Nos olvidamos demasiado rápido de una noticia por otra nueva. Sólo “somos catedráticos” hablando de aquellos temas que los medios de comunicación nos presentan, sea de un asesinato en Tailandia o de los posibles pactos de gobierno. Pero más allá de nuestras pantallas, y salvando el conflicto de Ucrania como excepción, el mundo sigue en un sin parar. En Sudán se están cometiendo crímenes de guerra sobre la población civil, mientras el conflicto entre las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) y las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF) arrasa el país; en Haití hay una impunidad crónica a las bandas que han normalizado los secuestros, masacres y la violencia sexual; en Níger aún no sabemos lo que pasará, en una región devastada por la pobreza, el cambio climático y la violencia yihadista; y así muchos otros.
Pero estos días, al cumplirse el pasado 15 de agosto dos años de la salida de las tropas aliadas de Kabul, Afganistán ha recobrado algo de protagonismo. Escuchaba a un periodista, hablando bajo seudónimo y comentando los riesgos de su profesión, afirmar “nunca pensé que el mundo nos olvidaría tan rápido, ni que Afganistán retrocediera de manera tan vertiginosa”.
Sin duda, la presencia de gas en el país, así como el miedo a que pueda convertirse en un caldo de cultivo de grupos yihadistas, hace que las grandes potencias traten de mantener sus contactos diplomáticos. China, como gran experta en aprovechar las oportunidades en zonas inestables, ya ha llegado a una alianza con el gobierno talibán para la explotación del gas, por medio de la china CAPEIC (Xinjiang Central Asia Petroleum and Gas Company), convirtiéndose para Afganistán en su primer gran acuerdo de inversión extranjera en el país, mientras la CIA mantiene esos contactos para evitar lo segundo. Europa, más allá de unas sanciones económicas que no han demostrado su eficacia, una vez más, sigue perdiendo peso y, quizá más importante, credibilidad.
Leía, en este medio, las durísimas declaraciones en la oenegé World Vision, de un padre afgano, Gul Ahmad; "estaba pensando en regalar a mis hijos en lugar de que sigan con nosotros y verlos morir porque no podemos mantenerlos". Cabe destacar que Afganistán es el único país del mundo que prohíbe a las niñas mayores de 12 años asistir a la educación secundaria. A las atroces restricciones impuestas a los derechos de las mujeres (ningún país puede prosperar cuando la mitad de su población es marginada y anulada continuamente), a la libertad de los medios de comunicación y a la libertad de expresión (acompañadas de ejecuciones extrajudiciales), se suma el aumento de la pobreza extrema, agravada por la sequía, una economía disfuncional y por otras catástrofes naturales, como terremotos, que incrementa este gran desastre humanitario que afecta a la práctica totalidad de la población del país.
Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, el 97% de la población afgana vive en la pobreza. Y a más necesidad de recursos, pero menos notoriedad mediática, pasa que los mismos menguan, agravando la crisis, aún más. El apoyo internacional ha caído en picado, reduciéndose de los 3.800 millones de dólares en 2022 a 746 millones en el primer semestre de 2023. A ello también “ayudan” las políticas del gobierno talibán, primero prohibiendo la participación de mujeres en los trabajos de las oenegés y luego restringiendo el acceso y trabajo de éstas.
Esta situación continuará fuera de la atención de los medios de comunicación y sólo mostrarán interés las grandes potencias, más preocupadas por que no se convierta en una zona de influencia de sus potencias rivales o en un polvorín para sus intereses, que de solucionar la vulneración de los derechos más básicos, especialmente los de las mujeres, y la crisis humanitaria reinante en Afganistán.