El símbolo por excelencia con el que se suele identificar a la empresa familiar es un árbol longevo. Dicho árbol muestra como con el pasar del tiempo, y a partir de un tronco común, han crecido diferentes ramas familiares, las cuáles han dado continuidad a la aventura empresarial del fundador.
Precisamente, es la continuidad el principal reto y objetivo último de la empresa familiar. De ahí, que toda empresa familiar debe tener clara cuál es su estrategia de propiedad presente y futura. En caso contrario, hará buena la conocida sentencia de que: “el abuelo la funda, los hijos la debilitan y los nietos la entierran”.
En este sentido, la familia debiera afrontar lo antes posible cuestiones tales como: cómo y cuándo los miembros de la familia llegan a ser propietarios de la empresa familiar, si los “políticos” pueden convertirse en propietarios, si los gerentes no familiares pueden poseer un porcentaje de las acciones, qué participación debe tener la familia en su conjunto, o cómo y cuándo se transmiten las acciones entre las diferentes ramas familiares. Igualmente, una familia puede contemplar aprovechar una oportunidad de venta de la empresa o plantearse el que la empresa comience a cotizar en bolsa para financiar su crecimiento. Estas decisiones no son neutrales y determinan el futuro y la continuidad de la empresa familiar.
Asimismo, es natural que con el paso de las generaciones se incremente el número de propietarios familiares y la dispersión del accionariado sea tan amplia como antigua la historia de la empresa familiar. Es lógico que algunos de los propietarios no tengan interés en permanecer vinculados con la empresa familiar y se planteen vender su participación. También es comprensible que otros propietarios estén dispuestos a concentrar las diluidas participaciones en paquetes accionariales más relevantes al objeto de mantener una visión compartida y comprometida con el negocio familiar y su continuidad. De esta forma, se puede producir lo que se conoce como la “poda del árbol”. Un ejemplo ilustrativo de ello sería la decisión tomada por Joan Marsal (Grupo Uriach, sector farmacéutico, quinta generación), quién adquirió todas las acciones que estaban en manos de primos, sobrinos y tíos, concentrando de nuevo la propiedad en el tronco primitivo.
Dicen que la poda en los árboles propicia el crecimiento de ramas gruesas y estables, de tal forma que el árbol crece de forma controlada y desarrolla una hermosa copa. De igual forma, una poda bien realizada en la empresa familiar puede, al facilitar el buen gobierno de la empresa, fortalecer el árbol y garantizar el futuro y la continuidad de la empresa familiar, reforzando tanto la empresa como la familia. Esta decisión de “podar el árbol”, al igual que la opción relativa a la sucesión consistente en el traspaso por entero de la empresa al primogénito o al líder de una determinada generación, no es casual, sino que obedece normalmente a una planificación conjunta de la familia, la empresa y el patrimonio familiar. Empresa + Familia = Bienestar social.