Ahora ya en todo el mundo se celebra la desairada siesta española como una necesidad psicológica y fisiológica del ser humano. Qué magnífica sensación es la de a duermevelas entreoír el esforzado ascenso al Tourmalet de aquellos abnegados ciclistas que buscan la cumbre como camino para la gloria.
En plena canícula de verano es una excelente terapia para evadirse del mundanal ruido de las tertulias especulativas, sin los gritones del corazón, que ahora también han contagiado a vespertinos analistas políticos.
Las bicicletas son para el verano, como nos contaba el gran Fernando Fernán Gómez, mientras que para sestear las tardes sabatinas de invierno son más recomendables los documentales de fauna exótica de La 2, a pesar de sus ingredientes exitosos de violencia en las persecuciones de los predadores sobre las presas o las extravagantes formas de reproducción que existen en la naturaleza.
Alguien afirmó en una ocasión que el fútbol es el mayor espectáculo del mundo no inventado por los norteamericanos. Las cuentas de asistentes a estadios de todo el orbe así lo ratifican. La integración racial en los grandes equipos y selecciones ha supuesto un avance, a pesar de los energúmenos que siguen profiriendo gritos xenófobos, machistas y obscenos, sin considerar que pueden dañar la infancia de aquellos menores que asisten a estos espectáculos.
Me sigue chirriando cuando en las competiciones deportivas aún se sigue diferenciando entre modalidad masculina y femenina. Me agrada ver esa United Cup tenística o diferentes pruebas del mundial de ciclismo en donde se celebran pruebas mixtas.
Qué los deportes hasta ahora considerados como de hombres empiecen a tener unas competidoras, que llegan a cuartos de final o más lejos, en baloncesto, en fútbol, en waterpolo, etc., abre las puertas a imaginar que un día, a lo largo de este siglo, veremos que los equipos de cualquier disciplina alinearán a personas, sin distinción de género, ni raza ni confesión.
Desperté de mi siesta a través de un sueño en el que la selección española de fútbol alineaba a una portera malagueña, a un extremo asiático nacido en Chamberí, a una delantera subsahariana de los campos de Níjar, a un defensa de Barcelona hijo de magrebíes, y así hasta veintidós. Shakespeare apelaba al poder alucinador de la imaginación en su Sueño de una noche de verano, pero también lo es de nuestra siesta agosteña.