Este curso amanece demasiado intenso. Como en todo lo demás, en la Universidad también nos hemos contagiado de la inmediatez, de la prontitud en realizar todas las tareas. Lo urgente se impone a lo importante. Se superponen sin lógica exámenes, matrículas, clases y prácticas, sin llegar a reconocer a los alumnos. Hasta me llego a despistar y le hablo al alumnado en la presentación de la asignatura, de los exámenes de junio y de septiembre. Un desliz imperdonable como se desprende de sus sonrisas. Ahora el galimatías de tipos de ejercicios nos lleva a sentenciar con rotundidad: cuando proceda. La alegría este curso vuelve a ser que la mezcolanza de orígenes del alumnado es cada vez mayor. Franceses, italianos, portugueses y de otros continentes llegan a cubrir más de la mitad del aula. Es el mayor exponente de la globalización positiva que irá acallando las voces de aquellos repugnantes xenófobos.

Acabo la semana con el agotamiento que genera sobretodo la actividad burocrática que crece curso a curso. Como le advierto a mis amistades, la tarde de los viernes, con excepciones, son sagradas. Soy un fiel seguidor de la cofradía de San Sofá y procedo con exquisita veneración a la liturgia de la siesta. Aun es verano según los designios de Helios y de su hermano Titan, pero también del termómetro que nos avanza hacia un veroño más, esa nueva estación que se consolida con más fuerza en los últimos años. Ese tiempo estival pero en cortos días otoñales que nos hace disfrutar de las castañas mientras aun gozamos de jornadas playeras.

Me despierta un sueño en el que las plantas con las que convivo en mi despacho tienen una disputa bronca en modo congreso de los diputados. La Tradescantia, que está justo detrás de los cristales de la ventana, crece rápidamente como ninguna otra. Los aloes protestan porque no les llegan los intensos rayos de sol que necesitan para vivir. En el ángulo oscuro la Maranta sigue su rutina de rezar por todos. El helecho escalera, que siendo una plántula recogí del suelo en Tolox, ha alcanzado tal altura que imparte justicia desde la autoritas ganada, apoyado por el Cabello de Venus que se resguarda a su sombra. Él es el encargado de cerrar la disputa recordando que la diversidad en la que conviven es el valor de su supervivencia. Su contundencia al manifestarse sobresalta mi sueño hasta despertar. Y pienso, hasta las plantas son capaces de entender que la globalización puede ser una gran ventaja si se conviene desde el respeto a la convivencia.