¡Ay invierno que hoy asomas! Con qué nuevas nos sorprenderás. Al menos nubes asoman y abrigan la esperanza de ver caer alguna gota de lluvia, que riegue nuestros campos, que baldee la ciudad y humedezca sus árboles, que limpie de cargas negativas una atmósfera tan enrarecida como crispada.
Tu cielo de hoy, habitado sólo por nubes, serán la garantía de una primavera en la que veremos surcarlo por golondrinas, mirlos, vencejos y hasta elegantes cernícalos. Cielos surcados de vida. También esperamos de ti esos golpes de frío, pero no demasiados, que activen la floración de las humildes caléndulas que habitan en aceras y descampados, y sobre todo de los desorientados almendros cuyas flores cada vez se abren antes de que hayan despertado de su letargo larvario sus necesitados insectos polinizadores.
Sentir con moderación el frío, como el miedo o el dolor, es tan necesario como respirar el dulzor de esas flores. Esperamos de ti, notorio invierno, que sin ser gélido seas el necesario amigo que nos une en el abrigo de la solidaridad. Esperamos de tu diciembre ese verdadero espíritu de la navidad, que algunos se afanan en que dure un semestre. Y que entonces, en los efímeros mensajes, tan propios de esos días, se desee una paz cada vez más cuestionada y una prosperidad, que es más cierto que recae siempre en unos pocos, al haberse convertido en un desmedido consumo. Una prosperidad momentánea que hará más difícil sobrellevar el largo camino del austero enero.
Pero ya se sabe, como recuerda nuestro sabio refranero, que enero, si es frío es gentil caballero. Y en nuestra espera tu tercer mes, debe ser loco. Un febrero con lluvia refrescante, viento barredor y grises cielos que preparen nuestro espíritu para la gloriosa primavera.
Pero en un mar de tantas incertidumbres lo que más esperamos es que nos brindes ese tiempo de recogimiento y reflexión que en otros tiempos fuiste, cuando el alma se serenaba y el sosiego fortalecía. Esa era tu grandeza desde hace un tiempo olvidada. Te esperamos con ilusión amigo invierno.