En 2015 pasé tres meses en una estancia de investigación en la Universidad de Palermo mientras acababa mi tesis doctoral. Allí conocí a Marcela Aprile, la directora de la Escuela de Arquitectura, una arquitecta de unos sesenta años “brava” y fascinante que me dijo algo que no olvidaré jamás: “el verde es un color”.
He llegado a la conclusión de que las ideas más sofisticadas son de una sencillez aplastante. Como nos enseña la teoría de la complejidad, las aproximaciones a la realidad no pueden ser menos complejas que la propia realidad, pero su resolución tiende a ser sencilla. Los problemas son como un blandiblú sin forma ni estructura que lo impregnan todo.
Podemos abordar los problemas desde una aproximación multivariable, sin prejuicios y con el objetivo de entender cuál es el conflicto, para luego llegar a una batería de soluciones con el mismo número de variables que las que definen el propio problema, pero fáciles de aplicar. La segunda forma es ver al blandiblú como un enemigo y tratar de derrotarlo con nuestra espada de matar.
Más o menos esto es lo que muchos pretenden a la hora de resolver el problema de la vivienda, por ejemplo. Cada sector tiene su espada de matar: unos quieren resolverlo "liberalizando" el suelo, otros haciendo que la administración se lo de gratuitamente a los promotores para que no tengan que repercutir el precio del suelo en el precio final de la vivienda, otros quieren que el estado produzca viviendas protegidas para todo el que no pueda comprar una vivienda libre (que cada vez son más, por cierto) y otros creen que la solución pasa por limitar las viviendas turísticas en todo el país…entre otras soluciones simples donde las haya.
Creo que uno de los retos más importantes que tenemos como generación histórica es el de hacer de las ciudades espacios habitables. Hemos multiplicado por cinco la población mundial en algo más de un siglo, y el deseo por vivir en ciudades es cada vez mayor. Todos queremos estar donde ocurren cosas y ese es el espacio de la ciudad. En los años 80 se conceptualizó la forma de la ciudad y sus dotaciones básicas.
El siglo XXI habla de aumento de la densidad poblacional y de las temperaturas. Los dos problemas más importantes que definen los retos urbanos contemporáneos son la provisión de viviendas y la creación de infraestructuras ambientales que hagan posible la vida en la ciudad. Cada vez se habla más de los espacios verdes en la ciudad.
Cada generación tiene unos retos que asumir, y entenderlos pasa por saber nombrarlos. "El lenguaje nos ayuda a capturar el mundo, y cuanto menos lenguaje tengamos, menos mundo capturamos. O más deficientemente. Una mayor capacidad expresiva supone una mayor capacidad de comprensión de las cosas. Si se empobrece la lengua se empobrece el pensamiento" (Fernando Lázaro Carreter).
El objeto de este artículo es elaborar un pequeño glosario de algunos conceptos habituales en la prensa, los foros profesionales y también los académicos. El aumento de la entropía favorece la especialización, por lo que una traducción simultánea es cada vez más necesaria.
Henry Lefebvre conceptualizó en los 60 del siglo pasado el "espacio público", no como el espacio urbano de titularidad pública sino como aquel espacio en el que se produce el encuentro entre las personas. Si queremos estar en las ciudades es porque en ellas crecemos y desarrollamos un proyecto vital que requiere de la conjunción de otras personas. Si no tenemos espacios para ese encuentro, no tengo muy claro cual es la mejora competitiva de la ciudad frente al campo. Una plaza, una calle, un parque o un jardín son espacios en los que se produce el encuentro.
Pero un espacio público no tiene que ser un espacio con árboles ni con plantas. Puede ser un secarral pero desempeñar a las mil maravillas la función para la que está pensado. El problema de los espacios públicos en este momento de nuestra historia es que el más deseado es normalmente el más limitado, pues se encuentra en las zonas centrales que se han ido construyendo a lo largo de la historia.
La demanda sobre estos espacios públicos centrales es uno de los mayores conflictos a los que asistimos como ciudadanos. Las plazas y calles son el objeto de deseo de actividades productivas, vehículos de movilidad, organización de eventos y lugares para el esparcimiento social. Decidir cómo queremos distribuirlos tiene una carga ideológica más potente que cualquier programa electoral.
Los "espacios libres" o las "zonas verdes" son reservas de suelo destinadas a los parques, jardines y plazas públicas que la legislación urbanística exige a cada desarrollo urbanístico en la ciudad. Sin embargo, que se cumplan los estándares de espacios libres o zonas verdes en términos numéricos no significa que se dote a la ciudad de espacios de calidad para la ciudadanía si éstos no se proyectan pensando en su habitabilidad sino en su estética para la foto final o en la facilidad del mantenimiento posterior.
Ya sabemos el drama del diseño de las plazas duras con pavimentos que repelen el calor, sin sombras, ni fuentes ni bancos. Los espacios libres pueden tener la funcionalidad de dotar de escala un determinado edificio relevante o equilibrar los llenos y vacíos de la ciudad, pero no servir en absoluto para el encuentro.
Últimamente empieza a hablarse de "espacios vegetados" para diferenciarlos de la idea numérica de los estándares de los espacios libres. En las latitudes mediterráneas la idea de vegetación suele ir asociada a la idea de sombra, y en consecuencia, a la de árbol. Sin embargo, un espacio vegetado no tiene por qué ser un espacio arbolado ni tan siquiera pensado para el encuentro de los sapiens. Y digo sapiens porque sí puede estar diseñado para el encuentro de animales que no sean sapiens.
Uno de los problemas de la humanidad que vive en las ciudades (y en consecuencia la humanidad que toma decisiones) es pensar que el mundo se acaba en los entornos urbanos. Lo que pase fuera es algo que no sabemos qué es ni como funciona, pero que no debe ser demasiado importante ya que la comida llega a las estanterías del super y podemos hacer excursiones los domingos a un campo que de algún modo "alguien" debe estar cuidando ya que sigue ahí.
Uno de los grandes retos de nuestro tiempo es visibilizar la realidad natural y sus lógicas. Los ríos se encauzan porque molesta verlos secos cuando no llueve, los ecosistemas ambientales están muy bien si están a las afueras y los bichitos cuanto más lejos mejor. La vegetación es a las calles lo que la fauna a los coches. Para que un ecosistema funcione necesita pensarse en términos territoriales.
Por ello, los espacios vegetados entendidos bajo esta funcionalidad no tienen por qué ser públicos. Los jardines de las parcelas residenciales, dotacionales o incluso industriales, pueden cumplir una función fundamental en esta red conectora de ecosistemas.
Siempre he pensado que si considerásemos las ordenanzas municipales como un espacio para la creatividad, a los parámetros urbanísticos clásicos como la edificabilidad, la ocupación o las alturas, se le podrían unir conceptos como los de la vegetación funcional en términos de permitir el desplazamiento, alimentación o anidamiento de animales. Si queremos que las ciudades alberguen más vida que la económica, debemos pensar en términos de escala planetaria y alianzas entre especies.
No me voy a extender mucho en el concepto de "sostenibilidad" pero les diré que siempre que lo oigo suelo preguntar qué es exactamente lo que quiere sostener. Todo lo que queremos sostener afecta a la sostenibilidad del resto de cosas que se verán afectadas por la acción que pretendemos sostener.
La movilidad sostenible pasa por la descarbonización, y ésta por el vehículo eléctrico, el cual requiere de baterías que necesitan para su fabricación de ingentes cantidades de tierras raras que hacen insostenible la vida de las personas de los países africanos de donde se extrae, entre otras cosas porque el gran interés de las compañías trasnacionales en estas materias primas altera los frágiles sistemas democráticos de los países en los que actúan. Luego nos quejamos de la inmigración.
El primer día de clase de urbanismo en cuarto de Arquitectura les digo a mis alumnos que está totalmente prohibido utilizar la palabra "paisaje"a no ser que al sustituirla por la palabra “territorio” la frase no tenga sentido. El paisaje es la percepción que una determinada sociedad, en un determinado momento histórico, tiene de un territorio o un entorno urbano.
Pero el paisaje también es un cajón de sastre que admite casi de todo, pero sobre todo un cajón del que podemos sacar herramientas fantásticas cuando queremos confundir a nuestro interlocutor con una narrativa pegajosa que se desparrama sobre nuestro pensamiento impidiéndonos reaccionar. Si mis alumnos quieren hablar de paisaje tendrán que decirme quien lo está percibiendo, qué mecanismos han utilizado para consultar y medir esa percepción, y en qué momento lo han evaluado.
Obviamente la conclusión final es que el paisaje es aquello que a ellos les gusta. También ocurre en los foros profesionales, por cierto. La definición de unidades de paisaje o la identificación de sensibilidades estéticas o culturales específicas no es suficiente si queremos hablar de paisaje, ya que lo primero habla de la identificación de patrones territoriales y lo segundo de patrones particulares de percepción, y normalmente afines a nuestra propia percepción.
No quiero acabar sin una breve reflexión sobre los "refugios climáticos". Éste es un concepto muy potente que afortunadamente empieza a utilizarse con frecuencia y que se refiere a una zona que ofrece unas condiciones ambientales benignas para protegerse en un contexto de riesgo como las altas temperaturas o la escasez de agua, y que son especialmente importantes en el caso de niños, personas mayores o con problemas respiratorios.
De la misma manera que la reserva de dotaciones para colegios, centros de salud o espacios culturales fue la gran conceptualización del urbanismo de los años 70, el diseño y reserva de espacios para los refugios climáticos es el gran reto del urbanismo contemporáneo.
Si cruzamos el aumento de días de insoportable calor con la dificultad del acceso a la vivienda, nos daremos cuenta de que tirar de aire acondicionado no es una solución que puedan asumir todos los bolsillos. Y eso que no estoy incluyendo en el análisis la variable de la dependencia energética o la contaminación.
La cuestión es que ya me he encontrado con quienes piensan que el Corte Inglés es un refugio climático porque puedes refugiarte en caso de un golpe de calor. Lo interesante del asunto es que es cierto. Por eso desde que me encontré con esta idea tan legítima como sorprendente para mí, ya hablo de refugios climáticos ejecutados con "soluciones basadas en la naturaleza" para que no haya lugar a dudas.
Hablar de "lo verde" en la ciudad no es admisible en este punto. Necesitamos un lenguaje con el mismo nivel de complejidad que los retos que debemos afrontar. Como decía Marcela Aprile, el verde es un color, nada más que eso.
Los retos urbanos que nos toca afrontar exigen una aproximación rigurosa a la realidad compleja de la ciudad, su ecosistema natural, su equilibrio de llenos y vacíos, la vida urbana que se da en ella, y el compromiso que queremos asumir con cada uno de estos valores, porque recuerden que nada es gratis. Si no lo pagamos con nuestro dinero lo pagaremos con nuestros impuestos. El derecho a tomar decisiones pasa por el deber de la responsabilidad de entender lo que hacemos, decimos o enseñamos.