Hace unos años lo primero que hice al entrar en el aula fue proyectar en la pantalla una imagen del pueblo de Davos, con el fondo de las altas cumbres alpinas, tan apropiada para aquellos primeros días de enero. El desasosiego por las voces de alarma de la pandemia, que amenazaba ya por entonces, se hacía palpable en los corrillos, pero la lideresa de la clase, de voz altisonante y grave, apaciguó el ambiente. Apagué las luces del aula y con rotundidad les conminé a que dejasen volar su imaginación hasta aquel paisaje, donde se estaba celebrando el Foro Económico Mundial de 2020.

Hoy estamos aquí, les dije con rotundidad, donde las tres mil personas más influyentes del planeta, desde gobernantes a directivos de las grandes corporaciones del mundo, se reúnen para debatir sobre los grupos de interés para un mundo coherente y sostenible.

Por primera vez el medioambiente, el cambio climático y la sostenibilidad, ocupaban un papel preponderante en los objetivos de las discusiones del Foro. Así, los informes preparatorios presagiaban de su importancia a corto plazo, hacia las que se dirige la humanidad, con pronósticos que rara vez aciertan, como era el caso de los estragos mundiales que supondría la larvada pandemia de la COVID-19 que despertaría solo días más tarde.
Pregunté qué entendían por grupos de interés.

Desde el fondo del aula una alumna coreana dijo de forma suave, pero con claridad meridiana, nosotros somos el grupo de interés. Ante mi perplejidad por tan clarividente definición, prosiguió nos necesitan como consumidores y tienen miedo a que encabecemos una revolución con carácter global. Entonces tomó la palabra un joven colombiano, que como otros iberoamericanos poseen el don de dominar nuestro idioma mejor que nosotros mismos. Con rico verbo presentó la figura de Greta Thumberg y describió de manera sucinta los argumentos que demostró ante tan distinguido auditorio, para a continuación describir el encuentro fortuito de ella con un arisco Trump, que pretendió ridiculizar a la joven ya que no podía hacerlo de las ideas que manifestaba. Gesto propio de los vanidosos y prepotentes que identifica a muchos de esos nuevos líderes neoconservadores, basado en el desprecio de los que consideran ciudadanos de tercera clase en base a su poder económico. Una alumna de Álora apostilló entonces que no entendía como había personas, y en especial mujeres migrantes, que apoyaran a estos energúmenos trasnochados.

El debate se animó, aun con más participación, cuando se trataba de definir que era un mundo coherente y sostenible. Coherente y sostenible ¿Para quién? Intervino un recio egabrense para enfatizar que la coherencia era el pretexto para seguir con el negocio y que la sostenibilidad pretendida no era más que la de las ganancias empresariales.

Di por finalizada la clase animándolos a seguir las conclusiones de tan afamado Foro y a que pusieran por escrito, a modo de ensayo, aquellos pensamientos como grupo de interés en un momento de inflexión de la historia. Curiosamente ese sería dos años después del lema de la cumbre.

Hace unos días me reencontré con la alumna asiática de voz suave, y con la misma claridad meridiana me espetó, lo ve profe como teníamos razón, el lema de este año del Foro de Davos ha sido ‘reconstruir la confianza’. Desconfían de nosotros porque saben que seremos los artífices de lo que ellos ya han bautizado como la cuarta revolución industrial. Cuánta razón tienes, fue mi escueta respuesta.

Para que conste a los efectos oportunos, esto no es un ejercicio de adoctrinamiento del alumnado, sino en sentido inverso de la puesta en valor de su capacidad reflexiva y crítica en un mundo cambiante.