A los que hemos sido hijos y ahora somos padres, nos sonará lo que dijo Hipócrates hace casi dos mil quinientos años “Los jóvenes de hoy no parecen tener ningún respeto por el pasado ni ninguna esperanza en el futuro”. Porque todos, en nuestra juventud, nos enfrentamos a muchos desafíos y oportunidades que no existían en el pasado y, por lo general, si no los conocemos, solemos pensar que estamos peor que antes.
Vivimos en un pesimismo social que se caracteriza por la falta de esperanza en la sociedad y el futuro. Se suele decir que sólo son noticia las malas noticias, priorizando los medios de comunicación aquellas de catástrofes, corrupción, guerras... seguramente porque también preferimos consumir ese tipo de información y las luchas por las audiencias son feroces. Lógicamente, esto no significa que no haya noticias positivas o que el mundo sea solo un lugar terrible. Hay muchas personas e iniciativas que trabajan por el bien común, la paz, la justicia, la innovación y el progreso.
Por eso me atrevo a recomendar el libro Factfulness: Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas. Explica cómo los prejuicios y un mal uso de los datos condicionan la visión que tenemos de los problemas del mundo y nos lleva a ser más pesimistas. También destaca que la realidad económica y social del mundo es mucho mejor de lo que pensamos, lo cual no significa que no haya motivos para preocuparse ni cuestiones que requieran una mejora urgente, como vemos, escuchamos y leemos cada día.
Si lo analizamos, hay muchos datos que demuestran que las cosas en nuestro mundo están mejor de lo que pensamos. Por ejemplo, la esperanza de vida mundial pasó de unos 30 años en 1820 a unos 73 años en 2020. Los ingresos per cápita se multiplicaron por diez en el mismo período, y la pobreza extrema se redujo del 84% al 10%. Otro indicador relevante es la tasa de alfabetización mundial, que en seis décadas ha pasado del 56% al actual 87%, o la tasa de vacunación mundial que en menos de cuatro décadas ha aumentado del 22% a más del 80%. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo el mundo ha progresado en los últimos doscientos años, pero hay muchos más.
Que hay grandes problemas mundiales, es una obviedad, como el retroceso de los sistemas democráticos, el cambio climático o seguir progresando en los indicadores comentados anteriormente, entre otros muchos. El progreso no para, por tanto, se trata de ser objetivos sobre cómo va nuestro mundo. No deberíamos darle la razón a Matt Ridley que, en su ensayo The rational optimist, sentenciaba: “Si dices que el mundo ha estado mejorando, serás tratado de ingenuo e insensible. Si dices que seguirá mejorando, serás considerado un tonto rematado. Pero si dices que es inminente una catástrofe puede que te den un Premio Nobel”.
La realidad es compleja y diversa, y hay aspectos positivos y negativos, oportunidades y desafíos, aciertos y errores. Por eso, es importante tener una visión equilibrada y crítica de la misma, y no dejarse llevar por el pesimismo excesivo.