Es probable que a algunos lectores no les suene aquel ‘Wand'rin star’ que cantaba Lee Marvin en la película ‘La leyenda de la ciudad sin nombre’, pero seguro que ya sí la estarán tarareando los que eran jóvenes en la década de los 70. En tan excepcional golpe cinematográfico de Joshua Logan se narraba en formato de musical un pasaje de la fiebre del oro en el que se funda una ciudad, con más pecados que grandezas. La codicia por encontrar el vil metal llevó a excavar galerías más allá de las minas, hasta las propias entrañas del poblado. Al final, y perdonen el spoiler, la ansiada fortuna les condujo a su declive, hasta ser tragada por el entramado de galerías excavadas. De ahí que surgiera la leyenda de una ciudad que se perdió, sin ser bautizada.

Hace unos días en tándem con Enrique Navarro, director de la Cátedra de Turismo digital, pronunciamos una conferencia sobre turismo en tiempos de crisis climática. Esbozamos datos y reflexiones que llevaron a un interesante debate con el público. Quedó claro que nuestra fiebre actual no es por el oro, sino por el turismo, y que el riesgo no está en la excavación de una mina sino en la incidencia que la crisis climática puede tener sobre el confort y los recursos naturales de nuestra tierra. El reciente mapamundi sobre la temperatura en la superficie continental presentado por Climate Central, nos sitúa en el epicentro de uno de los puntos más calientes del planeta. No necesitamos más aval que como lo hemos sentido en nuestra propia piel.

Mi colega Isidro Martín Lozano me acaba de presentar su interesante cartografía con las islas de calor en Málaga, es decir de esos puntos en donde las temperaturas se vuelven más elevadas de lo que debieran. A la par me llega un artículo publicado en Nature, en donde han realizado un trabajo similar en Chicago. Es muy sugerente ya en su título en donde habla del impacto silente del cambio climático en las ciudades. Ese calor que concentran estos puntos de temperaturas extremas, no se quedan en la superficie, sino que afectan al subsuelo de manera drástica, hasta el punto que empiezan a perturbar desde servicios básicos de abastecimiento o saneamiento hasta infraestructuras subterráneas como los túneles del metro. En Málaga hay evidencias de cómo en algunas zonas los edificios se hunden a un promedio entre 1 y 3 mm al año. Se le achacaba al sobrepeso que soportaban edificios que no estaban pensados para albergar mobiliarios y electrodomésticos, por necesarios, cada vez más pesados y numerosos.

Los rankings de ciudades más deseadas como destino turístico de paso o residencial nos sitúan reiteradamente en el top ten a nivel mundial. Pero si aquel oro de la ciudad sin nombre era una quimera, nuestro turismo como sector económico cabalga hoy con tantas incertidumbres que puede acabar siéndolo también. Contemplando el plano de Isidro me pregunto si la acelerada crisis climática nos puede convertir en leyenda, entonces contemplaremos alguna estrella errante.