómo es el tiempo en nuestro nuevo lugar de residencia. Si nuestra estancia va a ser de meses o años, la predicción meteorológica se nos quedará corta y no nos bastará. Tendremos que echar mano de la climatología, que es el estudio del tiempo que ocurre, en promedio, en un lugar, a lo largo del año.

Antes de iniciar nuestro viaje, una buena idea sería buscar en Internet una climatología de nuestra nueva ciudad. Pero, una vez instalados en ella, ¿por qué no empezar a integrarnos con la gente del lugar hablando sobre el tiempo? Alivio infalible de esos silencios incómodos en el ascensor, el tiempo es uno de los temas de conversación que nunca fallan.

Sin embargo, no todo el mundo tiene las mismas sensaciones sobre un mismo fenómeno del tiempo. ¿Quién podría darnos una impresión razonablemente buena? Cuando ocurre un suceso meteorológico extremo, suele preguntarse a los más viejos del lugar si recuerdan haber vivido algo parecido. Ciertamente, las personas vamos guardando, a lo largo de los años, una climatología subjetiva en nuestra cabeza.

Siglo tras siglo de observación continuada, en cada lugar han ido reuniéndose datos sobre el tiempo, transmitidos de una generación a la siguiente. Una parte de todo esto nos ha llegado en forma de refranero, una suerte de climatología rimada en la que no es difícil encontrar la sentencia perfecta para cada situación.

En nuestra sociedad tecnificada, ya no miramos tanto al cielo. Solo algunos oficios necesitan seguir pendientes de lo que ocurre allá arriba. Agricultores, pastores o marineros. Se pueden imaginar qué es lo primero que hacen estas personas en cuanto se levantan: asomarse a la ventana y mirar el cielo. Y si son afortunados, buscar la complicidad del mar para leerle los colores.

Volvamos de nuevo a nuestro traslado de residencia. A menudo, la primera oportunidad de conversar sobre el tiempo una vez aterrizados, en sentido físico o mental, la tenemos con los taxistas, que son personas que pasan muchas horas dentro de un vehículo pero fuera de casa, y por tanto andan en contacto con lo que ocurre, también con la intemperie.

Tal vez podríamos obtener datos interesantes sobre el tiempo de la ciudad dirigiéndonos a los jardineros y encargados de la limpieza de las calles, a los carteros y repartidores, o a los obreros de la construcción. Incluso podríamos interrogar a los guías turísticos, esos nuevos pastores que recorren el centro de las ciudades conduciendo, en vez de rebaños, a grupos de personas con ganas de conocer lugares nuevos.

Hay mucha gente que ha tenido la suerte de trasladarse a vivir a Málaga, hecho que durante los últimos años ha ido en aumento. Seguramente, todos ellos se habrán preguntado, en algún momento antes de venir, cómo es el tiempo aquí. Dar la respuesta corta es fácil: suele decirse que el tiempo en Málaga es bueno. Pero ¿siempre? Y bueno, ¿según para qué?

Si tenemos verdadera curiosidad, podemos llegar más lejos preguntándonos no solo por los diferentes tipos de tiempo que podemos encontrarnos, buenos y no tan buenos, sino también por los mecanismos que los provocan.

Málaga es una ciudad extremadamente interesante desde el punto de vista meteorológico y climatológico. Recostada frente al mar, es el lugar donde se dobla hacia el Estrecho la línea que traza la orilla norte del mar de Alborán, con una dirección este-oeste casi perfecta desde el cabo de Gata.

Como en muchas localidades costeras, aquí el tiempo viene marcado fuertemente por la forma en la que sople el viento. Pero hay más. Las montañas que rodean la ciudad condicionan decisivamente los flujos de aire, hasta tal punto que los habitantes del lugar le han puesto nombre a los vientos que se asoman entre ellas: levante, poniente, terral… Y así nos encontramos con la eolonimia, es decir, la manera con la que la sabiduría popular nombra los vientos habituales de cada zona, y que nos da mucha información acerca de cómo suele soplar en una zona.

Y aún hay más. Esos vientos son capaces, a su vez, de modificar la temperatura del agua del mar. Cuando el agua está mucho más fría que la capa de aire que la cubre, pueden formarse nieblas, conocidas aquí como taró. Por el contrario, cuando la temperatura del mar aumenta, y en los últimos años esa es la tendencia, las temperaturas descienden menos durante la noche y la sensación de bochorno aumenta. Un mar caliente durante una situación inestable puede intensificar notablemente las precipitaciones en el litoral, con una curiosa predilección por las horas nocturnas para las precipitaciones más torrenciales.

Y esto es solo el principio. Estamos cerca de la mayor fuente de polvo mineral del planeta, el desierto del Sáhara, que de vez en cuando estornuda y nos envía una muestra de la inmensa nube de partículas que lo sobrevuela. Esta masa de polvo nos llega muchas veces seca, pero en ocasiones se alía con las precipitaciones, formando lluvias de barro que decoran nuestros vehículos con diseño de leopardo o tiñen de un tono nostálgico las fachadas de los edificios.

No terminamos. También nos llegan a menudo borrascas atlánticas; danas, algunas de ellas retrógradas; y frentes, esas estructuras que se estudian en los libros de ciencias naturales, aún frecuentes por nuestra zona, pero parece que ya no tanto como hace unos años.

Entonces ¿los tipos de tiempo van cambiando con los años? El clima es algo dinámico, viene modificándose desde la formación de la Tierra, a veces con cierta brusquedad. Lo particular de nuestro momento es que, por primera vez, se están registrando cambios en el clima a una escala temporal más pequeña que la vida de una persona, ni un pestañeo en términos geológicos. ¿A dónde nos llevarán estos cambios? ¿Se hará raro lo que antes era habitual? ¿Veremos algo nunca visto, o ya olvidado, que viene a ser casi lo mismo?

Todo esto, y mucho más, lo iremos desmigando con calma en esta columna, gracias a la generosa invitación de EL ESPAÑOL de Málaga. La intención es describir, comprender y disfrutar de todas las maravillas que la atmósfera nos depara, tanto en el entorno de Málaga como, en sentido amplio, el entorno del sur de Europa y del mediterráneo en el que nos encontrarnos.

Parafraseando el título de la novela Viento del este, viento del oeste, de la estadounidense Pearl S. Buck, el nombre de la columna, Viento de levante, viento de poniente quiere ser un homenaje con acento meteorológico a Málaga, el lugar donde se encuentran desde hace milenios los que viven y los que llegan. Y no cabe duda de que esta gente, desde mucho antes de los fenicios hasta esta misma mañana de hoy, al bajarse del barco o la montura, del avión o del autobús, mientras se secaban el sudor del viaje, han acabado preguntando ¿qué tal es el tiempo aquí?